Previo a la cumbre, la posición del gobierno de Barack Obama había sido claramente favorable a seguir manteniendo incentivos económicos financiados con fondos estatales como forma de impulsar el crecimiento económico. Esta decisión se basa en el supuesto de que un recorte del apoyo financiero del sector público puede ser perjudicial para la hasta ahora lenta recuperación de la producción que viene experimentando la economía estadounidense. En tanto, el gobierno de Alemania amplificó en Canadá la voz de los países miembros de la Unión Europea (UE), que bregan por reducir en forma consistente el elevado nivel de gasto público que condujo a una larga lista de naciones a generar déficits fiscales históricos. Dentro de la UE, la férrea posición germana logró convertirse en hegemónica, lo que terminó por arrastrar a la mayoría de los socios del bloque a aplicar draconianos ajustes fiscales. Los recortes incluso llegaron a países como España, que en principio se oponía a adoptar medidas que atentaran contra alguno de sus programas sociales.

El documento final aprobado por el G-20 terminó por dar cabida a las preocupaciones de naturaleza fiscal. Señala la necesidad de reducir el rojo de las cuentas públicas, en el entendido de que “los acontecimientos más recientes demuestran la importancia de garantizar la sostenibilidad de las finanzas públicas y la necesidad de que nuestros países adopten planes de sostenibilidad presupuestaria que gocen de credibilidad, estén debidamente dosificados y propicien el crecimiento, de manera diferenciada y adaptada a las circunstancias de cada país. Los países con problemas presupuestarios graves deberán acelerar el ritmo de la consolidación”, advierte el texto. Pero también quedó registrada la posición norteamericana: “Es esencial reforzar la recuperación. Para mantenerla, hemos de seguir aplicando los planes de estímulo aprobados, mientras creamos las condiciones necesarias para que haya una demanda privada fuerte”.

Angela Merkel, canciller de Alemania, se mostró conforme con los resultados plasmados en el documento final de la instancia ejecutiva. “Es mucho más de lo que esperábamos, que los países industrializados se hayan comprometido así, es un éxito”, celebró, según declaraciones consignadas por el diario español El País. Otros mandatarios, sobre todo aquellos de los denominados países emergentes, mostraron sus discrepancias respecto de las reiteradas referencias a la austeridad incluidas en el documento: “Reducir el déficit a la mitad, para algunos países, es un ajuste draconiano; cuando uno se pasa en la medicina, puede matar al paciente”, alertó el ministro de Economía de Brasil, Guido Mantega. Mientras tanto, la presidenta de Argentina, Cristina Fernández, afirmó que “la política de austeridad es un desastre. Nosotros ya lo experimentamos en 2001”, evocó.

Confianza con mi madre

Intentando dejar relativamente conformes a quienes defienden una y otra posición, los autores de la declaración de la cumbre de Toronto hicieron un esfuerzo por condensar visiones difícilmente conciliables. Más allá de haber logrado evitar, con cierta elegancia, entrar en colisión durante el pasado fin de semana, europeos y americanos seguirán pugnando por marcar su impronta en la definición de una nueva agenda económica global. Parece quedar claro que el gobierno estadounidense no ha podido ocultar sus temores en torno a un probable enfriamiento de la recuperación económica. En Washington se considera que el grado de austeridad que vienen aplicando los gobiernos europeos puede resultar muy nocivo para la economía mundial, y, por lo tanto, afectar la producción doméstica norteamericana. El martes, el presidente Obama declaró sobre el asunto: “Desgraciadamente, a causa de los problemas que hemos visto en Europa, registramos ahora vientos de cara y un cierto nerviosismo e inquietud entre los mercados y en parte de los inversores y de las empresas”, lamentó el mandatario.

Por estos días se han conocido algunos indicadores económicos que dan cuenta de la fragilidad de la recuperación de la economía de EEUU. Tras una primera proyección que fijaba el aumento interanual del Producto Interno Bruto (PIB) en un 3% durante el primer trimestre del año, el Departamento de Comercio la corrigió a la baja la semana pasada, recortándola en tres décimas de punto porcentual a 2,7%. Los factores que más incidieron en el recorte del crecimiento previsto fueron el aumento del déficit comercial y un menor gasto de los consumidores.

El martes de esta semana Wall Street cerró su sesión con pérdidas del entorno del 3%. El más perjudicado de todos los indicadores fue el índice industrial ampliado Standard & Poors 500, que cayó a su nivel más bajo en los últimos ocho meses. De acuerdo al portal de noticias económicas Bloomberg, el desplome bursátil del martes se debió a un enlentecimiento del crecimiento de la economía de China durante abril y a un derrumbe en el índice de confianza de los consumidores estadounidenses, que se desplomó desde un 62,7% en el mes de mayo a un 52,9% en junio. Según Bloomberg, la dramática caída de confianza de los consumidores se explica por un mayor pesimismo de los americanos ante la falta de creación de nuevos puestos de trabajo y las malas perspectivas de la evolución de la economía de su país.

Estresados

En el viejo continente, las bolsas también cerraron con fuertes pérdidas el martes, acompañando los pronósticos negativos acerca de la recuperación de la economía global. Las acciones más castigadas volvieron a ser las de los principales bancos europeos, muchos de los cuales deberán cancelar hoy vencimientos de deuda con el Banco Central Europeo (BCE) por un total de 442.000 millones de euros. Según informó la agencia británica de noticias Reuters, el año pasado la autoridad monetaria del viejo continente había puesto a disposición de los bancos privados préstamos de emergencia a una tasa de interés de 1% anual. Mediante ese mecanismo muchas entidades financieras pudieron recibir la liquidez necesaria para seguir operando, lo que evitó un descalabro financiero generalizado en toda la eurozona. El hecho de que el BCE haya anunciado que no volverá a renovar los préstamos a plazos tan largos pone en juego las posibilidades de subsistencia de muchos bancos que siguen teniendo serias dificultades de solvencia. Los bancos españoles podrían ser los más perjudicados por la medida del BCE, ya que, en gran medida, dependen del apoyo de la autoridad monetaria para poder salir a flote.

La ministra española de Economía, Elena Salgado, ha manifestado que es partidaria de que se publiquen los resultados de las pruebas de stress efectuadas a la banca europea, trabajos que van a “demostrar que toda nuestra banca tiene una posición de solvencia inmejorable”, según declaraciones recogidas por El País. Las pruebas de stress son simulaciones sorpresivas que realizan los bancos centrales para evaluar qué posibilidades tienen los bancos comerciales de resistir a coyunturas de crisis financieras. Se estima que son muchos los bancos privados de Europa que podrían salir mal parados tras la publicación de los resultados de dichos testeos. Los bancos alemanes aceptaron ayer publicar los resultados de sus pruebas de stress, medida a la que anteriormente se habían opuesto. Se estima que serían varias las entidades financieras alemanas que podrían tener problemas para superar la evaluación de solvencia.