Desde hace algunos años se comenzó a hablar con más frecuencia sobre algunos temas de salud relacionados a la flora intestinal. Además, también se empezó a designar un grupo de diagnóstico a determinados síntomas, por los que también consultan cada vez con mayor frecuencia pacientes de edades muy variadas.

Por ejemplo, hace alrededor de 50 años existe una afección provocada por el sobrecrecimiento bacteriano en el intestino delgado, SIBO (por sus siglas en inglés), que puede ser la explicación a algunos síntomas relacionados principalmente a la hinchazón abdominal y a ciertas molestias que se originan en el intestino.

Aunque no se sabe cuántas personas pueden sufrir el trastorno en Uruguay, y de hecho seguramente hay un porcentaje de quienes lo padecen y aún no fueron diagnosticados, “cada vez llegan al consultorio más pacientes jóvenes que manifiestan algunos síntomas propios del trastorno”, y al comentarles que el cuadro “será estudiado y se considerará al SIBO como una posibilidad”, manifestaron que “era lo que pensaban que tenían”, comentó el gastroenterólogo Henry Cohen en diálogo con la diaria. Agregó que aunque es una afección que data de varios años, ahora los pacientes concurren a la consulta “cada vez más informados” porque lo vieron en Tiktok, se vuelve “cada vez más popular” y el “boca a boca” sobre la posibilidad de que sea tal o cual afección es interesante.

Síntomas y diagnósticos

En principio, explicó que para que se considere SIBO deben presentarse determinados síntomas. Normalmente en el intestino delgado de cada organismo hay “trillones de bacterias”, que se denominan microbiota intestinal, y a medida que se asciende hacia el intestino delgado, estómago, esófago y boca, las bacterias varían y se presentan en menor cantidad.

“Cuando las bacterias que corresponden al intestino grueso sobrecrecen y pasan al intestino delgado, se genera una fermentación excesiva que produce gases” (hidrógeno) y síntomas variados, entre ellos, distensión abdominal (hinchazón), cambios en el tránsito intestinal, y el conjunto de alteraciones que obedece a lo que se conoce como SIBO. Los gases que “de manera anormal” se generan en el intestino delgado son en su mayoría hidrógeno.

A su vez, el gastroenterólogo aclaró que los trastornos funcionales digestivos pueden “ser similares” en cuanto a los síntomas que generan, por eso, antes de considerar SIBO, el “médico tratante debe descartar otros panoramas” que ante la presentación de determinados síntomas podrían ser posibles, por ejemplo, la celiaquía, que “se descarta o se confirma con un examen de sangre”.

Una vez que, aunque los síntomas sean similares, se haya descartado otras afecciones y el SIBO siga siendo una posibilidad, se debe realizar una prueba diagnóstica.

Hay dos formas, una más invasiva que otra. La más “directa” consiste en introducir una sonda hasta el intestino, aspirar y estudiar “qué bacterias hay”. Si bien es una posibilidad, “no suele aplicarse” cuando se sospecha un posible caso de SIBO. Pero como las bacterias que se encuentran en el intestino “lo que producen son gases que se absorben por los pulmones”, la afección también se puede detectar a través de una prueba de aire espirado. Este segundo método, que en la actualidad es “el más utilizado”, aunque no es parte del Plan Integral de Atención en Salud, requiere la ingesta de glucosa o lactulosa (eso depende de lo que quiera utilizar cada operador) y se realiza haciendo que el paciente sople un tubo antes de empezar el estudio y luego “aspire cada 20 minutos, durante 20 segundos, diez veces”. Si bien es menos invasivo, es un estudio prolongado que requiere entre dos y tres horas.

Según los resultados, si se detecta la presencia de hidrógeno, se aplican dos tratamientos paralelos, uno en base a la modificación de la dieta alimenticia habitual y otro con antibióticos. 

El estudio diagnóstico

El estudio diagnóstico que se aplica para detectar SIBO también puede detectar lo que se conoce como Intestinal Methanogen Overgrowth, IMO (por sus siglas en inglés), o crecimiento excesivo de metano en el intestino, no sólo en el delgado sino en general. En este caso no se habla de bacterias sino de arqueas. La diferencia clínica es que mientras quienes tienen crecimiento de hidrógeno pueden tener diarrea, quienes tienen sobrecrecimiento de metano pueden tener constipación, es decir, lo contrario. Ambas pueden presentar hinchazón y dolor abdominal.

El tratamiento de restricción alimenticia es el mismo, pero al tratamiento con antibióticos se debe agregar otro que es la neomicina. Este medicamento “no se encuentra en Uruguay” y los pacientes “suelen traerlo desde Argentina”, pero “no por un tema de costos”.

