A pesar de la lluvia y el frío del comienzo de la jornada otoñal, la actividad, organizada por el Grupo de Comprensión y Prevención de la Conducta Suicida de la Universidad de la República (Udelar), la ONG Resistiré y el Espacio Interdisciplinario de Udelar, se desarrolló el miércoles 25, en la sala de conferencias Luisa Cuesta de la Facultad de Ciencias Sociales, con una muy buena concurrencia.
La primera ponencia del seminario, “Hablan los sobrevivientes. Suicidio y duelo en el contexto actual”, se desarrolló de manera virtual desde Argentina, estuvo a cargo de la doctora en Filosofía Diana Cohen Agrest, de la Universidad de Buenos Aires, y se centró en los “argumentos filosóficos en torno a la muerte voluntaria”.
“Me parece atinado que este sea el prolegómeno de lo que viene”, señaló sobre su presentación, y agregó: “Porque es como una especie de historia de la historia. Pensemos que algo tan trascendental como la problemática del suicidio fija el pensamiento de una época en torno de otras problemáticas”.
Cohen comenzó por separar los argumentos filosóficos en torno a la muerte voluntaria en dos grupos: religiosos y laicos. Entre los religiosos, se refirió a la idea de “dios como propietario de la vida, o la vida entendida como 'una providencia'; al acto suicida como violación de la ley de dios, pensada en terminos de nacimiento y muerte natural”. “¿Cuántos de estos mandatos siguen detrás de la forma en que concebimos el suicidio en la actualidad?”, se preguntó.
Entre los argumentos laicos, señaló al suicidio como “una privación de la contribución individual al bien común de la sociedad, idea presente desde los tiempos de Platón y Aristóteles”.
La importancia de la posvención
La doctora en Ciencias Políticas y Sociología Cristina Blanco Fernández, que llegó a nuestro país en representación de la Universidad del País Vasco y la Asociación Vasca de Suicidología (Aidatu), se preguntó: “¿Cómo es posible que no se avance como es debido en un problema que genera el doble de muertes que los accidentes de tránsito?”.
Su ponencia comenzó con una cita de la obra Macbeth, de William Shakespeare: “Dad palabra: el dolor que no habla gime en el corazón hasta que lo rompe”. Se declaró superviviente -esto incluye a familiares, amigos y allegados de personas que perdieron la vida por suicidio- desde 2012, cuando perdió a un ser querido y su vida “cambió para siempre”.
En este sentido, habló de lo poco que todavía se trabaja en posvención y de la necesidad de entender que “ese momento” debe ser considerado tan importante como el de la prevención y la atención. Según su experiencia, entiende que es “la sociedad civil la que tiene que tirar del carro para generar cambios y exigir a las autoridades lo que les corresponde”, y que el suicidio es un problema “del sistema educativo, sanitario y comunitario”.
“Los supervivientes sufren un duelo especial: quedan desarropados, aislados. Se les genera una situación incómoda, porque nadie alrededor sabe qué hacer”, dijo, y recordó que la Organización Mundial de la Salud señala como fundamentales para su atención temprana “al sentimiento de culpa y el distanciamiento social”, provocados en buena medida por “el estigma” que todavía existe sobre la temática: “A la persona que murió por suicidio no se la nombra. Es como si nunca hubiera existido”.
“La perplejidad ante esa muerte es inconmensurable y aparece la sensación de abandono; esa persona nos dejó. Es muy difícil sobrellevar esos sentimientos y lleva mucho tiempo acomodarse de alguna manera” señaló.
En la segunda parte de su ponencia explicó, según el trabajo que viene haciendo en conjunto y en grupo con otros supervivientes, que lo primero es “mitigar las secuelas psicológicas del superviviente” y, por tanto, que es un error pensar que, cuando una persona se suicida, “ya está”. “Al contrario, de inmediato y cuanto antes, hay que trabajar con los supervivientes en asistencia en crisis, atención especializada, ayuda entre pares, y ayuda y comprensión de los vínculos cercanos”.
Llamó, además, a formar grupos de supervivientes como la mejor forma de comenzar a revertir esta situación de invisibilidad, a trabajar el tema en escuelas y liceos, a seguir exigiendo a las autoridades un plan nacional de suicidio y a hablar mucho más -con responsabildad- sobre suicidio en todos los ámbitos, incluidos el de los medios de comunicación.
El impacto en niños, niñas y jóvenes
La doctora Alicia Canetti, del grupo de comprensión de la conducta suicida, habló sobre cómo afectan las muertes violentas -como las del suicidio y el homicidio- a niñas, niños y jóvenes.
“Es un tema muy postergado en las políticas públicas de nuestro país”, destacó, y también reconoció que no está “en la agenda académica” como otras temáticas, que cuentan con importantes presupuestos para la ejecución de sus investigaciones. “La supervivencia en esta población puede resultar muy difícil. Niñas y niños adolescentes terminan siendo testigos de una situación violenta que suele pasar dentro del núcleo familiar, o en el entorno cercano, y además es común que suceda en barrios con muchas carencias y desprotección social”, explicó.
