El año 2022 comenzó con dos muertes diagnosticadas de covid-19, según los registros del Sistema Nacional de Emergencias (Sinae). Continuó con tres más, prosiguió con dos de vuelta y volvieron a ser tres. Pero desde el 15 de enero, menos excepciones, la cantidad de fallecimientos empezó a subir: entre 11 y 29 por día. Febrero registró la cifra pico: en el tercer día del mes 39 personas murieron con la enfermedad.

Desde entonces, a simple vista la cantidad de fallecimientos volvió a descender levemente ‒con altibajos‒, aunque todavía sobrepasa los 12 por día. En total: enero registró 309 muertes con diagnóstico de covid-19 y febrero, en 14 días, 299. En su mayoría, las edades oscilaban entre los 60 años y poco más de 90.

Sin embargo, las cifras no brindan información exacta sobre cuántas personas fallecen a causa de covid-19 y cuántas lo hicieron por otro motivo, que fue por el que consultaron, pero que tenían un test positivo. Así lo manifiestan a la diaria Julio Pontet, presidente de la Sociedad Uruguaya de Medicina Intensiva (SUMI), y Susana Cabrera, profesora agregada de la Cátedra de Enfermedades Infecciosas de la Universidad de la República (Udelar).

La razón: los datos no desagregan quiénes fallecen por covid y quiénes con covid ‒Pontet prefiere definir a esta última categoría, para evitar confusiones, como “los covid incidentales”‒. Según Cabrera, de hecho, la mortalidad y letalidad que se le adjudica a la variante ómicron ‒prevaleciente en la actualidad‒ “claramente” es menor a la de P1, de la primera ola, pero también “seguramente sea menor de la que se está reportando, tomando los números así como se los muestra ahora”. “Creo que hay mucha confusión en estos números absolutos sin discriminar”, sentenció.

Para Pontet, la variante ómicron generó estos dos “perfiles” de pacientes, y por ende, una “brecha” entre ellos. “Esto no lo hablábamos en la primera ola porque 90% o 92% de los pacientes que ingresaban a CTI eran por covid”. Hasta hace pocos días, el intensivista informaba a la diaria que, según los datos de SUMI, 55% de los pacientes internados en CTI ‒de los que poseían información‒ lo estaban a causa de la covid, y el otro 45% había ingresado por otras razones.

“No es lo mismo el fallecimiento por covid clásico, que generalmente cursa con una neumonitis, que requiere ventilación mecánica, que hay que pronarlo ‒o sea, poner al paciente boca abajo‒, que quienes están ingresados por otra causa y adquieren el covid pero por ahí el virus no es la causa del fallecimiento”, arguyó Cabrera.

En este marco, la infectóloga señaló que “supone” que el Ministerio de Salud Pública (MSP) “irá a hacer esa depuración en algún momento”. Según comentó, necesitarían el “dato clínico” del paciente. Tanto Cabrera como Pontet señalaron, de todas formas, la complejidad de esto: Pontet precisó que “tener una noción exacta de a cuántos mató el virus es difícil porque habría que ir caso a caso. Parece más obvio cuando ves el motivo de ingreso, pero en cuanto a los que tienen mala evolución y fallecen habría que ver, en la historia clínica, si el virus influyó o no en el mal resultado”. Chequearlo, sin embargo, lleva consigo “dificultades prácticas”, como la confidencialidad de la información.

Otra de las opciones que podrían aplicarse, según Cabrera, es darle a cada prestador de salud “las pautas y que cada prestador lo haga” o, “de manera un poco grosera”, registrar si la persona tenía neumonitis o no, para acercarse a una mayor delimitación de que la causante fue el covid si tuvo neumonitis.

Por otro lado, ambos especialistas hicieron referencia al Comité Técnico para el Análisis de Muertes por Covid-19 del MSP, que se había formado en 2020 para estudiar los fallecimientos por covid-19, pero Pontet aseguró que ha funcionado “de forma discontinua” y Cabrera especificó que “no analiza todas” las muertes, sino algunas en las que el desenlace no es según lo esperado: por ejemplo, el fallecimiento de “un joven vacunado”. “No sé si es viable o no”, dijo Cabrera sobre la posibilidad de generar esta desagregación. “Pero creo que vale la pena el esfuerzo, también por la información que eso significa”, concluyó.