Tratamiento 

En cuanto a los alimentos, se eliminan de la dieta “durante un tiempo” aquellos que “a las bacterias les gusta tener para alimentarse”, porque gracias a su presencia en el organismo, “sobrefermentan”; en muy resumidas cuentas, se reduce o elimina el consumo de lactosa, harinas y algunas frutas y verduras. De hecho, al principio, el tratamiento alimenticio es similar al de la dieta fodmap (que refiere a fermentables, oligosacáridos, disacáridos, monosacáridos y polioles) y consiste en “eliminar las sustancias que producen fermentación” y que están “en muchos alimentos”, por lo general, en hidratos de carbono o azúcares de cadena corta.

La dificultad con los alimentos que se eliminan en el régimen es que no se pueden absorber fácilmente en el intestino y por eso “generan síntomas y el proceso químico por el cual se producen los gases”. Por ejemplo, dentro de los oligosacáridos se encuentra el trigo, el centeno, la cebolla, el ajo y varios tipos de legumbres. El principal disacárido es la lactosa, el monosacárido más conocido es el de la fruta, también la miel. Los polioles son algunas sustancias que se encuentran, por ejemplo, en edulcorantes como el sorbitol o el manitol. Todo esto y varios alimentos más, en un principio, se restringen, por eso, la primera etapa no suele durar “más de 35 o 40 días”, porque es muy restrictiva.

La segunda etapa de esta parte del tratamiento consiste en reintroducir alimentos y es “muy variable”, porque “depende mucho de cada persona”. En este punto el paciente prueba todo lo que suspendió, de a un alimento, en porciones reducidas a la mitad, y observa cómo las tolera. Los alimentos que caen mal “se dejan afuera” de la ingesta y los que se toleran se continúan ingiriendo hasta llegar a una porción “normal”.

La última etapa es de personalización, lo que el paciente aprendió de las etapas anteriores se convierte en una dieta personal de cada uno. La microbiota intestinal es como “una huella digital de cada individuo”, tiene resiliencia, es decir, la capacidad de volver a lo que era antes, y con un control de la ingesta se puede “recuperar”. Los tratamientos alimenticios lo que hacen es “modificar la microbiota intestinal para que las bacterias fermenten menos”.

La otra parte del tratamiento que se aplica en simultáneo con el de la dieta es con antibióticos. El principal para SIBO es la rifaximina. Se trata de un antibiótico que es “no absorbible” y por ello tiene “varias ventajas”. En principio, se absorbe sólo en 2% o 3% a la sangre y no presenta resistencia, es decir que actúa “directamente en el intestino”, por lo tanto, si en un primer intento “hizo bien” y el paciente luego recae, se puede volver a usar sin inconveniente. Este tratamiento suele durar entre diez y 14 días.

En cuanto a los probióticos, bastante mencionados cuando se habla de la microbiota, Cohen aclaró que si bien “por ahora no hay ninguno que tenga la evidencia científica suficiente” en cuanto a su utilidad en estos tratamientos, si el profesional “les tiene confianza” los puede usar como “complemento”, porque en general “tienen pocos efectos secundarios y poco riesgo”.

De todas maneras, cuando se le diagnostica SIBO al paciente “se le aclara que no tiene una infección”, tiene un procedimiento en sus intestinos “que no es adecuado” y por eso le “genera síntomas”. Agregó que el tratamiento alimenticio “es fundamental” para disminuir los síntomas, por lo tanto, “es bueno” mantener durante un tiempo prolongado o de forma continua un bajo consumo de los alimentos que se detectó que no ayudan a la normalización de las bacterias.

Por último, en cuanto a posibles factores de riesgo que puedan desarrollar SIBO, mencionó que la ingesta habitual de antibióticos, determinadas formas de alimentarse, la ingesta de inhibidores de ácido derivados del omeprazol, trastornos digestivos en general y “condiciones que alteran la microbiota intestinal” pueden generar el trastorno. 

La adquisición del Hospital de Clínicas

El Hospital de Clínicas adquirió recientemente el aparato adecuado para detectar SIBO y próximamente estará en funcionamiento “de forma gratuita” para los pacientes del hospital, pero con posibilidad de acceso a través de un costo para pacientes que no estén afiliados, comentó a la diaria Carolina Olano, profesora grado 5 de la Cátedra de Gastroenterología del hospital. 

A su vez, coincidió con Cohen sobre la frecuencia con la que los pacientes concurren a consulta con síntomas propios de SIBO, que “hasta hace algún tiempo” sólo “se pensaba como una posibilidad” si el paciente había tenido una intervención quirúrgica en el estómago o en intestino delgado, si había estado sometido a un tratamiento de radioterapia, tomaba algún fármaco que enlenteciera el intestino o si tenía alguna enfermedad como la diabetes o el párkinson.

Más recientemente “se ha reconocido” que las enfermedades del “eje cerebro-intestinal”, antes llamadas “trastornos funcionales”, como la constipación funcional, la enfermedad celíaca o las enfermedades inflamatorias intestinales, también son causa de SIBO.

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