“Cuando entré a mi primer año de residencia en Ginecología, hace 26 años, tenía un bebé de cuatro meses”, contó a la diaria Grazzia Rey, docente de la Clínica Ginecotocológica B del Hospital de Clínicas de la Facultad de Medicina de la Universidad de la República (Udelar). En aquellos años ser mujer y pedir un cambio de medio horario implicaba “hipotecar la residencia y la carrera”, relató. “Las mujeres que lo hacían estaban mal vistas; por el resto de sus años de residencia no iban a hacer nada, o mejor dicho, no las iban a dejar a hacer nada”, manifestó. No era algo que estuviera escrito, pero tampoco estaba oculto: “Era lo que se decía y lo que les sucedía a otras mujeres que se habían embarazado o habían tenido bebés”. En ese escenario, Rey tuvo que tomar una difícil decisión entre pedir el medio horario para amamantar a su hijo o dejar de amamantarlo y seguir con su carrera. Habían sido muchos los años de esfuerzo para llegar a ser residente, lograr que su familia “estuviera mejor” y tener una formación. No era justo. Pero estuvo obligada a elegir y, aunque “no era la opción que hubiera querido tomar”, aclaró, dejó de amamantar. Rey resaltó que todo aquello ocurrió hace casi tres décadas, y que hoy las cosas parecen estar mejor: “tenemos salas de lactancia” y “los bebés se pueden llevar a las guardias”. Sin embargo, las desigualdades persisten en distintos ámbitos de la academia y en la Facultad de Medicina hay muchas brechas de género siguen sin cerrar.
A diferencia de lo que ocurría antes de la década de 1970, en las últimas décadas del siglo XX la participación de las mujeres en la Facultad de Medicina tuvo un incremento importante tanto en el nivel de ingreso y egreso de estudiantes como en la cantidad de mujeres en el mundo profesional médico y en los planteles docentes de la facultad. En 1995 las mujeres representaban 66,4% de los ingresos y 60,2% de los egresos de la Facultad de Medicina, además constituían 47% del total de profesionales en actividad. Actualmente las mujeres representan aproximadamente 70% de los ingresos y egresos a la facultad y son casi 60% del plantel docente; a nivel nacional, según datos de 2017, las mujeres conforman 58,7% del cuerpo médico.
Estos datos surgen del estudio “Medio siglo craquelando el techo de cristal: romperlo no ha sido posible”, elaborado por Rey junto con Guadalupe Gonçalves, Fernanda Blasina, Alicia Alemán y Franco González Mora, que fue publicado a fines de 2020 en la revista Anales de la Facultad de Medicina. En esa investigación presentan un análisis de la composición por grado y por sexo del plantel docente de la facultad a partir de un relevamiento de la información disponible en las páginas web actualizadas de 36 servicios de la facultad, que incluyó un plantel de 887 docentes.
La mayor representación de las mujeres en la carrera no tuvo una correlación en la generación de un “escenario de mayor equidad de género en la formación, docencia y ejercicio de la profesión”, apuntan los autores y, de hecho, afirman que ocurre lo contrario: “El campo médico sigue estando signado por una posición privilegiada de los varones”.
La pirámide de los cargos docentes
Si bien en los niveles iniciales de la carrera docente las mujeres superan ampliamente la cantidad de hombres, al llegar al grado 3, que constituye “el empujón para la carrera docente superior”, varones y mujeres están representados en 50% y 50%, explicó Rey. “¿Por qué hay la misma cantidad de hombres y mujeres cuando en los niveles precedentes las mujeres eran muchas más?”, preguntó. Para ella, es inevitable pensar en los proyectos de vida y en cómo afectan de forma diversa a los hombres y a las mujeres en la conformación de una familia y en la responsabilidad que tienen en los cuidados. Entre esos ejemplos, mencionó uno que afecta a las mujeres en diversos ámbitos sociales y económicos: la maternidad.
Gónzalez Mora planteó que los varones obtienen varios beneficios por el hecho de disponer de mayor cantidad de tiempo que las mujeres para su desempeño académico. El autor hizo referencia a la socióloga estadounidense Arlie Hochschild, quien plantea que los varones tienen un beneficio doble: por un lado, de las mujeres con las que conviven que se asignan mayores responsabilidades en el hogar, y por otro, de sus propias colegas docentes que lidian en mayor medida con la articulación entre la esfera privada y la pública. Así, los hombres tienen en sus lugares de trabajo “mayor disposición para viajes académicos y más participación en el conjunto de actividades que dan reconocimiento en la trayectoria académica”.
Los investigadores encontraron que las mujeres representan 67,8% de los cargos docentes grado 1 y 60,2% de los cargos grado 2, frente a 32,2% y 39,8% de hombres, respectivamente. En el grado 3 la proporción es pareja y a partir de ese escalón, la pirámide de cargos se invierte y se produce una “subrepresentación” femenina”: de 36,1% en los cargos grado 4 y de 23,1% en los grados 5. Los hombres representan cerca de 77% de los cargos de mayor nivel.
Este fenómeno se conoce como “segregación vertical de género” y “refleja una situación en que las mujeres quedan sistemáticamente al margen de los espacios de decisión, gerenciamiento y coordinación”, explican los investigadores en el artículo. A esta situación también se la conoce como “techo de cristal”: una barrera invisible que se sustenta en normas informales y valores implícitos que subyacen en la sociedad y se interponen al ascenso de las mujeres en sus trabajos.
