Terminado el ciclo electoral que comenzó con las internas del año pasado, el principal saldo general es, a primera vista y con los datos parciales disponibles en la noche de ayer, la reafirmación de los resultados de hace cinco años. Sin embargo, una mirada más cuidadosa detecta novedades relevantes -aparte de la elección de tres mujeres-, cuya importancia radica sobre todo en lo que insinúan con miras al próximo ciclo, que comenzará en 2014 (con características probablemente distintas, ya que está sobre la mesa la idea de una nueva reforma electoral).

El Frente Amplio, que había retenido el año pasado la presidencia de la República y la mayoría en ambas cámaras del Poder Legislativo, no cambió de modo significativo su cantidad de gobiernos departamentales. En 2005 había ganado ocho (Canelones, Florida, Maldonado, Montevideo, Paysandú, Rocha, Salto y Treinta y Tres) y ahora quedaría con un número similar; lo mismo sucede con el Partido Nacional (PN), que tenía diez (Artigas, Cerro Largo, Colonia, Durazno, Flores, Lavalleja, Río Negro, San José, Soriano y Tacuarembó). El Partido Colorado, que había triunfado hace cinco años sólo en Rivera, mantuvo ese bastión y quizá le agregó Salto.

Pero ya sabemos que el “no cambio” en escala nacional contiene en realidad cambios bastante considerables. Por ejemplo, el triunfo de José Mujica sobre Danilo Astori en las internas del FA, pese a que éste fue apoyado por Vázquez; la emergencia de dos grandes bloques frenteamplistas y su posterior alianza; la derrota de Jorge Larrañaga y una nueva victoria a lo Pirro de Luis Alberto Lacalle (que, como en 1999, ganó las internas de su partido pero no fue capaz de disputar con chance la mayoría del país); y el comienzo de una nueva fase para el coloradismo, con Pedro Bordaberry a la cabeza.

Anotemos también un nuevo talante conciliador en las relaciones entre oficialismo y oposición, acompañado curiosamente por tiranteces entre blancos y colorados, sobre todo porque Bordaberry está claramente dispuesto a consolidar un perfil propio, que en el corto plazo impide a los lemas tradicionales articular movimientos tácticos conjuntos para afrontar el predominio frenteamplista, y a la vez bloquea la iniciativa estratégica de avanzar hacia alguna forma de coalición entre los lemas tradicionales. Mientras tanto, está pendiente -y se supone que comenzará ahora, después de las departamentales- el análisis del PN sobre su desempeño electoral, que obviamente tendrá mucho de autocrítica (aunque no tan “auto”, ya que lo que se vislumbra por el momento es que el desempeño de Lacalle como candidato será cuestionado sobre todo desde Alianza Nacional, la corriente encabezada por Larrañaga).

También hay cambios dentro del “no cambio” en lo departamental, aunque blancos y colorados no hayan conseguido reconquistar las intendencias más preciadas, y pese a que ya no sorprende, entre esos lemas llamados tradicionales, el trasiego de votantes opuestos al Frente, que deciden en cada ocasión a qué partido y a qué candidato apoyan. En la votación del FA se vislumbran noticias de considerable entidad, y todas ellas encienden luces de alerta.

Los frenteamplistas no parecen haber aumentado de manera destacada su votación en ningún departamento, y en varios de aquellos donde retuvieron el gobierno (entre ellos, nada menos que Montevideo, Canelones y Maldonado) las proyecciones indican que perdieron apoyo en relación con 2005. Y eso a pesar de que se consolidó la práctica de presentar candidaturas múltiples a las intendencias, presentada inicialmente como algo excepcional, pero que ya es una herramienta empleada sin disimulo para ampliar la oferta del lema o fortalecer desarrollos sectoriales, a la vieja usanza de los partidos tradicionales (que tan criticada fue durante décadas desde la izquierda).

Hace cinco años hubo candidatura única frenteamplista en sólo cuatro departamentos y múltiples en los quince restantes: doble en once y triple, sobre el borde reglamentario de lo que marca la Constitución, en cuatro. Ahora volvió a haber una sola oferta del FA en cuatro departamentos (Canelones, Lavalleja, Montevideo y Rocha), pero no fueron los mismos: sólo repitió Montevideo, el único en el que hasta ahora nunca ha habido más de una postulación. Lo que cambió es que los departamentos con dos aspirantes del Frente disminuyeron, pasando a ser ocho (Artigas, Cerro Largo, Durazno, Flores, Florida, Paysandú, San José y Treinta y Tres), y los que tuvieron tres del FA aumentaron, llegando a ser siete (Colonia, Maldonado, Salto, Soriano, Río Negro, Rivera y Tacuarembó).

En Montevideo es donde se pueden observar con más claridad señales de descontento con el oficialismo. La proporción inusitada de votos en blanco y anulados pelea el segundo lugar, ya que estuvo cerca de los apoyos que recibieron los dos candidatos opositores más respaldados, Ana Lía Piñeyrúa y Ney Castillo. Y parece muy probable que el malestar se haya canalizado también de otras formas, incluyendo parte de los votos al lema o a sublemas del FA, y también con votos desganados, cuyo correlato notorio en la noche de ayer fue la escasez de festejos.

La magra votación lograda por las listas de concejales se vincula con lo anterior, ya que -en ausencia de datos más discriminados acerca de cuánto pesó esa abstención dentro de cada partido- huele a que muchos votantes del FA no ensobraron la lista de su partido, aunque fuera única para cada municipio. Es cierto que había gran desconocimiento, pero también hay que ver que no fue contrapesado por la confianza.

No es obvio que el desencanto tenga una causa principal. Puede haber contribuido a gestarlo el proceso de designación de la candidata, pero también, por supuesto, la evaluación poco satisfactoria de la gestión municipal que termina, y quizás algunas acciones recientes del presidente de la República. Sea como fuere, no está claro cómo se proponen afrontar los frenteamplistas el problema, en caso de que decidan hacerlo.