Se trata de un tema complejo porque no existe un consenso acerca de cómo debería medirse. La calidad laboral es algo que muchas veces no se cuestiona, cuando determina en buena medida el bienestar físico, emocional y mental de los trabajadores.

Por iniciativa de la administradora de fondos previsionales Unión Capital, el Instituto de Economía (Iecon) de la Universidad de la República y la consultora Equipos indagaron sobre la evolución de la calidad laboral en Uruguay –centrada entre los años 2009 y 2016–, y ayer presentaron sus conclusiones enfocadas exclusivamente desde una óptica de género. A pesar de que son los hombres los que presentan en mayor medida carencias –61% de los casos contra 59%–, las mujeres acumulan más dimensiones de precariedad en sus ocupaciones y bajo una estela muy amplia de situaciones. El panorama no es alentador: son las propias mujeres las que perciben en mayor medida que hay un trato desigual por género.

Datos

El Iecon, usando como fuente la Encuesta Continua de Hogares del Instituto Nacional de Estadística, se centró en el análisis cuantitativo de la situación. Según la investigadora Ivone Perazzo, que presentó las conclusiones del análisis, las mejoras en la calidad del empleo constatadas en el período mencionado son “similares” para hombres y mujeres, pero estas acumulan más carencias en sus ocupaciones que los varones en todo el período.

Foto del artículo 'Estudio concluye menor calidad laboral en Uruguay para mujeres'

Ahora, si bien no existe un acuerdo generalizado sobre el tema, los investigadores tomaron como carencias indicadores en siete dimensiones: el no registro en la seguridad social, el multiempleo, la extensión de la jornada laboral –sea por exceso o por insuficiencia de horas trabajadas–, la estabilidad laboral, el empleo productivo y la insuficiencia de ingresos, a partir de un umbral absoluto (valor de la hora de labor) y uno relativo (remuneración horaria por debajo de dos tercios del promedio de los ingresos de todos los ocupados) enfocado en la inequidad.

El primer informe presentado a principios de diciembre denunciaba que a pesar de la reducción continua de los problemas de calidad, en 2016 la mitad de los trabajadores uruguayos tenía alguna carencia entre las dimensiones consideradas. Teniendo en cuenta estos planos, el nivel de informalidad, que es el problema que afecta en mayor medida a los trabajadores –sin considerar el ingreso–, ha mejorado mucho más para las mujeres en los siete años estudiados que para los hombres.

La sobreextensión de la jornada laboral, por su parte, afecta a una proporción mucho mayor de hombres (entre 10% y 15% de los ocupados), mientras que entre la fuerza laboral femenina se constató una tendencia al subempleo, que es cuando se trabaja menos de 20 horas con el deseo de hacerlo en mayor medida. El resto de las dimensiones –insuficiencia de ingresos, multiempleo, empleo improductivo, inestabilidad– tienen mayor preponderancia para las mujeres. En particular, 31% de las mujeres y 25% de los hombres presentan insuficiencia de ingresos en el período estudiado.

Territorio, educación y ramas

A nivel general, la situación de precariedad es mucho más heterogénea entre mujeres, por lo que también se abordó el problema a tres niveles: por disparidades en el territorio, características de las personas (como tramos de edad y nivel educativo) y diferencias entre ramas de actividad.

En el norte (Artigas, Salto y Paysandú) y noreste (Tacuarembó, Rivera y Cerro Largo) del país las mujeres “están mucho peor que los hombres de igual región”, señaló Perazzo. Sólo en la región metropolitana (Montevideo y Canelones) el porcentaje de hombres carenciados es superior al de las mujeres, siendo bastante equilibrado en el resto de las regiones.

En cuanto a la educación, es reconocido que las mujeres alcanzan mayores niveles y, tal como era esperado, los problemas de empleo considerados afectan en mayor medida a los trabajadores menos calificados: a 80% de las mujeres y 16% de los hombres en estas condiciones. No obstante, llamó la atención de los investigadores que entre aquellas que terminaron el nivel terciario aumenta la incidencia del multiempleo y la carencia en la extensión de la jornada. “Las mujeres enfrentan muchas más privaciones que los hombres con iguales niveles educativos”, concluyó la economista, que determinó que las mejoras en la calidad del empleo fueron superiores para los hombres en todos los niveles educativos, con excepción de educación primaria, en la que las variaciones fueron similares. En la misma línea, también los ingresos asociadas al mayor nivel educativo son mayores para los hombres en todo el período.

