Que un presentador televisivo y radial que hace más de 40 años trabaja en los medios se exprese con un vocabulario limitado y que tenga una dificultad llamativa para transmitir una idea puede hacer calentar a alguien y llevar a cuestionar las formas en que se informa a nuestra población, pero no es motivo suficiente ni mucho menos para descalificar la tarea que realiza esa persona ni su idoneidad para llevarla a cabo.

Tener una voz clara y potente y salir con soltura ante las cámaras también pueden ser virtudes apreciables en un profesional dedicado a la comunicación. No hay que ser Cervantes para ejercer el periodismo. Alguien que sepa obtener, verificar y comunicar correctamente información puede estar encaminado a ejercer tareas vinculadas a la comunicación periodística de manera digna.

Lo que no es aceptable es la carencia absoluta de responsabilidad a la hora de lanzar un mensaje cuando se está frente a un micrófono. El pasado viernes, en el inicio del programa radial La oral deportiva que emite Radio Universal, el comunicador Alberto Kesman (AK) comenzó su participación haciendo alusión a una foto publicada por el diario El País, donde se mostraban los incidentes ocurridos en la tribuna Olímpica durante el clásico disputado el pasado miércoles. Llevándose puestos por delante los postulados más básicos del oficio periodístico, señaló que una de las personas que participaban en el incidente y que en ese momento estaban siendo perseguidas por otras tenía en su cintura algo que podía ser un teléfono, pero capaz que era otra cosa, dejando caer con una irresponsabilidad total -sin la menor prueba, sino simplemente basado en el “rumor que está en la calle”- que podía tratarse de un arma. Siguiendo con su insostenible argumentación, AK se dejó de insinuaciones y señaló que una cosa era pegarle a alguien indefenso y otra era hacerlo a una persona que portaba un arma, siempre apoyándose exclusivamente en el supuesto que sostenía el rumor popular. Estaba escuchando la radio y me quedé atónito. Si bien AK no se caracteriza por la profundidad de sus comentarios sino más bien por lo contrario, la falta de rigor de los dichos que estaba lanzando a los miles de personas que lo escuchan diariamente me indignó. La ligereza de la insinuación de AK me sorprendió, más aun por provenir de alguien que por ser indiscutidamente el relator futbolístico más escuchado desde hace años y un reconocido presentador televisivo es una de las referencias ineludibles a la hora del análisis de cómo se canalizan los comentarios deportivos en nuestro país. Por otra parte, desde que hace algún tiempo fue víctima de un cobarde ataque en el que resultó agredido con una piedra a la salida de un partido en el Parque Central, AK cree tener una palabra autorizada para hablar sobre los hechos de violencia en el deporte, según la lógica de “yo sé de lo que estoy hablando porque me pasó”. Pero lo del viernes fue excesivo. La mirada indulgente que se puede tener hacia alguien se termina cuando -en momentos en que las situaciones de violencia en el deporte, básicamente en el fútbol, están aflorando de manera permanente, cuestionando severamente la forma en que se relaciona nuestra sociedad- se oye este tipo de mensajes.