Las luces se apagan, la música y el DJ indican que aparecerá en escena el primer stripper de la noche. Las chicas aclaman, una máquina comienza a largar humo y un chico sube al escenario. Baila, marcada y desinhibidamente, los fragmentos de marcha y reggaetón -mayoritariamente- que acompañan y guían su show de unos 20 minutos. Baja del escenario, recorre las mesas, elige a una chica, la lleva al escenario y establece un juego guiado que ella acompaña y, a veces, cómplice, magnifica su excitación. El stripper poco a poco va quitándose sus prendas hasta quedar en tanga o sacársela, pero teniendo la precaución de tapar su delantera con una tela o con la prenda de que disponga. Esta escena se repitió por cuatro a lo largo de la noche del viernes en Café Sahara.

En Montevideo hay seis boliches que incorporan rutinariamente show de strippers a lo largo del fin de semana (algunos abarcan también miércoles y jueves). Hay sitios exclusivos para chicas (Subterráneo Magallanes, Café Sahara, Il Tempo); sólo para gays (Chains); para gays, bi y heterosexuales (Caín), y para todo público (Ibiza). En el interior del país los boliches incorporan strippers esporádicamente, a donde acuden los que cubren el mercado montevideano. También hay en los balnearios más pudientes, en verano, donde la gran mayoría de los strippers proviene de Argentina. Asimismo, hay fiestas privadas que son mejor pagas pero no abundan.

La ocasión

la diaria llegó a Café Sahara a las 12.00, hora en que estaba anunciado el primer show. Había una veintena de mujeres bailando, que estaban allí desde las 22.30 consumiendo clericó y pizzetas, proporcionados por la casa a modo de canilla libre. Previo a las 12.00 el mozo consultaba nombres, lugares de trabajo y algunos detalles que luego serían mencionados por el DJ. “Es baja temporada de casamientos, no trajimos al cura, los que no se casan no lo quieren. Hoy trajimos al ginecólogo”, comentó al momento de presentar al primer chico que salió a escena y el griterío femenino fue unánime. A éste le siguió el militar, el brasileño y por último el ejecutivo.

Luis, dueño del lugar, explicó que él y su socio comenzaron en 1995, con un restaurante de mariscos, en Pocitos. En 1997 incorporaron el show de strippers, que en aquel entonces iba sólo los jueves y era exclusivo para mujeres; durante la crisis económica de 2002 el negocio se tambaleó, se mudaron al local actual en el Cordón, y como muchas mujeres querían acudir viernes y sábado, comenzaron a hacerlo los tres días. “El problema es que se casa menos gente”, dijo el dueño, y afirmó que a partir de la crisis de 2002 hubo una gran merma de casamientos, que comenzaron a repuntar recién hace dos años; indicó que marzo y setiembre son los meses en que más trabajan, porque es la zafra de las despedidas de solteras. “Es difícil encontrar el leit motiv”, confesó Luis.

Divorcios, cumpleaños y despedidas de viajes son los otros motivos frecuentes. El 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es otra ocasión que en los últimos años se ha convertido en una especie de zafra. “Las mujeres acá no están liberadas totalmente, si tuviéramos este lugar en Argentina nos llenaríamos de plata”, explicó.

El viernes en Café Sahara había cuatro grupos de mujeres, que festejaban cumpleaños. Las edades iban desde los veinte y poco hasta pasados los 40. Algunas tenían accesorios como antenitas, antifaces y sombreros. Antes de la medianoche y entre cada show de strippers, bailaban. Cuando aparecía el stripper todas tenían que estar sentadas; éste no hablaba, sólo daba alguna indicación puntual con quien le tocaba interactuar, el lenguaje pasaba por el cuerpo, gestos, caras, movimientos. Eso sí, tenían la prudencia de invitar a la mujer, si ellas querían limitarse a mirar eran respetadas: “No te voy a hacer nada”, le dijo bajito a una chica. Ella respondió: “No, no” y él se fue cordialmente.

Obviamente, los momentos más aclamados eran los más calientes. El ginecólogo, por ejemplo, tenía un estetoscopio y cuando lo pasaba por las cercanías de los genitales, o por el pecho de las mujer que llevaba al escenario, se escuchaba el furor. También eran aclamados algunos contoneos de cadera y pelvis bien logrados.

Durante las presentaciones muchas de las mujeres del público tomaron fotografías y luego el comentario en el baño era sobre las fotos que subirían al Facebook: “¡Ay, esa foto!”, “Yo quiero esa foto, te la compro”, bromeaban, o tal vez no.

