El agua es resultado de lo que le llega y al Miguelete le habían volcado al menos por 50 años residuos sólidos, domésticos y de las industrias que habían florecido a mediados del siglo XX, mientras la comunidad y las autoridades de entonces hacían la vista gorda. La primera normativa sobre vertidos data de 1968, pero los controles al respecto se instauraron aun más tarde, en 1990. Así, la oscuridad de sus aguas tapaba toda clase de delitos.
Un centenar de industrias vertiendo efluentes sin tratamientos, la falta de saneamiento urbano, y la basura tirada directamente al arroyo por la población, que aumentó proporcionalmente a los asentamientos irregulares que a partir de la década de 1960 se instalaron en sus márgenes, hicieron del tramo medio del Miguelete un peligro sanitario y ambiental latente. La sumatoria produjo una contaminación de niveles alarmantes y llevó a que los peces y todas las demás especies que conformaban el ecosistema se buscaran un mejor lugar para poder sobrevivir.
Si bien en los tiempos del paso de los siglos XIX al XX el arroyo era paseo obligado de montevideanos y montevideanas y un lugar de esparcimiento y deportes, unos 100 años después se había convertido en un sitio donde había que ser valiente para siquiera acercarse a sus costas, con extensos parques arbolados desaprovechados por el aire enrarecido de aguas cuasi servidas. “Un curso de agua sin oxígeno no puede soportar la actividad biológica, de modo que nada vivía allí”, explicó el ingeniero agrimensor Ricardo Martínez, director del servicio de Geomática de la Intendencia Municipal de Montevideo (IMM).
Primeros auxilios
Una figura de planificación derivada del Plan de Ordenamiento Territorial (POT) delineó en 1998 el “Plan Especial para la recuperación física, ecológica y ambiental del arroyo Miguelete”, aprobado finalmente en 2002, para que la ciudad y sus habitantes desarrollaran una nueva relación con el curso de agua.
“El objetivo era eliminar las fuentes de contaminación, recuperar la calidad de las aguas y construir un parque lineal que acompañara longitudinalmente el arroyo, dando lugar a un nuevo paisaje”, dijo Martínez.
La idea era transformar las “tugurizadas” márgenes del arroyo en paseos de parques equipados con ciclovías, sendas peatonales y vehiculares, al servicio de los barrios adyacentes.
El Miguelete carecía de valor desde el punto de vista urbanístico. “El propósito fue integrarlo al imaginario y la actividad cotidiana de todos los montevideanos. Recalificar los nuevos tejidos urbanos frente al arroyo, estimular la inversión inmobiliaria y revertir la degradación de la zona”, agregó Martínez.
Las intervenciones partieron de dos premisas: generar el parque en la parte urbana y preservar la condición rural de la cuenca, minimizando la actividad humana y procurando que la naturaleza se manifestara en plenitud. El plan se realizó paulatinamente y las obras se ejecutaron por tramos, con su propio proyecto en cada uno, que responde a iniciativas y modos de gestión diferentes, aunque siempre se buscó que hubiera una unidad.
No se puede pintar sobre la humedad, por eso lo primero fue concretar el Plan de Saneamiento III (PSIII), que se llevó a cabo entre 1996 y 2006 a un costo de 220 millones de dólares y eliminó en buena medida el vertido de efluentes directos al curso de agua. “Del centenar de industrias en la cuenca del arroyo quedan sólo diez vertiendo en forma directa, el resto lo hace al saneamiento”, detalló el director de la División Saneamiento de la IMM, Américo Rocco.
Paralelamente, se instauró un programa de monitoreo de la contaminación de origen industrial a cargo de la Unidad de Efluentes Industriales (UEI) del gobierno municipal, y otro a cargo del Laboratorio de Calidad Ambiental. La UEI identificó las industrias responsables de 90 por ciento de la contaminación industrial del departamento que son motivo de seguimiento permanente. Se fijaron metas con relación a los niveles de cromo, plomo, metales pesados, aceites, grasas, sulfuros y sólidos de distintos tipos. Todos esos parámetros comenzaron a ser observados en forma periódica.
Signos vitales
La ingeniera química Alicia Raffaele, directora de la UEI, dio una idea clara de cómo se modificaron los vertidos. “En 1996 la cuenca recibía el aporte de unas 24 empresas y la contaminación orgánica que causaban equivalía a la ocasionada por una población de 188.000 personas”, recordó, para detallar que en 1997 se comprobó que el vertido de cromo llegaba a unos 111 kilogramos por día y el de sulfuros a 28 kilogramos.
Raffaele comparó con “noviembre de 2008, cuando se contabilizan 30 empresas que producían una contaminación equivalente a la de una población de 21.400 personas y se vertían apenas 0,42 kilogramos por día de cromo y 2,2 kilogramos de sulfuros”.
Las aguas evolucionaron favorablemente. La directora del Laboratorio de Calidad Ambiental, Gabriella Feola, aseguró que el Índice Simplificado de la Calidad de Agua (ISCA) ha mejorado respecto de años anteriores. “No es el que puedes encontrar en aguas que surgen de una montaña o de un glaciar, no es potable, pues estamos hablando de un curso que atraviesa la zona suburbana y urbana, y obviamente sólo pretendemos mejorar con respecto a lo que era antes”, comentó.