Sobre la magnitud del problema, señaló que nuestro país no tiene estadísticas al respecto, pero que, por ejemplo, en Estados Unidos, son 60.000 las niñas, niños y adolescentes expuestos a muertes por violencia cada año. “La muerte por suicidio de un familiar es uno de los eventos más estresantes y traumáticos que se pueden experimentar”, subrayó. “Especialmente, el de los padres. Esto, en el futuro, suele repercutir en situaciones de abandono escolar, más tarde en dificultades en el rendimiento laboral o para conservar un trabajo durante mucho tiempo”.
Por último, explicó que las características del duelo en niñas, niños y adolescentes tienen ciertas particularidades que se deben tener en cuenta. “La muerte, como concepto, es abstracto y complejo, y la forma de abordarlo en esta población va a depender de muchos factores: emocionales, religiosos, culturales y educativos. Es necesario, por ejemplo, tener incorporada la noción de irreversibilidad y de causalidad. Esto sólo es posible cuando se alcanza la etapa del desarrollo en la que se adquiere el pensamiento operativo concreto, fenómeno que acontece entre los siete y los 12 años”.
Como primera recomendación para un buen abordaje de este tipo de casos destacó la necesidad de crear instancias de “comunicación eficaz”. “Hay que saber que las niñas y niños van a hacer muchas preguntas, sobre todo, porque se trata de un tema del que no se habla. Es muy importante saber que no hay una respuesta única y que la forma en que se comunica es clave. Además, se recomienda no agregar otros datos, si la persona no los pidió. Acá estamos muy atrasados”, insistió. Recordó que “este es un duelo que se repite en dolores episódicos a lo largo de la vida”.
El mito de Sísifo
La maestra Yaraví Roig, de la ONG de Maldonado Resistiré, asociación civil que trabaja con sobrevivientes (en Uruguay se acostumbra utilizar este término, en vez de supervivientes), tomó como centro de su alocución el mito de Sísifo, de Albert Camus, que está basado en la “filosofía del absurdo”. “Dice Camus que no existe un problema filosófico verdaderamente serio como el suicidio. Todos los demás problemas, a su lado, son mínimos”.
Yaraví contó las peripecias del rey de Corinto, hasta su eterno final, “castigado al infierno por los dioses y condenado a cargar con una pesada roca. La subía al pico más alto de la montaña, luego la piedra se caía, y tenía que volver a bajar para volver a subirla hasta lo alto de la montaña, y así cada día de su vida. ¿Por qué Sísifo es el héroe de lo absurdo?, como dice Camus. Lo es tanto por sus pasiones como por sus tormentos, por su desprecio de los dioses, su odio a la muerte y su apasionamiento por la vida, que le valieron ese suplicio de no acabar nunca de subir la roca”.
“Si este mito es trágico es porque su protagonista tiene conciencia de que no hay ningún propósito en lo que hace. Sabe que su destino es subir una roca, esperar a que se caiga y volver a subirla”, continuó.
“El obrero actual, el optimista, nosotros, los que hacemos todos los días el mismo trabajo, tenemos un destino que puede ser absurdo pero no trágico y con momentos de felicidad”, afirmó. “La existencia no tiene sentido, sólo se trata de empujar todo el tiempo una roca destinada a caer. Ese es el sentido de la vida. Todos hemos tenidos pérdidas y no hay peor muerte como una muerte por suicidio, y mucho más dolorosa resulta cuando un ser querido muere y no pudimos hacer nada. El 12 de marzo de 2016 falleció mi nieta Sofía, de 19 años. Única nieta de dos familias de Piriápolis, Sofía Roig Invernizzi, y cayó la piedra de Sísifo sobre todos nosotros”, dijo.
“El duelo por suicidio dura toda la vida. Yo he pasado por momentos de todo tipo. Llegué a hacer cosas inverosímiles. Una vez no podía dormir y salí con un spray a pintar en todas las paredes de Piriápolis: Sofía vive”.
Desde su experiencia, Yaraví dice que “el duelo [por suicidio] se atraviesa, pero no se resuelve”, y que la mejor manera de seguir adelante es con otros y evitando el aislamiento. Por eso, impulsa y difunde la idea de la formación de otros grupos de sobrevivientes como Resistiré.
Esta asociación civil, que actualmente integra la Comisión Honoraria de Prevención del Suicidio de Maldonado, cuenta con un equipo técnico de asesoramiento y atención, realiza talleres en centros educativos con estudiantes y docentes, y tiene un servicio de atención en crisis.
“Se trata de resistir ese duro trabajo de cargar la vida, disfrutando los pequeños momentos de felicidad, y otras veces resistir un poco más, cuando nos toca pasar por momentos particularmente difíciles. Si hay gente que encontró el sentido de la vida en un campo de concentración, ¿cómo es que nosotros no podemos encontrar ese sentido cada día y no pensar en el proyecto, en el mañana, en el futuro, en si un negocio o una pareja va a funcionar?”, concluyó.