Contaba Kafka que cuando Gregorio Samsa se despertó una mañana, después de un sueño intranquilo, se encontró sobre su cama convertido en un monstruoso insecto. No sería menos interesante que un monstruoso insecto se hubiera transformado en ser humano, ni es menos inverosímil que Luis Alberto Lacalle se haya despertado una mañana, después de un error de campaña, convertido en centroizquierdista.

“Pasó de moda el Golfo, como todo, ¿viste vos?”, cantaba Carlos -El Indio- Solari en 1991. La canción se llamaba “Queso ruso”, como cierto tipo de bomba casera, hecha con una lata llena de pólvora y clavos. Hace unos días, la palabra “bomba” conducía a Feldman. Pero también pasó de moda Feldman, como todo. Las encuestas dicen que aquella bomba de entrecasa no lastimó a la candidatura de Mujica, y ahora las piezas publicitarias de la fórmula blanca plantean extraños juegos de palabras que aluden al frenteamplismo. “El Frente ya tiene Parlamento propio, pero el país es más amplio”. “Pongamos al frente del país a un presidente más amplio”. Y terminan con letras rojas y azules sobre fondo blanco.

Hace unos días que Lacalle destaca con frecuencia su buena relación con Tabaré Vázquez, que es real y data de los años en que uno era presidente de la República y el otro, intendente de Montevideo. Insiste además en que se llevaba muy bien con el general Liber Seregni. Habla de diálogo, concordia, consejos de salarios y derechos laborales. De las muchas coincidencias que hay entre su programa y el del adversario. Y, por supuesto, sugiere que lo importante del domingo 29 será elegir a la persona más adecuada para llevar adelante esas ideas, que según dice son casi las mismas.

Se trata del mismo Luis Alberto Lacalle que, cuando ejerció la presidencia de la República, hizo gala de un estéril empecinamiento en su propósito de regular, con gran rigor, la movilización sindical, luego de desregular, con manga muy ancha, la fijación de salarios. Viene a la memoria otra historia de metamorfosis, narrada en una notable canción de Leo Maslíah sobre el Príncipe Ogro, maestro de la transformación mágica, que un día era el peor azote de sus vasallos y al otro se convertía en “estrella vigilante / de la dicha general, servidor y protector de los más necesitados, / príncipe de la equidad, esperanza del dolor, propulsor de la igualdad, / ave de buenos presagios, ruiseñor de la abundancia, defensor de los sufragios, / santo de fraternidad, ángel de la libertad por los siglos del instante”.

Ahora en fase dadivosa, el candidato blanco presentó ayer una serie de propuestas que apuntan a reducir toda clase de impuestos (ver nota en esta página), sobre la base de dos hipótesis: que la situación fiscal permita llevar a cabo tan reconfortante propósito; y que haya legisladores frenteamplistas dispuestos a levantar la mano para cambiar decisiones de gobierno de su propia fuerza política. Sobre la posibilidad de que lo segundo se verifique, Lacalle ha reiterado un argumento de singular candor:* no cree que ningún parlamentario se niegue a bajar la carga tributaria.

Ese razonamiento del líder herrerista tiene la tersura inquietante de las afirmaciones que no son falsas pero tampoco significan nada: es verdad que en el Parlamento podría existir mayoría, o incluso unanimidad (salvo que se prevea algún caso de notable maldad) para reducir impuestos, si los objetivos del próximo gobierno pudieran financiarse con otros recursos. Pero esa eventualidad implica muchísimos supuestos no explicitados, acerca de cuáles serían esos objetivos y cuáles los otros recursos. Y es obvio que apenas se profundice en esos asuntos aparecerán diferencias de enfoque, que todos conocemos y que van más allá de las sumas y restas sobre resultados fiscales. Por ejemplo, las diferencias que llevaron al actual gobierno frenteamplista a implementar el impuesto a la renta, en vez de apostar todas las fichas al IVA como hicieron sus antecesores. Lo que es indiscutible es que si la situación fiscal no lo permite, el propósito de rebajar la carga tributaria será apenas un bello anhelo, tan válido y tan irrelevante como el deseo de que hallemos enormes yacimientos de petróleo y gas natural.

No es que sea condenable tanto despliegue de buenas intenciones. Lo que induce a la sospecha es el momento en que aflora.

  • Entiéndase “candor” en cualquiera de las dos acepciones del término que figuran en el diccionario de la Real Academia Española: “Sinceridad, sencillez, ingenuidad y pureza del ánimo”; o “Suma blancura”.