El sol ya se escondió en el horizonte, pero todavía ilumina la costa. Un barco carguero acaba de salir del puerto y se aleja despacio, pero está lo suficientemente cerca como para apreciar su tamaño y los colores de los contenedores que lleva. “¡Qué barco grande, qué lo parió!”, comenta un hombre de unos 50 y tantos, sentado en la vereda, con la espalda apoyada en la pared. “¿Cómo no se hunde, siendo tan pesado?”, pregunta otro que está parado cerca, aunque no están juntos. Una cosa lleva a la otra y la conversación termina en historias de naufragios y la película Titanic.

La ronda de interlocutores crece; varios escuchan y observan. Otros no parecen estar siguiendo el hilo de la conversación, a decir por la mirada perdida en el horizonte y el silencio. A pocos metros estaciona un auto del que comienzan a bajar cajones. “Ahí vienen, mirá”, “sí, ahí tienen el pan”, comentan ahora. La fila, que se había desdibujado un poco para facilitar el encuentro y el diálogo, se alinea otra vez. Son las 18.30 y la comida está servida en la olla popular de Lindolfo Cuestas y Sarandí.

El menú de este jueves es lentejas con arroz, y para tomar hay café. Los voluntarios que sostienen la olla, en su mayoría vecinos y vecinas de la Ciudad Vieja, armaron una mesa con caballetes en la vereda para colocar las viandas con comida que trajeron voluntarios de la Asociación de Bancarios del Uruguay (AEBU), que entrega unas 1.000 viandas por semana, entre esta olla y la de Juan Carlos Gómez y 25 de Agosto. La fila inicial se terminó y sobraron viandas; cuando pasa esto los voluntarios se quedan un rato más para esperar a los que llegan tarde o pasan por casualidad y se quieren llevar alguna vianda. El remanente se lleva a los refugios de la zona.

Guillermo Pastor, secretario de Prensa y Propaganda de AEBU, dice que después de 2002 pensó que no volvería a vivir una olla popular. “La olla popular a uno lo remite a cuando estaban aquellas noticias, en 2002, de que los chiquilines comían pasto, y todo eso que fue muy duro”, recuerda en diálogo con la diaria. Pero a pocos días de la llegada del coronavirus, el 13 de marzo de 2020, las ollas y los merenderos comenzaron a multiplicarse a lo largo y ancho del país, y se convirtieron en uno de los síntomas más fuertes de la crisis socioeconómica que recién estaba empezando.

En 2002 fue la última vez que AEBU tuvo ollas populares, en el marco de una crisis financiera que golpeó particularmente a los bancarios, testigos “privilegiados” del cierre de cuatro bancos privados. Pero en 2020, la crisis producto de la emergencia sanitaria cambió las reglas del juego, y dificultó la puesta en marcha de los dispositivos solidarios ya conocidos. Sin embargo, la “memoria solidaria” en los trabajadores estaba muy presente, afirma Pastor, en referencia a ese mecanismo que se activa cuando “hubo inundaciones, cuando fue el tornado de Dolores y en otras emergencias que dos por tres nos refrescan la memoria”. Aunque nada se compara “con lo que estamos viviendo ahora, por el alcance y el tiempo, sin un horizonte de que pueda empezar a amainar”, considera.

Esta expresión de la solidaridad que se conoce como “olla popular” funcionó tradicionalmente en el marco de conflictos laborales, pero echó raíces en los barrios y en las organizaciones sociales. Desde que llegó la pandemia, sindicatos y trabajadores apelaron a esa “memoria solidaria” para instalar sus propias ollas y merenderos o abastecer y apoyar de distintas formas a otras. Según datos aportados por AEBU a la diaria, al analizar los principales aportantes a las ollas y los merenderos los sindicatos se ubican en el cuarto lugar, por debajo de “vecinos”, “comercios locales” y “donantes particulares”.

