Los amigos de Walfredo siempre fueron jodones. Desde el liceo había sido el blanco de todas las bromas, que a veces incluían castigos físicos. Pero él estaba convencido de que en el fondo eran buenas personas, por eso no le extrañó que organizaran una fiesta para celebrar su primer año de casados con Maricia. Ellos alquilaron el local, compraron la comida y diseñaron la invitación que circuló por Whatsapp entre familiares y conocidos. La fotografía que utilizaron fue la misma que, en forma de gigantesco póster, decoraba la entrada del salón de fiestas: Walfredo y Maricia besándose ante la mirada pícara del padre Felipío, al cierre de la ceremonia religiosa.

Esa noche los homenajeados llegaron en remise, saludaron a todos y se ubicaron en una de las mesas. La fiesta comenzó con un video que recopilaba las fotos de los primeros doce meses de amor, incluyendo la luna de miel en Disney, al ritmo de un tema de Céline Dion. Después de las imágenes, un integrante del grupo de amigos pidió la palabra.

—Los muchachos y yo hicimos un gran esfuerzo para que hoy todo saliera bien, pero queda la última sorpresa. Katia, por favor.

Muchos de los presentes intercambiaron miradas. No conocían a ninguna Katia. En ese momento la mujer que estaba sentada junto a Walfredo le soltó el brazo, se puso de pie y se sacó la peluca rubia que tenía en la cabeza.

—Ma... ¿Maricia?

—Perdón, necesitaba el dinero —susurró la joven con pena.

Varios treintañeros reían a carcajadas, golpeando las mesas con los puños y secándose las lágrimas, mientras el que había pedido la palabra continuaba su alocución.

—Walfredo nos dijo mil veces que no quería una despedida de soltero, pero nosotros se la organizamos igual.

—¡La más larga de la historia! —gritó otro.

—Contratamos a Katia, una bailarina exótica, para que tomara el lugar de Maricia después del matrimonio en el Registro Civil.

El homenajeado señaló la gigantografía de la entrada.

—¡Eso es imposible! ¡El padre Felipío nos casó en la Catedral!

—Todo falso. El cura era otro actor disfrazado, y a la iglesia la alquilamos con la excusa de filmar un corto. Andan tan necesitados de dinero para silenciar víctimas que no hicieron muchas preguntas.

Walfredo caminó hacia la foto y descubrió que ampliada a tres por dos metros se notaban claramente la prótesis nasal y la peluca del falso religioso. A esa altura la mitad de los presentes compartía lo ocurrido con el mundo a través de las redes sociales.

Katia sufría incluso más que su cliente. En esos doce meses había pasado de tenerle asco cada vez que lo besaba a sentir una mezcla de afecto y lástima por el larguísimo engaño. Quiso acercarse a consolarlo, pero Walfredo la apartó con asco.

—¿Y Maricia? ¿¡Dónde está Maricia!?

—Quedate tranquilo. Ella lleva un año entero sedada y siendo alimentada por un tubo por un grupo de profesionales. De hecho, tienen orden de despertarla más o menos a esta hora.

En ese momento llegaron, tarde como siempre, los padres de Maricia. Los invitados lo supieron por el golpe seco contra el piso, que no fue causado por la madre de la muchacha (que se agarró de una silla antes de desmayarse) sino por su padre (que dejó caer al bebé de dos meses que llevaba en brazos). El resto de la despedida de soltero no fue tan memorable.