González Mora entiende que por sí solo el paso del tiempo no asegurará que “naturalmente” las mujeres accedan a cargos de mayor jerarquía, poder y toma de decisiones, sino que es necesario “cambiar otros aspectos que operan para justificar la segregación vertical de género”. En ese sentido, señaló que es importante avanzar en la identificación de los factores que reproducen “cultural e ideológicamente esta estructura de desigualdad jerárquica”. “Tenemos que reconocer cuáles son esas estructuras materiales y simbólicas del poder, que aseguran la reproducción de espacios donde se ejerce y se distribuye el poder”, expresó. González Mora explicó que los mecanismos por los cuales se expiden los méritos y competencias para acceder a cargos docentes grado 4 y 5 son los mismos para varones y mujeres, de modo que es en la “práctica cotidiana donde están invisibilizados estos factores que operan para justificar esta cuestión”.
Ejercicio profesional
Esta situación no sólo se reproduce en el esquema de grados docentes, sino que también se refleja en la participación de varones y mujeres en los distintos servicios y cátedras de la facultad. Para desagregar estos datos, los autores agruparon las especialidades médicas en tres categorías: servicios básicos; anestésico-quirúrgicas y médicas.
Los investigadores encontraron que los servicios agrupados en el grupo de especialidades anestésico-quirúrgicas son las “más masculinizadas” y evidencian mayores brechas de género. En estas especialidades no hay ninguna mujer que ocupe un cargo de grado 5 y unas pocas lo hacen en el nivel anterior (en donde hay cinco mujeres y 14 varones). En el nivel de jerarquía intermedio –el grado 3– las mujeres son 14 y los hombres 30. En los últimos dos niveles de jerarquía el patrón se vuelve a repetir: las mujeres están por encima al ser 63 y 42 (grado 1 y 2, respectivamente) frente a 41 y 32 varones. No obstante, esta discriminación está presente en todas las especialidades médicas abordadas.
En la medida en que la tradicional división sexual del trabajo sigue operando, las mujeres no sólo se ven más expuestas al dilema que implica optar por el proyecto de vida familiar o por el profesional-académico, sino que se enfrentan a la decisión de qué especialidad médica elegir que sea compatible con su esquema de vida. Eso ocurre, por ejemplo, en el ámbito de las especialidades anestésico-quirúrgicas, que requieren mayor cantidad de horas de dedicación y disponibilidad para “para asistir a las cirugías, para poder estar como ayudante quirúrgico, para hacer guardias”, sostuvo Rey. “¿Las mujeres que no eligen esas especialidades no lo hacen porque no quieren o porque se dan cuenta de que no van a poder? Las mujeres que optan por otra cosa porque no pudieron ser cirujanas, ¿son felices?”, cuestionó Rey. Además, como mujer, manifestó que las desigualdades en esta área de la medicina son moneda corriente: “No te lo dicen en la cara, pero es clarísimo que cada vez que una residente o una docente grado 2 se embaraza, no sólo los profesores sino sus propios compañeros ponen cara de ‘ahora va a haber que cubrirla’”.
Esta situación trae aparejados otros problemas. Como en el ejercicio de la profesión médica los varones ocupan más cargos de dirección y gerencia, y son mayoría en las especialidades médicas mejor remuneradas, son ellos quienes reciben mayores ingresos.
Avances
En julio de 2020 el Consejo de la Facultad de Medicina conformó la primera Comisión de Género. “Esta iniciativa representa un hito importante para impulsar un conjunto de medidas orientadas a la transformación de las lógicas y mecanismos que operan en la vigencia del techo de cristal existente para las mujeres docentes”, apunta el estudio. La ginecóloga sostuvo que desde la comisión se está trabajando en varias puntas y resaltó como una de las más importantes el trabajo sobre “los cuidados”. Actualmente las estudiantes que son madres, docentes madres y médicas madres no cuentan con guarderías ni con ningún tipo de espacio de cuidados. Por eso, una de las metas que estableció la comisión es generar esos espacios. Una segunda meta es la implementación de un curso, a partir de 2021 y durante tres años, sobre “género, sensibilización y derechos humanos”, que será financiado por la Organización Panamericana de la Salud y estará dirigido a todos los integrantes de la facultad (docentes, egresados, estudiantes y funcionarios no docentes).
Presentación virtual
“Medio siglo craquelando el techo de cristal: romperlo no ha sido posible” se presentará el miércoles a las 11.00 en un seminario académico especial por el mes de la mujer que organizan el comité académico y la dirección del Hospital de Clínicas. El link para participar en la actividad se encuentra en la página del Hospital de Clínicas.
Grazzia Rey explicó que el estudio no tuvo hasta el momento un gran impacto en la interna de la facultad. Con el seminario buscarán “hacer visible la situación para que se empiece a investigar la situación de las mujeres en la Universidad y en la Facultad de Medicina en concreto, y qué es lo que hacemos, o no hacemos, en la Universidad y en la Facultad para mejorar la vida de las mujeres en cuanto a sus decisiones y que puedan elegir con libertad”. “El artículo se lanzó para debatir, y creo que el debate va a empezar a partir del miércoles”, agregó.