Entre el puño apretado y el respirador, jugando para ganarse la holgura pero terminando con la mínima ventaja, Uruguay liquidó a su favor el repechaje ante Costa Rica y clasificó a Sudáfrica 2010. Fue 1 a 1 pero debió ser algo más. No hubo agradecimientos a Paco pero sí piñas que quedarán para el recuerdo como el mismísimo limonazo del 85, entre nuevas versiones del sufrimiento de toda la vida. Hubo final feliz después de sudar tinta: hay una indiscutible cuota de justicia en ese sello que ya marca el pasaporte de la selección de Óscar Tabárez.
Fortalezas y debilidades
Los uruguayos empezaron haciendo gala de una combinación potencialmente explosiva: presión y precisión. Como recién sueltos de una cadena, arrancaron a pura corrida y mordida. La buena nueva inicial fue la exactitud que permitió que el empeño no fuera en vano. El arquero Navas la vio cerca en el entrevero del minuto 2 y casi adentro cuando Lodeiro la cerró a los 3. La sintió cuando le descolgó un tiro candidato al ángulo a Forlán y al detener un cabezazo de Godín que hizo sonar otro grito de “gooo”, a los 5 y a los 6 minutos.
Sin embargo, poco después Costa Rica cuidó la pelota cuando le escapó al peaje del medio, con la determinación del que valora lo que no le sobra. Muslera fue Superman para volar ante un tiro de colección de Bolaños, que demostró con patada de distancia el buen pie repetido al encarar por derecha.
Los brillos ticos fueron pocos en comparación con el juego de Lodeiro. Se tomó revancha de la primera y mala noche, con fútbol a destajo por la calle central y la buena compañía que encontró en Forlán y Palito. No así en Suárez, que demoró dos de las buenas y, entre medio, se perdió una de las mejores. Pintando en celeste, fue un primer tiempo de más fortalezas que debilidades. Ni cerca de ser de baile.
Ayer temí
Los guiones de las clasificaciones celestes siguen estando a cargo de malos tipos. Ayer lo escribió el mismo que en 1985 puso a Venancio frente a un penal pesado en toneladas. No puede ser otro que el que mandó a Viduka a marcar lo que casi valió por empate australiano, en la definición resuelta por el Chengue a fines de 2001.
Al muy vivo se le ocurrió que el segundo tiempo empezara con Uruguay pasando a jugar con cuatro en el fondo y ganando en seguridad. Sobre el otro arco acumuló llegadas celestes entre buenas aproximaciones del Maxi Pereira y confirmaciones de Forlán y Lodeiro. Gol y clasificación parecían inminentes. Parecían…
Hijos de un rigor inmerecido, los uruguayos terminaron la noche cenándose las uñas. El rugido del Centenario que siguió el gol de Abreu de los 24’ del segundo tiempo cedió ante el “sí, se puede” costarricense que retumbó cuatro minutos después: Centeno aprovechó un error defensivo y empató. Uruguay seguía en el Mundial pero jugaba a un gol del precipicio. Saborío malogró el empujón que pudo cerrar la pesadilla. Un tiro rasante lamió el arco de Muslera, que hizo vista tras un mano a mano en el que el delantero tico convirtió a un defensa en el poste.
Uruguay jugó desencajado un lapso que pudo costarle la eliminación. No tan desencajado como algunos muchachos de Tenfield, que se fueron a las manos con los suplentes de Costa Rica y forzaron la interrupción momentánea del juego. En eso, antes del susto de Saborío, cuando Crossa pedía el micrófono de Romano y se aprestaba a relatar a los boxindangas, el partido volvió. Al rato, la calma y la sensación de que lo peor había pasado. Colaboró el ingreso del Flaco Fernández, porque volvió a poner la pelota cerca del arco ajeno.
La tensa calma desembocó en el grito ensordecedor que se pegó al pitazo del juez y saludó la clasificación. Uruguay festejó entre la niebla, después de siete minutos de alargue. Por allá por las once de la noche, fue el 32º equipo confirmado en Sudáfrica. Conociendo el paño, el guionista ahora se dedicará a instalar previsibles discusiones. No está nada mal. Al fin y al cabo, serán hijas del momento más lindo que vivió la selección en ocho años.