Las casas con jardines, las calles arboladas y una edificación que no impide ver el horizonte son algunos de los puntos en común que tienen 25 de Mayo y 25 de Agosto, dos localidades del departamento de Florida. El miércoles tuvieron algo más en común: en ambas aterrizó un equipo de vacunadoras de la campaña Pueblo a Pueblo, del Ministerio de Salud Pública (MSP). Esta campaña empezó a implementarse el lunes 24 con la meta de llegar a más de 300 pueblos para vacunar contra la covid-19 a 150.000 personas que “por falta de teléfono, conectividad o acceso a internet no hayan podido agendarse para reservar su cupo”, explica una publicación del MSP.
Hasta el miércoles, equipos desplegados en diferentes puntos de Uruguay habían vacunado a 28.552 personas. Quienes accedieron no necesariamente reunían las condiciones mencionadas, y no es difícil suponer que algunos locatarios que sí lo hacían no hayan podido vacunarse.
Fila en Gauchos Orientales
Son las 11.30 y, así como el horizonte se ve sin límites, tampoco se ve el final de la fila de personas que bordean la manzana de la Sociedad Nativista Gauchos Orientales de 25 de Mayo, para recibir su primera dosis de la vacuna de Pfizer. Quienes estaban por entrar en ese momento no son locatarios, sino de El Pinar (Canelones) y llegaron tres horas atrás, a las 8.40, cuando la fila ya medía más de dos cuadras y media.
“Hay gente que no es de acá. Mirá la cola que hay, ¿te parece que es de acá?”, dice un hombre que está un poco más atrás en la fila. Al lado de él hay un grupo de tres personas que llegaron desde la ciudad de Canelones.
“¡Manteniendo distanciamiento!”, pide, desde la entrada del salón, una funcionaria de la Intendencia de Florida que se sumó al equipo. Sentada en la puerta de la Criolla, como le llaman los locatarios, numera los formularios de consentimiento informado. “¡Dos más!”, grita, mirando a los próximos de la fila. Les pide que completen sus datos, que firmen, que pongan su celular para recibir un SMS con la agenda de la segunda dosis, que se descarguen la app Coronarivus Uy, que se pongan alcohol en gel y que pasen.
En la siguiente estación, quienes llegaron para vacunarse entregan el formulario y les muestran la cédula de identidad a alguna de las tres funcionarias que registran sus datos, una de ellas en computadora, las otras en listados a mano. Se colocan en la fila y tres vacunadoras los van llamando ‒una de ellas es la médica Andrea Herrera, la directora departamental de Salud‒. Les preguntan si son alérgicos a algún medicamento, si son asmáticos ‒en ese caso, deben aguardar 30 minutos después de darse la dosis, en vez de 15‒, si tuvieron covid-19 en los últimos tres meses, si creen que tienen el virus en ese momento y si se dieron la vacuna de la gripe hace menos de 15 días ‒un sí a cualquiera de esas tres preguntas es un impedimento para recibir la vacuna‒. Detrás de las vacunadoras, otras dos funcionarias preparan las dosis. Al igual que el resto, no tienen respiro.
En un espacio que en tiempos de normalidad es sede de reuniones sociales y de bailes, las personas esperan los 15 o 30 minutos para observar si surge alguna reacción adversa. Manuel y Carol, de 27 y 28 años, aguardan con su bebé de tres meses que duerme, plácido, en el coche. Son de allí, del pueblo. ¿Cómo vieron el proceso de vacunación? “Mucha espera, pero la cosa es vacunarnos”, dice él. Ella cuenta que el día anterior le entró la duda. “Soy alérgica y asmática, y he visto demasiados comentarios sobre la negatividad de la vacuna, gente que estaba bien pero se dio la vacuna y se contagió”, como el caso de una mujer de Fray Bentos que murió por covid-19, pese a tener las dos dosis de Pfizer, dice. Con esa incertidumbre estuvo haciendo la fila durante más de dos horas, pero al final se vacunó. Él sí estaba más decidido, porque se dedica a la siembra y la cosecha de pasturas en un tambo y tiene que andar “para todos lados”, dice. “Soy jeringoso para la aguja, pero tenía que vacunarme. Si no hago las cosas que tengo que hacer, me arriesgo y los pongo en riesgo a ellos. A veces, por un pinchazo...”, reflexiona mientras mira a su hijo.
La gran mayoría de la gente en la fila es joven. Entre ellos está una embarazada con una niña de menos de dos años de la mano; cuenta que tenía hora para vacunarse el viernes de la semana pasada, pero no pudo porque no habían transcurrido los 15 días desde que recibió la vacuna de la gripe. Desde adentro las vacunadoras no pueden ver que está haciendo cola, y quienes están cerca de la mujer embarazada no reaccionaron para hacerla pasar.
El policía que custodia las vacunas está a la entrada de la Criolla, y los conocidos del pueblo, cuando pasan, lo saludan por su nombre. A las 11.45 salió a decirle a la última persona que estaba en la fila en ese momento, una joven de campera color claro, de Florida, que ella sería la última y que quienes llegaran después ya no serían vacunados. Estaba previsto que el equipo de vacunación estuviera en 25 de Mayo de las 9.00 hasta las 12.00, para poder vacunar a las 13.00 en 25 de Agosto, y a las 16.00 en Villa Independencia.
