En términos biológicos los niños y niñas no son considerados un grupo de riesgo ante la covid-19: según el último informe del Ministerio de Salud Pública sobre covid-19 en menores de 15 años, hasta el 12 de abril había 17.250 casos confirmados y una fracción muy menor había requerido internación (97 en cuidados moderados y tres en CTI). Sin embargo, los efectos de la respuesta mundial que se montó para contener la expansión del nuevo coronavirus fueron muy significativos en el desarrollo de los más pequeños, especialmente por el cierre de instituciones educativas, por el distanciamiento social y por la restricción de todo tipo de actividades recreativas.

En diálogo con la diaria, Alejandra Bentancor, psicóloga especializada en la niñez, manifestó que “este es un momento muy complejo para el desarrollo de los niños, teniendo en cuenta la baja o nula socialización a la que están expuestos, la cantidad de experiencias ausentes y fundamentales para su desarrollo emocional y el proceso de crecimiento durante los primeros años de vida”. “Desarrollarse es una suma de variables y muchas de ellas hoy no están presentes”, agregó.

Bentancor planteó que el encierro aumenta los riesgos de padecer violencia emocional y/o física y que los impactos psicológicos, sobre todo en niños y niñas entre 0 y 12 años, son muy diversos. Dijo que hay impactos directos que se manifiestan en patologías como la depresión, la ansiedad y el estrés, e indirectos, que afectan “el potencial del desarrollo” porque “se debería aprender en condiciones más saludables, teniendo en cuenta su importancia”. En ese sentido, acotó que “los primeros cinco años de un niño son los cimientos, son estructurales, y si bien no determinan el resto de la vida, la marcan”.

“Llevamos más de un año con niños que están incorporando naturalmente la desconfianza, la inseguridad y el temor continuo”. Alejandra Bentancor, psicóloga especializada en la niñez

El miedo es, según la psicóloga, una de las principales consecuencias de la pandemia en la primera infancia (que va hasta que cumplen seis años) y en la infancia (desde los seis hasta cumplir los 12 años). “Están creciendo con miedo al otro, a socializar y a cualquier tipo de contacto”, sostuvo. Explicó que el principal problema es que la conducta los limita y no les permite adquirir la seguridad y la estabilidad emocional que demanda el proceso de crecimiento. “Llevamos más de un año con niños que están incorporando naturalmente la desconfianza, la inseguridad y el temor continuo. Es tan grave que, por ejemplo, asocian la palabra coronavirus con ‘mi mamá se puede morir’”, ilustró.

El juego es la herramienta que utilizan niños y niñas para vincularse con los otros, pero ahora lo hacen la mayoría del tiempo en la virtualidad. “Los padres creen que están seguros en su habitación, pero tal vez no es así”, dijo Bentancor, que agregó que esta situación potencia una problemática preexistente a la pandemia, que es el ciberbullying, “que crece de forma exponencial y presenta una importante sintomatología”.

Otro de los puntos que influyen en la inestabilidad emocional de niños y niñas es la situación de sus familias, porque “muchos adultos han perdido su trabajo” y eso hace que en muchos hogares falten cosas esenciales como los alimentos, comentó. “La situación es muy estresante, repercute en el hogar y, por supuesto, también en los niños”, sostuvo.

Por otra parte, planteó que las rutinas, que son fundamentales para el aprendizaje de hábitos de sueño, alimentación y actividades varias, “no están presentes ya que todo es inestable y los mayores a cargo pueden estar en la casa todo el día pero sin la disponibilidad necesaria para atender estas necesidades debido, por ejemplo, al teletrabajo”.

Dolor de incertidumbre

“Los niños llegan a las consultas con ansiedad, que se manifiesta de distintas maneras: dolor en el pecho y falta de aire son los síntomas más comunes. Descartamos que sea algo orgánico y se entiende que los motivos son psicológicos”, dijo a la diaria la médica pediatra Victoria Martínez. Explicó que hay niños que “llegan con este tipo de sintomatologías” a la puerta de emergencia y que una vez que los examina y dialoga con ellos, el niño o niña le explican “que está ansioso por la situación actual, que lo preocupa, y que al ver televisión u otros medios de comunicación, queda muy estresado”, agregó.

Los mismos motivos llevan a los menores a la consulta psicológica: “Ansiedad y depresión son las patologías más recurrentes”, dijo Bentancor. “Llegan al consultorio con mucha culpa y la carga de toda la responsabilidad que sienten tener, que se ha volcado públicamente sobre la población, es algo que los niños no saben relativizar”, sostuvo la psicóloga.

En el consultorio pediátrico se observa que los niños crecen de otra manera. “Las consultas por controles de cero a dos años o por patologías específicas que requieren presencialidad han cambiado mucho”, y “la sonrisa, los gestos, que son importantísimos para generar confianza y brindar apoyo a cada paciente, se pierden con el tapabocas y eso de alguna manera hace que la forma de relacionarse y de crecer sea muy diferente”, contó Martínez. Además, desde hace más de un año, la gran mayoría de las consultas que no son urgentes son telefónicas.

El desapego y la virtualidad

“Desde hace un año casi todo sucede a través de la pantalla”, relató a la diaria Karina López, educadora en primera infancia. Explicó que desde el comienzo de la pandemia activaron grupos de Whatsapp con las familias de cada nivel, pensaron los contenidos en formato video e intentaron continuar el acompañamiento con materiales educativos y en estrecha comunicación con los niños. Agregó que a las familias se les superpone el trabajo virtual con el cuidado de sus hijos y que por momentos “se saturan”; por eso las educadoras intentan “acompañar con materiales o, en casos en que no se recomienda, como en menores de tres años, apoyamos de otras formas y enviamos recomendaciones”.