“No hay un patrón único” de fallecimientos

Algunos de los factores que pueden influir en las defunciones se han consignado: el MSP informó, recientemente, la tasa de mortalidad cada 100.000 habitantes durante enero en relación al estatus vacunal: los no vacunados eran 66,39%, quienes tenían dos dosis, 26,4%, y los que tenían las tres vacunas, 4,14%.

En cuanto a los fallecidos que habían ingresado al CTI, Pontet detalló que siete de cada ocho no estaban vacunados, según los últimos muestreos. Asimismo, afirmó que la mortalidad es mayor entre los que ingresan “por covid, con inflamación pulmonar por el virus”: entre 40% y 50%. Dentro de quienes entran por otro motivo pero luego adquieren el virus, la mortalidad oscila entre 20% y 25%.

Además de depender de las dosis que se haya recibido, algunas comorbilidades han acrecentado la posibilidad de la defunción: Pontet señaló que, principalmente en febrero, muchas de las personas fallecidas presentaban enfermedades crónicas. “Pacientes respiratorios, renales y cardiópatas”, delineó. También algunos oncológicos ‒que estaban en tratamiento con quimioterapia‒ y hematooncológicos. “Lo que sí predomina es la falta de vacunas, pero no hay un patrón único”, ultimó Pontet.

¿Se puede comparar la situación epidemiológica actual con la de 2020 y 2021?

En 2021 la mayor cantidad de fallecimientos diarios con diagnóstico de covid-19 se produjo el 9 de abril: fueron 88. Antes, había sido el 2 de abril, con 32, y el 22 de junio, con 34. En estas dos últimas ocasiones, la cantidad casi no difiere del pico de este año. Aun así, “directamente o haciendo proporciones”, decía Cabrera, la letalidad y mortalidad de la ómicron es menor a la causaban las varianetes que circularon el año pasado, P1 y delta. En el pico de 2021, los casos positivos iban de 2.000 a poco más de 7.000; este año, en cambio, el pico se dio en un contexto de 10.000 y 11.000 casos.

La rápida expansión por la mayor transmisibilidad de la ómicron, sumada a la falta de detalle en los datos, pueden ser otra de las razones que expliquen la cercanía en la cantidad de fallecidos, según las fuentes consultadas. En cuanto a la transmisibilidad de la variante actual, el último informe del Grupo de Trabajo Interinstitucional (GTI) ‒conformado por el Institut Pasteur de Montevideo, la Udelar, el Sanatorio Americano, Atgen y el MSP‒, dio cuenta de que en las dos semanas precedentes al 11 de febrero la variante ómicron alcanzó a 99% de los estudios secuenciados.

Según explicó a la diaria Pilar Moreno, docente de la Udelar y una de las virólogas encargadas del Laboratorio de Evolución Experimental del Virus del Institut Pasteur, por semana suelen recibir entre 200 y 300 muestras para analizar. La rápida expansión que desembocó en el desplazamiento actual de la variante delta se observa en la evolución de los informes del GTI: Moreno especificó que el 29 de diciembre, 14% de las muestras analizadas eran de ómicron. Al 14 de enero, ese porcentaje era de 90%, y ahora es casi el 100%.

Sin embargo, Pontet y Moreno explicaron que la pandemia actual “no es la misma” que la del año pasado, ni tampoco la del anterior. Pontet hizo énfasis en que cambió “el virus y el ser humano”: cambió la variante y su letalidad, pero también el grado de inmunización y de interacción social, que en ambos casos son ahora mayores. Moreno remarcó, también, la inmunización, puntualmente la “híbrida”, que contempla la vacunación y haber adquirido el virus por enfermedad.

Asimismo, subrayó que “al inicio de la pandemia el virus se encontró con una población mundial que no lo reconocía porque nunca se había enfrentado a este virus”, pero que en la actualidad se cuenta “con muchas más herramientas para prevenirlo y combatirlo”.