José Mujica asegura estar tomando “un curso acelerado” e “intensivo” para “aprender a callarse la boca”. Luis Alberto Lacalle admite que algunas expresiones suyas han sido “inapropiadas”. Los dos hablan de dedicarse a las propuestas, de evitar el choque malintencionado, de mirar hacia el futuro. En cierta medida, cumplieron: por estos días dejaron de insultarse entre ellos y pasaron a insultar a sectores importantes de la ciudadanía. Una táctica suicida si lo que pretenden es ganar las elecciones.

Reunido hace siete días en Florida con productores agropecuarios, Lacalle cuestionó al gobierno por “darles a 80 mil atorrantes 5.000 pesos por mes para no hacer nada”, mientras dejaba a los tamberos desamparados ante la sequía. Se refería a quienes han recibido en este período el Ingreso Ciudadano, que suman cerca de 3% del electorado. Parece poco, pero no: Tabaré Vázquez se consagró presidente en la primera vuelta de 2004 porque superó por apenas 10 mil votos la mitad de los emitidos. Es posible que el Partido Nacional haya perdido un senador con una sola palabra de su candidato. Hay menos pobres en Uruguay, pero todavía quedan bastantes, y no les debe de gustar que los traten de pelotudos.

Mujica estuvo menos preocupado que Lacalle por perder votos: el domingo, en un acto en San José, ofendió a unos 280 mil ciudadanos. A los que aún no decidieron qué votar. A ésos a los que, según el candidato frenteamplista, “no les viene bien nada”; los que “critican todo, siempre se quejan de que todo está mal, de que esto no tiene salida, no se comprometen”. Les estaba pidiendo a sus simpatizantes que apremien a los indefinidos que conozcan, para convencerlos de que lo voten a él. Y si esos indefinidos no les hacen caso, serán unos “giles” que habrán actuado “contra el pueblo”. Mujica suele quejarse de que le sacan sus palabras de contexto, pero resulta difícil rodear las de San José con un marco bonito. No es tan alejado del diccionario conjeturar que, para el candidato frenteamplista, quienes no lo votan son estúpidos y mala gente. Después del exabrupto de Florida, Lacalle practicó un mea culpa frente a su comando de campaña. Sus declaraciones fueron “inapropiadas”, admitió según El Observador. Pero su justificación fue una burla a la inteligencia de los correligionarios que lo acompañaban: “A veces permitimos que nos llevaran por el camino del agravio”, sentenció, como si lo hubieran injuriado 80 mil pobres asistidos por el Estado.

No entendió nada, como tampoco Mujica. Lo que dijo el “presidenciable” frenteamplista sobre los indecisos demuestra falta de reflexión sobre los resultados de las últimas encuestas de intención de voto y las conclusiones de los expertos en opinión pública. Por primera vez en los últimos 25 años, ciudadanos que ya habían definido su preferencia por algún candidato la dejaron en stand by porque hubo algo que no les gustó. ¿O porque son “giles”, están mal informados o abrigan el deseo oculto de “votar contra el pueblo”? No, dijo a Radio Uruguay el sociólogo César Aguiar, decano de los encuestadores de este país y presidente de la firma Equipos Mori: “Estos indecisos son más sofisticados y tienen fuertes dudas sobre la oferta electoral; no porque no la conozcan, sino porque la conocen”.

En anteriores campañas, los aspirantes a la presidencia se encargaban de llamar a silencio a los dirigentes de sus partidos que metían la pata. Ahora, en cambio, las segundas líneas del nacionalismo y el frenteamplismo callan cuando sus candidatos dicen barbaridades, para no desautorizarlos. O dicen barbaridades aun peores. Pedro Bordaberry, Pablo Mieres y Raúl Rodríguez, que vienen actuando sin brillo pero con cierta corrección (y decencia), pueden esperar una cosecha interesante si se reparten unos pocos puntitos del actual porcentaje de indefinidos.

Para el Frente Amplio, gobernabilidad significa triunfo en primera vuelta. Para el Partido Nacional, balotaje y alianza firme con el Partido Colorado. Pero las internas dejaron a los dos lemas mayoritarios bastante resquebrajados, aunque hoy no se note por el enduido de la campaña. Y los agravios intercambiados entre ambos dificultan el tendido de puentes necesario para que el próximo período de gobierno transcurra con un mínimo de previsibilidad política, que mantenga o mejore la calidad de la democracia uruguaya.

A este penoso paisaje le pintan encima injurias a miles de ciudadanos. Como si Lacalle y Mujica pretendieran añadir a la previsible polarización política el malestar de amplios sectores. Esta campaña es desprolija, sí, y uno de ellos va a ganar jugando mal, haciendo fouls y con un gol bobo sobre la hora. Pero lo grave no es que sea desprolija, sino que es, además, irresponsable.