Malas palabras, tacos, insultos, palabrotas, expresiones malsonantes.

Son tan variopintos como comunes en la mayoría de las culturas e idiomas occidentales. Buena parte de la sociedad suele usarlas a diario sin rubor. Sin embargo, una tradición también común a Occidente hace que habitualmente nos rechine cuando vemos alguna de esas expresiones escrita, o cuando la oímos fuera de nuestro ámbito más íntimo.

Esto es lo que nos plantea Rodrigo Gorga, un lector de 21 años, que manifiesta haberse sentido molesto por el uso que le dio Guilherme de Alencar Pinto, en una crítica de cine publicada el 9 de enero (sobre el filme Crepúsculo), al vocablo “cogen” para referirse sin eufemismos al acto sexual.

“No tengo en mi memoria un registro para afirmar o no que el uso de este tipo de palabras sea una práctica común de la diaria y mucho menos puedo hacerlo con respecto al autor, pero la verdad es que me sorprendió y no me la esperaba en el momento del artículo. ¿Peco de sensible y de conservador en el uso de las palabras si digo que no era necesario referirse de esa manera a las relaciones sexuales?”, plantea Rodrigo.

No creo que el lector peque de sensible, aunque tal vez sí de conservador, si consideramos conservador a quien se aferra a lo establecido y rechaza los cambios bruscos o radicales.

Es absolutamente cierto que el uso de “palabrotas” está expresamente prohibido en la mayoría de los manuales de estilo. El matutino El País de Madrid plantea por ejemplo: “Las expresiones vulgares, obscenas o blasfemas están prohibidas”. Pero aclara: “Como única excepción a esta norma, cabe incluirlas cuando se trate de citas textuales, y aun así siempre que procedan de una persona relevante, que hayan sido dichas en público o estén impresas y que no sean gratuitas. Es decir, sólo y exclusivamente cuando añadan información”.

En los diarios de lengua inglesa, habitualmente herederos de la estricta ética protestante, es extremadamente raro ver “malas palabras”, y su uso, en caso de ser imprescindible, suele resolverse con una guiñada al lector tal como la expresión “the F word” (la palabra con F) para hacer referencia al tan manido “fuck”.

El dilema que plantea Rodrigo es sin duda interesante.

Desde tiempos inmemoriales, las referencias a lo sexual o a las necesidades fisiológicas (es decir, a todo aquello que generalmente transcurre fuera de la vista de los demás) causan pudor. Lo mismo ocurre con las partes del cuerpo humano vinculadas a tales actividades.

Por ello, para designarlas existe en castellano siempre un término aceptado socialmente y otro más vulgar, de uso habitual pero desaconsejado por las buenas costumbres y la tradición.

La risa fácil en los escenarios muchas veces proviene de esa simple comprobación: la mención de una palabrota sorprende al espectador.

En la diaria no existe un punto de vista oficial al respecto. El director, Marcelo Pereira, reconoce la falta de discusión sobre el asunto. Sin embargo, opina: “un artículo es también una pequeña obra de arte, en el sentido humilde de la expresión (el ejercicio de un arte u oficio), en la que lo ideal es que haya opciones estilísticas conscientes, a partir de reflexiones sobre qué y cómo se quiere comunicar en cada caso. En ese marco, no creo que prohibir a priori el uso de tal o cual recurso sea lo mejor”.

En otras palabras, la utilización de “expresiones vulgares, obscenas o blasfemas” no está a priori prohibida en la diaria. Su uso depende del caso y del autor.

Y en este caso, el autor De Alencar Pinto asegura que la utilización de la palabra de marras no fue casual.

“Lo de ‘cogen’ responde a que es una actividad normal y esperable en novios con las edades de los personajes de la película, y decir que copulan o hacen el amor produciría, para mi sensibilidad, como un sentido de observación científica (copulan) o cierta solemnidad (hacer el amor)”, explica. “Decir que los noviecitos decidieron no hacer el amor es como decir que todavía no tomaron una opción sobre la que hay que meditar, mientras que decir que no cogen es decir que no hacen algo natural y común”.

La explicación es válida. Este defensor de los lectores coincide en que algunas veces la palabra a utilizar es una de aquellas que están desaconsejadas por la mayoría de los manuales de estilo.

Con un criterio liberal (como opuesto a conservador) que está en la base de la publicación, el periodista debería analizar meticulosamente, aunque sin temor, si es realmente la más apropiada, y si su mención no es gratuita u ofensiva.

Si el redactor puede evitar el uso de términos o frases vulgares, debe hacerlo. Pero si honestamente llega a la conclusión de que ésa es la oración o término más apropiado, puede usarlo con libertad.

Eso sí, en ese caso debe escribirlo con todas sus letras. Como dice El País de Madrid: “’Le llamó hijo de puta’, no ‘Le llamó hijo de p..'”.