A las 12.56 una de las funcionarias va hasta la puerta, mira la fila y calcula que quedan 20 o 30 personas. Atrás de la joven de campera de color claro hay una mujer con su pareja que reclama por la organización. “Soy de acá del pueblo, tengo niños en la escuela, vine hace un rato pero había un montón de gente, fui a llevarlos a la escuela y volví. Tienen que darle prioridad a la gente de cada departamento”, dice. Eduardo, un hombre de 63 años, también del pueblo, se suma al reclamo. Muestra el celular y dice que va a hablar con un diputado y que va a llamar a la radio: “Si decimos que sean de 25, que sean de 25”, reclama. Al ratito, la directora autoriza la vacunación de la pareja y de un par de personas más que aguardan en la fila.
¿Van a almorzar? Le pregunto a una vacunadora. “No, si comés no te da el tiempo de seguir, perdés tiempo”, dice, mientras recibe más jeringas preparadas con las dosis.
Dos policías relevan al que estaba desde temprano. Cuando ya pasa el último de la fila, la directora departamental les pregunta a los policías si están vacunados: uno sí, el otro, de 24 años, aprovecha la ocasión. Cuenta que no se vacunó cuando se habilitó la agenda para los policías porque no sabía cuándo tenía que anotarse y llegó tarde. “Por bruto quedé para lo último”, dice.
Son más de las 13.30 cuando guardan todo y suben a la camioneta, rumbo a 25 de Agosto. Llevan casi dos horas de retraso. Vacunaron a 529 personas.
El segundo 25
Una larga fila rodea varias cuadras de la manzana del Club Social 25 de Agosto. Son más de las 14.00 y, a media cuadra de los primeros de la fila, María Verónica está molesta porque está esperando desde las 11.30 y dejó a su hija con una vecina. Critica las demoras y también “el amontonamiento”, en medio de una fila que no es india ni mantiene mucha distancia. Es del pueblo y tiene un recibo de agua. Le pidió al marido que se lo llevara, por si tenía que presentarlo, pero ya sabe que seguramente no se lo pidan, porque con la cédula alcanza.
Los primeros de la fila son de las ciudades de Canelones y de Florida, llegaron antes de las 9.00. Adentro, las funcionarias ultiman los detalles. “Bueno, chiquilinas, cuando quieran”, les dice a las vacunadoras una de las preparadoras de las dosis cuando ambas tienen seis jeringas prontas. La primera va a ser para una señora de 90 años que no puede caminar y espera afuera, en un auto. Desde la fila, le avisan al policía que hay una señora muy mayor que espera en la esquina, sentada en una reposera. La va a buscar y es otra de las primeras en entrar. Se llama Mirella, nació en 1929 y vive en 25 de Agosto desde que tenía 13 años. Cuenta que quería vacunarse pero que no se había anotado porque no sabía cómo.
“¿Ya te vacunaron?”, le pregunta una niña desde afuera de la ventana del club a un señor que aguarda sentado contra la pared interior del salón. La niña sabe que lo vacunaron pero quiere entender por qué sigue esperando. El hombre se llama Ramón, tiene 71 años y dificultades para caminar; la niña y su madre son sus vecinas y lo acompañaron. Él era de Montevideo pero vive en 25 de Agosto desde hace dos años. Había conseguido hora para vacunarse en Montevideo, pero el día que fue a tomar el ómnibus, el coche no le paró y perdió su turno.
La directora departamental de Salud tuvo que volver a sus funciones y sólo hay dos vacunadoras, pero el refuerzo llega. Patricia Sartori, funcionaria de la intendencia y referente del Sistema Nacional de Emergencias, calcula sobre las 15.00 que la fila debe reunir a unas 400 personas, pero asegura que se va a vacunar “a todo el mundo”.
Una joven de 18 años con el pie fracturado se desvaneció después de recibir la vacuna. La acompaña su madre. Quedó sentada durante el tiempo de espera y le trajeron un vaso de agua. Ya repuesta, comenta que tiene miedo a las agujas, y que le pasa lo mismo cuando tiene que sacarse sangre.
Afuera hay un día lindo, con un sol tibio. Es difícil saber cómo será en un día de lluvia. En la fila, un locatario que está desde hace varias horas calcula que no va a llegar a vacunarse porque es peón de tambo y tiene que irse a trabajar.
Adentro, Ana María, una señora de 67 años que vive en una vivienda del Mevir, espera que pasen los 15 minutos de haber recibido la dosis. Ella no se vacunó cuando le tocó por su grupo etario: “Tenía miedo porque yo escuchaba cosas de que la gente se podía morir, son cosas que la gente hablaba en la calle o decían por televisión. Ahora no miro más televisión”. Cuando su marido anunció que se iba a vacunar, ella se decidió y dijo: “Bueno, yo me vacuno también”.
Elisa, de 20 años, leía un libro mientras hacía la fila, de cuatro horas. “¿Cuántas páginas leíste?”, le pregunto. “No leí tantas porque no estuve todo el tiempo leyendo... de la 461 a la 467”, responde, después de revisar La chica que soñaba con una cerilla y un bidón de gasolina, de Stieg Larsson. Vive en 25 de Agosto pero estudia Comunicación en Montevideo; dice que la jornada de vacunación “se tardó un poco de más pero fue una buena salida”, porque ella estaba “desde hace pila de tiempo en la agenda” y tenía personas de riesgo en su casa.
Las funcionarias de la intendencia llevan un café a las preparadoras de dosis y a quienes registran a las personas vacunadas. Una de las preparadoras le dice a una vacunadora que cuando quiera, la suplanta, para que pueda tomarse un café ella también. A las 16.15 sale un policía para hablar con el último de la fila y avisarle que vacunarán hasta donde está él. La tarde va cayendo. Minutos antes de las 17.00 van vacunando a 273 personas y algunas decenas todavía esperan afuera. Desde la puerta del club se ve el final de la fila, que ya es gran cosa.