Contagiando Solidaridad

“Arrancamos en seguida. La pandemia llegó el 13 de marzo, la otra semana ya arrancamos con la olla, que se hacía en el sindicato, y ahí se empezó a construir un proyecto un poco más grande”, explicó a la diaria el presidente de la Asociación de funcionarios de UTE (AUTE), Gabriel Soto, en referencia a Contagiando Solidaridad, una red de abastecimiento de ollas y merenderos integrada por sindicatos del PIT-CNT.

Si bien en principio AUTE tuvo la olla en su propia sede, con el tiempo la propuesta comenzó a “mutar”. “Nos quedaba corta la olla ahí, y empezamos a trabajar en una cadena de solidaridad para abastecer ollas y merenderos. Hoy hay casi 30 merenderos y ollas populares con los que estamos colaborando desde la red”, aseguró Soto. Ahora, la olla de Contagiando Solidaridad funciona los domingos en el barrio Marconi, con el apoyo de vecinos y organizaciones barriales.

Una mano extendida

“Nosotros nacimos con una consigna que nos une desde el 66, que es ‘unidad, solidaridad y lucha’. Y la solidaridad no podría ser entendida si en una circunstancia de crisis económica y social el PIT-CNT y el conjunto de la sociedad no se colocan en circunstancias de dar una mano a los que están más embromados”, reflexionó el presidente del PIT-CNT, Fernando Pereira, en referencia al papel que jugó el movimiento sindical para sostener la olla en el marco de la pandemia.

En diálogo con la diaria, Pereira señaló que, una vez que comenzaron a notarse las secuelas de la emergencia sanitaria, los sindicatos pusieron en marcha diferentes estrategias: algunos construyeron su propia olla popular, otros entendieron que la mejor “fórmula” para ayudar era construir un fondo común para comprar alimentos a las ollas que ya estaban funcionando. “Toda esa conjunción de intenciones se vio reflejada en cientos y cientos de ollas a lo largo y ancho del país que tuvieron contribuciones de alimentos”, afirmó.

Pereira señaló que “siempre hubo ollas vinculadas a un conflicto o a un barrio que tuviera alguna peripecia o alguna circunstancia especial”, pero masivamente no hubo experiencias similares desde 2002 o 2003. ¿Cuándo decidieron que era hora de volver a ponerlas en funcionamiento? “Cuando los compañeros de los barrios nos decían que la gente estaba clamando por comida, y que por más que la pandemia llevaba un mes de comenzada la gente estaba padeciendo la falta de alimentos”, sostuvo el dirigente.

“Ante esa circunstancia, no dudamos que una estrategia eran las ollas populares y empujamos muchas, y en otros casos sencillamente apoyamos iniciativas vecinales, porque no somos los dueños exclusivos de la solidaridad”, reflexionó Pereira, y aseguró que, “sin ser dueños de ningún mecanismo de solidaridad”, los trabajadores organizados están “dispuestos a brindar todo” para que la gente “tenga determinados mínimos, y entre esos mínimos está, sin dudas, la alimentación”.

La propuesta para el 1º de mayo

El sábado, el PIT-CNT recibirá los alimentos en los distintos puntos de acopio, para luego entregarlos a la Coordinadora Popular y Solidaria, que se creó en agosto de 2020 y actualmente engloba a 13 redes de ollas y merenderos solidarios de todo el país. Brenda Bogliaccini, integrante de la coordinadora y de la Red de Ollas y Merenderos del Cerro por Autonomía y Vida Digna, dijo a la diaria que es importante para la organización que el PIT-CNT le haya delegado esta tarea, porque es una forma de reconocimiento.

“Esto tiene una razón histórica concreta. Desde el comienzo, los trabajadores, los sindicatos y el PIT-CNT fueron fundamentales en esto de proveer insumos [para las ollas]. Ellos también armaron ollas. Muchos de sus locales fueron cobijo de ollas y merenderos. Y también fueron fundamentales en la logística, en acercarnos insumos, en acompañar”, recordó Bogliaccini, y apuntó que “en la historia del movimiento sindical, cada vez que hay un conflicto con una patronal, hay una olla que hacen entre los trabajadores”.