Luis explicó que entre octubre y diciembre se vive otro clima, mucho más festivo, y que, salvo el desnudo total, no se marca allí ningún límite, que todo está en lo que la mujer disponga y hay veces que ellas han terminado de ropa interior.

En cambio, el público gay es mucho más osado que las mujeres: tocan y besan más. En general no es común poner dinero de propina en las tangas, como suele suceder en Buenos Aires, aunque sí se practica en algunos lugares.

En la mayoría de los boliches el contacto con los strippers para acordar un encuentro es limitado. Victor, stripper con el que dialogó la diaria, dijo que sólo en Caín los bailarines entran y salen del escenario por la misma puerta que ingresa el público; en el resto de los lugares no hay un contacto más allá de la función.

Generalmente, la cuestión pasa por ver e imaginar. Aun así, el dueño de Café Sahara explicó: “La mujer acá tiene que venir muy escondida todavía”. En el baño, una mujer cuarentona le contaba a otra que cuando iba en el taxi su marido le había mandado un mensaje que decía: “Acordate de que te quiero mucho”; y luego otro: “Tené cuidado con lo que hacés con esas yegüitas”, en referencia a sus amigas.

Trasfondo

Victor tiene 26 años y comenzó a hacer show de stripper a los 21. Es bailarín y da clases de aeróbica y step. Trabaja como stripper en varios de los boliches montevideanos. “Yo te vendo un baile, no te vendo sexo. Yo con chicos no salgo y cuando salgo con mujeres no lo hago por plata sino porque me gustan”, aclaró. Pero también es común que haya strippers que cobran por tener sexo.

Vivir de esta actividad en Uruguay no es posible. Los sueldos que cobran los marcan los boliches y en Montevideo van de los 400 a 1.000 pesos. Victor dijo que lo más común es el pago de 700 pesos e indicó que él maneja la extensión de su show en función del pago, por lo que su actuación varía entre los siete y los 20 minutos. Los boliches gay pagan cifras superiores a los otros. El número total de strippers es bajo, Victor indicó que no superan los diez, entre hombres y mujeres (éstas son menos).

Cuando acuden al interior del país es con previa coordinación; las sumas pactadas son mayores, pueden ser de 2.000 a 4.000 pesos, pasajes incluidos. Pero no siempre es seguro. Victor contó que fue a un boliche del interior pero que el dueño no le quería pagar porque no había ido gente: “El dueño no te quiere pagar porque no bailaste y porque no hizo plata, y vos querés cobrar porque dejaste lo que tenías para hacer y fuiste para allá, no es fácil ir hacia afuera por eso se cobra mucho. [...] Podés discutir, pero ¿a quién le vas a reclamar algo de palabra? Llamo a la policía y estoy en una ciudad que no es mía, peleando contra el dueño de un boliche… Son mil cosas que tenés que prever”.

Los strippers están al margen de todas las cuestiones de seguridad social. Los que más trabajan hacen dos, tres, cuatro boliches por noche. Victor indicó que, “con suerte”, trabajando todo un fin de semana, hace “1.500 a 2.000 pesos por semana, pero si al dueño se le ocurre no hacer nada un fin de semana, no bailás. Es muy engorroso, no es fácil y no está bueno para el prejuicio que tiene la noche”.

Él reconoce que es una forma de prostitución. “Sé que cuando salís con una chica no es porque sos buenísimo, es porque te vio bailar arriba de la tarima y sos fácil, sos uno más. Pero me ha pasado mil veces que me dicen: ‘Flaco, hasta acá llegamos porque me estoy enganchando contigo y yo no puedo llevar un stripper a mi casa’. No te ayuda para nada, a nadie le gusta. El padre de una chica me dijo: ‘Prefiero que barras a que te saques la ropa arriba de una tarima’. ¡Tiene razón!. No es lindo para nadie, no está bueno”, afirmó. En agosto viajará por seis meses a El Cairo como bailarín. Allí espera hacer una base monetaria que le permita volver a tener un gimnasio: “Vamos a cambiar el rumbo, ver si puedo empezar de cero, me voy a otro lado, vengo con algo y puedo evadir un poco el tema; sí quiero avanzar, porque es algo que te estanca”.

Pero la tarima tiene algo más. Eduardo, el otro stripper entrevistado, que es empleado público, señaló que sus motivos van más allá de lo económico: “Si te gusta bailar y tenés ínfulas de estrella está bueno, porque te divertís y todo el mundo te aplaude”.