El Frente Amplio tuvo poco más de 48 por ciento de los votos emitidos el 25 de octubre. El Partido Nacional y el Colorado, sumados, se aproximaron al 46 por ciento. En un cálculo de almacenero, se puede afirmar que el electorado se dividió en mitades casi iguales, porque la diferencia es de moneditas y el vuelto podría pagarse con chicles para los gurises. ¿La sociedad uruguaya también se dividió en mitades?

Si se toman en cuenta los puentes dinamitados durante la campaña entre los partidos que en los próximos cinco años ejercerán el oficialismo y la oposición, las dificultades que eso supondrá para la gobernabilidad y los pocos pero muy desagradables hechos de violencia registrados aquel domingo a la medianoche entre simpatizantes de uno y otro bando, la respuesta deseable es no. Por favor, no.

Si se toma en cuenta que los candidatos, además de postularse a ocupar cargos, se proponen como líderes de corrientes nacionales de opinión; que se anduvieron tratando unos a otros de chorros, asesinos y corruptos; y que pintaron sus “modelos” y sus “estilos” como irreconciliables, la respuesta deseable vuelve a ser no.

Si se toma en cuenta que el espíritu de los partidos debería alejarse del estereotipo del hincha de fútbol, porque por ahí termina primando la lógica del barra brava, ésa que se manifiesta en consignas compuestas como las “canciones de cancha” de Peter Capusotto, con deseos de muerte y alusiones homofóbicas dirigidas al contrario, la respuesta deseable e imperiosa es, de nuevo, no.

Si se toma en cuenta que adherentes a una y otra facción llegan a cuestionar con entusiasmo a votantes de su mismo partido porque no comparten su apego a la ortodoxia, a la que consideran obligatoria… bueno, no. Ojalá que no.

La calma ya no es sólo una respuesta deseable. Pasó a ser una cuestión de supervivencia. Muchos dirigentes políticos formularon esta campaña electoral desde una dialéctica de guerra. Se enfrentaron con sus contrapartes, con las que deberán negociar durante cinco años, como si fueran enemigos mortales. Jugaron a persuadir a los votantes de que el triunfo del rival precipitaría la debacle nacional. Resulta inevitable que esos sentimientos se contagien a los sectores más militantes de la sociedad.

La respuesta deseable es que, transcurrido un cuarto de siglo desde la restauración democrática, tal vez Uruguay haya llegado a un estadio de desarrollo institucional tal que la política no sea tan perturbadora. Que los tres lemas mayoritarios se han probado en el gobierno y que la alternancia no es una perspectiva dramática, sino sana. Que el Partido Colorado, el Nacional y el Frente Amplio tuvieron oportunidad de aprender bastante sobre el manejo de la cosa pública y que los ciudadanos aprendieron, a su vez, a no reclamarle al Estado que les solucione todos los problemas. Que lo deseable es que en algún momento la política deje de ser vivida como una actividad en la que todo es cuestión de vida o muerte, y pueda ser también, en muchas ocasiones, un tema de conversación interesante y entretenido, o una actividad agradable y provechosa, en lo individual y en lo colectivo, para quienes decidan dedicarse a ella.

El Frente Amplio perdió votos entre las elecciones de 2004 y las de octubre pasado por primera vez desde su fundación. El Partido Nacional resignó unos cuantos más. El Partido Colorado, que había tocado su piso, repuntó. La calesita electoral tiene eso: se gana, se pierde, se empata. Llorás o festejás un domingo de noche, y el lunes la vida continúa. No da para tirar piedras a los vidrios del local adversario.

Si para algo sirvieron las encuestas de este año fue para demostrar que los votos por sectores políticos, como los votos matrimoniales, son cada vez menos compromisos de por vida. Los perdés en un barrio, los ganás en cierto sector de ingresos, los empatás en algún departamento. Se equivocaron quienes pensaban que tendería a extinguirse la porción “flotante” del electorado, ésa que no elige un partido porque nació con su camiseta puesta. Esos ciudadanos a los que en Venezuela llaman los “ni-ni”, ni chavistas ni opositores. Esta vez fueron ellos los que determinaron el resultado final de las elecciones. Definieron su voto casi sobre la hora, y no sabemos qué harán en 2014.

Son los partidos los que están polarizados. No la sociedad. Cuando pase el domingo 29 comenzará el enfriamiento de los polos. Porque hay que gobernar, hay que hacer oposición, hay que negociar y ninguna de esas cosas puede hacerse en caliente. Porque en algún momento hay que cortarla con tanta pavada.