Maela, fundado en 1992, está presente en veinte países de América Latina. Lo integran campesinos, pequeños y medianos productores ecológicos, consumidores, mujeres rurales, indígenas, jóvenes rurales e instituciones de apoyo a la agroecología.
Actualmente funciona en nuestro país la sede de la coordinación de la región del Cono Sur, que comprende a Uruguay, Argentina, Brasil, Paraguay y Chile.
Las organizaciones miembro de Maela Uruguay son Consumidores Organizados de Productos Agroecológicos del Uruguay (COPAU), Asociación de Productores Orgánicos del Uruguay (APODU), Red de Acción en Plaguicidas para América Latina (RAPAL), Redes Amigos de la Tierra, Centro Uruguayo de Tecnologías Apropiadas (Ceuta), Centro Emmanuel y Zona Rural.
En el encuentro del fin de semana -que se extiende hasta hoy- participaron integrantes del movimiento de los cinco países del Cono Sur; a nivel nacional, asistieron también organizaciones vinculadas a la Red de Agroecología, y la Asociación de Mujeres Rurales del Uruguay (AMRU).
Modelo legendario
Maela tiene como misión “fomentar la agroecología como componente estratégico y político de un modelo alternativo de desarrollo”. En este sentido, reivindica la defensa de la soberanía alimentaria; la libre circulación y el control de semillas nativas y criollas por parte de los agricultores, campesinos o indígenas; la biodiversidad; los mercados locales que promuevan formas solidarias de intercambio; y la valoración de los “saberes locales como patrimonio intangible de los pueblos rurales”.
En diálogo con la diaria, María Noel Salgado, coordinadora de Maela-Uruguay, aclaró: “La agroecología no es lo mismo que la agricultura orgánica. La agricultura ecológica es una forma saludable de hacer agricultura familiar que permite conservar el territorio, que la familia trabaje en el medio, y conservar una cuestión cultural muy fuerte. Es lo único que nosotros creemos que va a dar un modelo sostenible como alternativa de desarrollo rural”.
En el Plan Estratégico 2008-2010, Maela contextualizó la agricultura en un sistema “cada vez más global de internacionalización de los mercados y del control mundial de los alimentos por un grupo de corporaciones tradicionales”.
En ese mismo documento, detallan los efectos inmediatos del sistema imperante, que afecta diversos planos: la producción, el comercio, el consumo y la cultura. El primer efecto es la “apertura de las economías nacionales con el consecuente incremento de las importaciones alimentarias, desaparición de la producción autóctona tradicional y homogeneización de los patrones de consumo a favor de la producción del norte desarrollado”.
El segundo señala un “aumento de la pobreza como fenómeno extendido sobre todo en áreas rurales, lo que ha favorecido la migración creciente, sobre todo de población joven, hacia centros urbanos nacionales y el exterior”.
En tercer lugar, se afirma que “desde el punto de vista político la tendencia predominante es al alineamiento con la propuesta globalizadora, favoreciendo modelos que no son sustentables ni ambiental ni socialmente”.
Consultada sobre cómo está Uruguay en la materia, Salgado explicó que organizaciones como Apodu y la Red de Agroecología han tenido “avances enormes, pero por otro lado, la amenaza es cada vez más fuerte: la producción transgénica sigue avanzando, se siguen ocupando espacios que antes se ocupaban para la agricultura familiar, viene todo el modelo con las nuevas mineras y se consolidan todas las estrategias de forestación. Es decir, las políticas no van por el lado de dar a la agroecología un lugar como para poder mostrar efectivamente su potencialidad; entonces, queda a costillas de los productores y de las organizaciones de apoyo hacer viable el modelo. Hay una escala en que es posible, pero hay otra en la que se necesita que las políticas de desarrollo rural actúen para dar escala a ese proceso, y eso no está pasando”.
Control total
La conservación de las semillas locales y criollas es un elemento clave, porque permite a los productores continuar cultivando y reproduciendo variedades milenarias, que además están adaptadas al medio. La política implementada por empresas multinacionales se presenta como una amenaza, porque apunta a controlar el mercado de semillas y, con ello, todo lo que se cultive. En el plan estratégico, el movimiento afirmó que “diez corporaciones controlan 32% del mercado comercial de semillas y el 100% del mercado de semillas transgénicas. También controlan el mercado global de agroquímicos y pesticidas. Sólo cinco corporaciones controlan el comercio mundial de granos. Además, tienen en sus manos las innovaciones tecnológicas, posibles gracias a millonarias inversiones en investigación y custodiadas mediante la Propiedad Intelectual y de Patentes que se aplican no sólo sobre materiales inertes, sino también sobre las semillas y seres vivos”.