Para Bentancor, el encuentro en las aulas en los primeros años es fundamental para el desarrollo: “En este momento lo que aprenden y desarrollan está principalmente a cargo de la disponibilidad de seguimiento de los padres, que muchas veces es amplia, pero muchas otras no lo es, y eso genera una brecha grandísima en la educación”. “Hay una amplia experiencia social que viven en los centros educativos, que es igual de importante que el aprendizaje y hoy es una falta en el desarrollo de la autonomía”, concluyó.

Desde el ámbito pediátrico y psicológico las profesionales entienden que el exceso de pantallas es “muy perjudicial” y “extremadamente difícil de controlar”. Se exhorta a las familias con determinadas sugerencias que luego son muy difíciles de implementar, sobre todo en hogares que han atravesado cuarentenas o aislamientos por covid-19. “Nos tuvimos que olvidar de todas las recomendaciones prepandemia”, agregaron.

Sin embargo, la factura va corriendo. Según informó Henry Cohen, uno de los coordinadores del Grupo Asesor Científico Honorario, el martes 20 en la comisión parlamentaria de seguimiento de la situación de la covid-19, se ha detectado un “aumento de miopía en niños durante la cuarentena por el uso prolongado de la pantalla de la computadora”. Cohen comentó, además, que se han visto “complicaciones en el manejo de la diabetes tipo 1 en niños”, a raíz de la disminución de las consultas médicas.

El vínculo presencial

En edades tempranas el contacto físico es muy importante para el crecimiento saludable. “El vínculo maternal que se genera diariamente es muy estrecho y necesario. Cuando nos comunicamos los chiquitos manifiestan que quieren volver a la presencialidad, y todos queremos volver, porque el contacto y el vínculo físico es fundamental”, expresó López, en referencia a la educación a distancia.

En cuanto al cambio en las formas de educar, entiende que “es notorio y que los niños crecen de otra forma”. “Los más chiquitos naturalizan el uso continuo de una mascarilla o no interactuar con sus pares; esto no es positivo y por eso queremos volver cuanto antes”, dijo, y advirtió que “estar encerrados en determinado momento satura”.

Con las consultas psicológicas ocurre algo similar: “Muchas que podrían haber sido presenciales las suspenden por el miedo de asistir al consultorio”, contó Bentancor. “Lo grave es que los niños dejaron de ser atendidos y muchos procesos se cortaron; esto implica para ellos un nivel de soledad muy agudo”, lamentó. Explicó que la casa, muchas veces, no es un lugar seguro para la consulta telefónica de niños y niñas porque es el ámbito donde ocurre el problema o en el que padecen violencias, “entonces no se sienten seguros a la hora de expresarse”. “Una cosa es no perder el vínculo, que es lo que venimos intentando, y otra muy distinta es que sean atendidos y que trabajemos en lo que el paciente realmente necesita”, aclaró.

Las repercusiones y los cambios

Las tres profesionales entienden que la educación, la atención y el desarrollo de los niños en la pandemia están cambiando.

“Se necesitan datos más concretos e investigaciones”, sostuvo Bentancor. “¿Cómo se va a intervenir para facilitar y recomponer la pertenencia al colectivo, el vínculo con el otro y la pérdida del miedo al contacto físico a la hora de relacionarse?”, se preguntó. “Se están construyendo sociedades solitarias; históricamente de las crisis mundiales se sale en colectivo, y la situación actual nos acostumbra justamente a lo contrario”, remarcó.

En sintonía con la pediatra, Bentancor consignó que “en Uruguay se habla muy poco de salud mental infantil”. Martínez comentó que hay “familias que si bien no lo consideran un tabú, no expresan el tema con soltura y si llegan a puerta [de emergencia] con una consulta en particular y no sos el pediatra tratante, no se habla con comodidad”. En cuanto a lo psicológico, Bentancor manifestó que la pandemia suma un problema al poco diálogo sobre salud mental: la violencia química. Hay “padres aumentando o disminuyendo medicación psiquiátrica sin ningún tipo de supervisión médica”, expresó, y añadió que la medicación en edades tempranas es un problema porque “el control químico no permite lograr el trabajo sobre el problema y la independencia emocional que luego requiere un adulto sano”.

Mirar hacia adelante

Entre setiembre y octubre de 2020 Unicef hizo una encuesta telefónica sobre cuidados, salud y alimentación en niños, niñas y adolescentes, con el objetivo de conocer el impacto de la covid-19. El estudio abarcó a diferentes países de América Latina y fue hecho por Gabriela Guerrero, investigadora especializada en áreas de educación y aprendizajes. Los resultados del capítulo uruguayo no se incluyeron en el informe que publicó Unicef, en enero, porque no se había terminado de sistematizar la información del país.

De todos modos, las reflexiones finales del informe orientan respecto de situaciones a las que Uruguay no parece ser ajeno. El informe expresa que “la pandemia por covid-19 y las medidas tomadas para su mitigación, como el cierre de escuelas y el aislamiento social, han afectado directamente a los niños y niñas menores de seis años y a sus familias”. Y agrega que “cuando las actividades empiecen a normalizarse será fundamental que las encuestas presenciales ayuden a evaluar el impacto de la pandemia en el desarrollo motor, cognitivo y de lenguaje de los niños y las niñas”.