En los bañados de Ciudad del Plata, más conocida como Rincón de la Bolsa, en el departamento de San José, trabajan desde hace 40 años más de 60 familias recolectando juncos y totora. El trabajo de los junqueros de esta zona, que requiere mucho esfuerzo y sacrificio, permite abastecer a todo el país de esteras y todo tipo de manualidades que se elaboran con ese material.
Por su cercanía a la costa, los humedales de Ciudad del Plata reciben agua salada del Río de la Plata y dulce del río Santa Lucía, lo que permite que los juncos crezcan con más rapidez en esa zona. Cuando uno pasa por el puente que separa el departamento de San José del de Montevideo puede ver los abanicos de juncos ya cortados flotando en el agua, esperando a ser recogidos por los junqueros. La recolección es zafral y se realiza entre setiembre y marzo, cuando los juncos y la totora están más crecidos.
Fabián Vicente se va temprano hacia los bañados y comienza su faena a eso de las 8.00. Para llevar adelante la faena “hay que tener buen clima”, contó a la diaria. Una vez en los bañados, hay que esperar que el río esté bajo para comenzar a cortar los juncos, que deben medir más de un metro.
Una vez cortados y atados, hay que esperar que el río crezca para que floten y así arrimarlos a la orilla. “Es un trabajo muy sacrificado, esperamos al rayo del sol que la marea baje, y después que suba, para terminar la tarea. Después de sacarlos de los bañados hay que llevarlos al tendedero, secarlos, atarlos y después venderlos. A pesar de todo ese trabajo, somos los que ganamos menos de todo el proceso productivo”, dijo.
En promedio cada recolector hace 20 mazos de juncos por día y cada uno se vende a menos de 30 pesos a los talleristas que se encargan de elaborar las esteras y otros productos que luego se comercializan.
Para Mariela Lindner, encargada del proyecto del Mides, los recolectores son el eslabón más débil de la cadena productiva del junco. Según dijo a la diaria, “la recolección de juncos es un trabajo que requiere mucho esfuerzo físico, además de que conlleva asumir ciertos riesgos. Implica estar con los pies húmedos y expuestos al sol varias horas y luego cargar al hombro los mazos de juncos pesados”.
Además, en los bañados puede haber insectos y víboras, por no mencionar los afluentes químicos que diferentes empresas vierten al arroyo en esa zona, que además de perjudicar el medio ambiente les irrita la piel causando picazón. “El trabajo es sumamente arriesgado y se desarrolla en condiciones precarias. Antes de que se produjera esta iniciativa del Mides, los trabajadores no estaban formalizados ni agrupados y carecían de un equipo adecuado para realizar su trabajo”, agregó Lindner.
Más recursos
Para revertir esta realidad, el Mides trabajó desde principios de año con más de 50 junqueros, pero sólo unos pocos decidieron continuar el proceso y agruparse. “Se hizo un acompañamiento al grupo para que se conformara como cooperativa social, lo que implica que pasan a tener derechos como trabajadores y seguridad social. También pueden facturar las ventas, lo que les permite ingresar a otros mercados. Ellos tuvieron que comprender las ventajas que les daba formalizarse. Para que la cooperativa resulte rentable y puedan pagar los aportes, deben vender el junco un poco más caro. Eso se logró en acuerdo con algunos talleristas, que están dispuestos a pagar más”, dijo Lindner.
A su entender, el grupo ya es conocido en la zona y mejoró la autoestima de los trabajadores, que tienen aspiraciones de seguir progresando. También como parte del apoyo del Mides, se dará un préstamo a los junqueros para que puedan comprar un bote con motor para llegar más lejos a algunos islotes donde el junco crece más alto, a través de su Programa de Apoyo a Emprendimientos Productivos.
Según Vicente, existe una alta demanda de junco en el mercado y por ese motivo se debe recolectar todo el que sea posible. La sequía del año pasado y la cantidad de agua salada que entró a los bañados perjudicó la materia prima. “El junco está muy feo, se vino abajo y está muy cortito. Por eso pretendemos llegar hasta la isla del Tigre, en el río Santa Lucía, donde hay muy buen junco, y hacer la recolección allí, ya que es más rentable. Para eso necesitábamos el bote a motor”, explicó.
El apoyo del Mides también les permitirá adquirir equipos impermeables y botas para mejorar las condiciones de trabajo en los bañados, así como acceder a dos máquinas de tejer junco, para poder avanzar en parte del proceso productivo.
El proyecto está siendo ejecutado en conjunto con la empresa Isusa, una industria productora de fertilizantes y productos químicos (cuya planta está ubicada muy cerca de los bañados), que se comprometió a dar a los junqueros una infraestructura adecuada para trabajar. Entre otras cosas, Isusa se comprometió a construir galpones para que puedan tender el junco para secarlo, además de darse una ducha y guardar sus pertenencias.
Para Vicente, trabajar en grupo y en mejores condiciones “es nuevo y positivo para todos”. “Los cortadores de juncos no queremos seguir como estábamos. Yo siempre trabajé por las mías; el Mides e Isusa nos abrieron una puerta y estamos en eso. Lo que más me llena de orgullo es ver cómo nos juntamos, cuando antes prácticamente ni nos conocíamos. Ahora estamos trabajando juntos y en armonía y tenemos oportunidades de salir a adelante. Sabemos que estamos en el camino correcto”, dijo. José Dewali tiene 59 años y desde hace 40 trabaja en los bañados de la zona. “Yo muchas veces quise formar un grupo, pero la gente tenía un poco de miedo de quedar sin trabajo y todavía tenemos ese problema. Ahora somos un pequeño grupo que sale a luchar por un proyecto, y vamos a sacarlo adelante. Esperamos que cuando se vean los primeros resultados se acerquen otros trabajadores. Quiero que esto sea un logro para mis hijos y los de mis compañeros”, dijo a la diaria.
Dewali coincide con su compañero en que el trabajo en los bañados “es duro”. “Hay que pasar calor, frío y estar de las seis de la mañana hasta las seis de la tarde metido ahí adentro. Es muy sacrificado, pero pese a ese sacrificio estoy satisfecho con lo que hemos alcanzado. Nunca tuvimos beneficios sociales ni cobertura asistencial. Es algo nuevo y muy bueno para uno, que lleva toda una vida trabajando en negro y ‘judiado’ por las personas que nos compran, que tienen el monopolio de todo esto, pagándonos lo que ellos quieren”, señaló.
Para Dewali, la regularización de la actividad cambia sustancialmente la situación. “El precio lo ponemos nosotros, y si el material no lo compran lo trabajamos en el grupo, porque ahora contamos con herramientas que antes no podíamos comprar. El panorama se muestra más favorable para nosotros, para que podamos competir con los compradores y se valore más nuestro trabajo. Estoy muy contento porque fue un paso grande que dimos. Nuestra meta ahora es favorecer a quienes todavía no pudieron mejorar su situación”, concluyó.