Por tramos de edad, contrario a lo previsto, no se encontraron grandes diferencias por género. La mejora en la calidad de empleo fue generalizada, aunque, en este aspecto, se notó que entre los 25 y 45 años –la llamada “edad fértil”– la de las mujeres es mucho menor que la de los hombres, “quizás por su tendencia a ocupar tareas no remuneradas de cuidados”, puntualizó Perazzo.

Sobre los sectores de actividad, los servicios están claramente feminizados. La mitad de las mujeres trabajadoras se concentran ahí y representan 68% del total de los empleados. En el otro extremo, la construcción se presenta como un sector casi exclusivamente masculino.

Evolución de trabajadores con al menos una carencia por región

Tanto en 2009 como en 2016, los trabajadores con más carencias estaban empleados dentro del sector comercio, restaurantes y hoteles (27% de los hombres y 33% de las mujeres). En particular, 38% de las mujeres empleadas en los servicios comunales, sociales y personales enfrentaban alguna precariedad, rama en la que 10% de los hombres lo hacía.

En cuanto a la carencia de ingresos relativos, las mujeres se ven más afectadas en el agro (51% contra 35% de hombres), la industria (41% y 22%), el comercio (42% y 29%) y los servicios (21% y 12%).

Percepciones

La consultora, por su parte, abordó los aspectos de corte cualitativo, entrevistando a 400 trabajadores mayores de edad en enero y acumulando en total 4.300 casos con todas las mediciones hechas de manera regular en los últimos dos años y medio.

Julia Acosta, encargada de la presentación, sostuvo, en primer lugar, que contrario a las expectativas previas, no se encontraron diferencias significativas en el promedio de satisfacción entre hombres y mujeres en ninguna de las zonas territoriales analizadas. En torno a 80% de los encuestados manifestó sentirse “satisfecho” a nivel general con su trabajo principal. Ahora bien, cuando se realiza una agrupación por nivel socioeconómico se constata un vínculo: “Las mujeres de estratos más bajos están menos conformes con su empleo que las de los más altos”, afirmó la socióloga.

Consultada sobre aspectos específicos, las mujeres dijeron sentir mayor conformidad que los hombres en términos del reconocimiento que reciben por su trabajo, la tarea específica que desarrollan y las relaciones personales con sus superiores. Por el contrario, los varones manifestaron mayor satisfacción en cuestiones como el salario, las posibilidades de ascenso y de desarrollo de carrera, los beneficios y recompensas no salariales, las relaciones personales con sus pares y las posibilidades de capacitación.

Cuando se les preguntó acerca del nivel mínimo de salario por el que estarían dispuestos a aceptar un empleo, las mujeres respondieron sistemáticamente con una cifra 20% menor. A principios de año, pedían casi 33.700 pesos en promedio, contra los casi 42.000 que solicitaban los hombres.

Por otra parte, es notoriamente mayor el número de beneficios extrasalariales que reciben los hombres, como canastas de fin de año, seguros de vida, descuentos en la compra de productos de la empresa, partidas para cubrir otros gastos, asistencias médicas o dentales parciales y beneficios para los hijos. Más allá del sector de actividad y el tamaño de la empresa en la que trabajan, se trata de algo que “parece reforzar la idea del rol masculino proveedor”, sostuvo Acosta. En la misma línea, también se manifestaron desventajas para las mujeres en acceso a convenios con instituciones de salud y en menor medida educativas, clubes deportivos y guarderías o jardines en el lugar de empleo.

En términos de percepciones, las mujeres son más críticas en cuanto al trato diferencial: 78% de los hombres encuestados manifiesta que existe igualdad en las condiciones laborales.

Por otro lado, hay una mayor conciencia de la injusticia en términos de remuneración entre las mujeres del interior del país, y en cuanto a nivel socioeconómico entre las consideradas en los estratos más altos.