En términos técnicos y teniendo en cuenta que el agua potable para abastecimiento se encuentra en el rango de 85 a 100 (100 es la impoluta agua de montaña), Feola explicó que en los últimos diez años las aguas del arroyo Miguelete pasaron de un rango de 16 a 30 sobre 100 a uno de 46 a 60. “No es para bañarse, pero es un agua que ha ido mejorando claramente, en la que puede haber vida”, aseguró.
Por otra parte, comenzó la obra civil más visible. El caso paradigmático y último fue el realojo de unas 400 familias de uno de los asentamientos más antiguos de la ciudad, dejando lugar al proyectado parque lineal de 400 metros, que se concretó con el apoyo de la Junta de Andalucía, de España, y la apropiación del espacio por parte de los vecinos. Luego seguirán otros casos similares.
En el residencial barrio El Prado, una propuesta de vecinos llevó a la construcción de un circuito aeróbico. Gabriela Debellis, técnica de Planificación, Gestión y Diseño de la IMM, contó que todo fue posible por la iniciativa de un grupo grande de corredores que necesitaban reacondicionar y reforzar la senda aeróbica y el pavimento gastado de balasto. En esa zona, otrora poblada de casonas con jardines sobre el arroyo limpio de entonces, los márgenes adquieren un aspecto más señorial, tienen pavimento pétreo y hay una serie de diques para evitar que el arroyo se seque, una intervención que data de la década de 1940. El año que viene se van a instalar luces.
Garzas y un lobito
“Ahora se puede venir a tomar mate, antes era imposible”, narra Marcelo Merladet mientras pasea con sus dos hijos, uno de ellos en un triciclo, en el terreno que antes ocupó un asentamiento irregular en el hoy parque Juan Pablo Terra, que lleva el nombre de un arquitecto de la zona, cofundador del Frente Amplio.
Esas dos cuadras de parques fueron sistemática y minuciosamente objeto de vándalos. El espacio consiste en dos cuadras con césped más alto de lo aceptable para un espacio público y una ciclovía en la que no queda ni una luminaria sana. La comunidad se acerca, pero aún cuesta su cuidado.
También se intervino una zona próxima al barrio 40 Semanas, una de las más deterioradas del tejido urbano, donde había graves problemas de plombemia.
Martínez indicó que sobre el margen derecho se redescubrió lo que, se supone, es el muro de un muelle, que por el tipo de construcción podría ser de un antiguo molino de los jesuitas de fines del siglo XVIII. Su altura da la pauta de cuánto mayor era el volumen de agua y cómo se perdió debido a la impermeabilización de la superficie, que no permite la infiltración hacia el subsuelo. En resumen, “60 por ciento del tramo urbano del arroyo Miguelete se ha intervenido o se está en proceso de hacerlo”, aseguró.
De todos modos, Rocco señaló que todavía queda una veintena de asentamientos en la cuenca del arroyo y otros ubicados en las subcuencas de los afluentes arroyo Casavalle y cañada Matilde Pacheco, además de algunas franjas de viviendas precarias en los márgenes. Eso representa un problema, porque una de las principales actividades económicas de sus ocupantes es el reciclado de basura. Y todo lo que no sirve va a parar al arroyo.
Hasta hace unos días había cuatro grupos cooperativos trabajando diariamente en la limpieza del arroyo y en tareas afines. El ingeniero Carlos Paz, del Servicio de Operación y Mantenimiento de Saneamiento, dijo que Cuarenta y Pico (una de esas cooperativas) sacaba entre tres y seis metros cúbicos de residuos flotantes por día. “El componente es variado: hay plásticos, animales muertos, metales, neumáticos, botellas, bolsas, dependiendo de las crecientes y los depósitos”, indicó.
Gladys Rivero, presidenta de la cooperativa contó que hay gente que los aplaude al ver el trabajo que realizan. “Pero también se han dedicado a provocarnos y tirarnos basura por la cabeza y a uno de los asentamientos ya no vamos más”, dijo.
Por su parte, la IMM instaló dos Ecopuntos y un Univar (planta de valorización de materiales ya clasificados), con la idea de captar los residuos en su punto de generación y formar circuitos limpios, tratando de disminuir las clasificaciones en el hogar, algo que acostumbra hacer 85 por ciento de los clasificadores. Pero éstos siguen prefiriendo su casa.
Martínez relató que en una reunión con vecinos para evaluar la evolución del plan, una participante dijo que estaba molesta porque los chiquilines del barrio les tiraban piedras a las garzas. “Ésa fue una gran noticia, porque quiere decir que hay. La colonización de las aves de un territorio que era agresivo nos habla de que la biología hace su trabajo y mejora las condiciones ecobiológicas”.
También el arquitecto Pedro Vasqué, del Centro Comunal Zonal 14, asegura que “se pueden ver peces”. “Es un trabajo muy de hormiga, los resultados se van a ver con el tiempo”, dice. Y hay quienes juran haber visto tortugas e incluso un lobito de río.
(Este artículo fue publicado originalmente por la agencia IPS)