Estaba previsto que el encuentro en la cooperativa, ubicada en la Ciudad Vieja, a dos cuadras del Mercado del Puerto, fuera únicamente con dos de las cooperativistas de Mujefa, pero a último momento se sumaron más integrantes.

Goda salió a la puerta a esperarnos y una vez dentro se unió Miriam. Con ella fuimos a buscar a Beatriz, mientras Gona fue por su lado a buscar a Viviana. Beatriz fue la única que se hizo rogar; sin embargo, fue de las que más se soltaron a hablar con la diaria.

La peripecia de estas mujeres comenzó en el año 1989, en el Club de Niños, que en aquel entonces era del Iname (actual Instituto del Niño y Adolescente del Uruguay, INAU), y en un hogar infantil, ambos del Barrio Sur. Allí, un grupo de madres llevaba a sus hijos con el objetivo de que se formaran mientras ellas iban a trabajar. Con el tiempo, las madres de los chicos empezaron a trabajar en grupos con asistentes sociales y psicólogos y exteriorizaron sus necesidades. La vivienda era uno de los temas más latentes, fundamentalmente entre las mujeres separadas que se habían hecho cargo de sus hijos. “Nosotras doce éramos todas madres solteras, vivíamos en el centro, en piezas, en pensiones, de intrusas, invadiendo casas vacías, e inclusive alguna pasó un tiempo en la calle con sus hijos”, recordó Miriam.

A partir del trabajo realizado por los asistentes sociales y un equipo interdisciplinario, y de un proyecto piloto que implementó la Intendencia de Montevideo para cooperativas, surgió Mujefa y, por tanto, una respuesta a la solución habitacional. La propuesta era reciclar una casa antigua y construir varias viviendas.

“La intendencia financiaba la obra pero nosotras teníamos que decir dónde queríamos hacerla. Cuando nos dieron la llave de esta casa para verla, estaba embargada; la miramos y dijimos ‘ésta tiene que ser nuestra’”, contó con nostalgia Beatriz. Y agregó -mirando las baldosas originales del piso de uno de los patios interiores de la casa-: “Yo lo primero que vi fue estos pisos y me encantó. Luchamos por esta casa, tanto que la teníamos casi limpia cuando todavía no nos habían dado el sí de la venta”.

Cuando la comuna les dio el ultimátum para que se definieran sobre dónde construir la cooperativa, inmediatamente se concretó la venta de la casona, que hasta el momento había estado trancada por trámites burocráticos. “¡Me acuerdo de ese día!”, exclamó Miriam, “Fue un 4 de octubre. ¡Lloramos de emoción!”.

Paso a paso

Las obras comenzaron en 1994 y en mayo del 97 las 12 mujeres beneficiarias se mudaron.

Charna Furman fue la arquitecta responsable del proyecto, el que ella misma definió como “absolutamente revolucionario”, porque las mujeres pasaban a ser las jefas de familia. Furman se sumó al grupo en 1990, cuando se desempeñaba en el área Vivienda Popular de la Facultad de Arquitectura de la Universidad de la República. En conversación con la diaria explicó que las necesidades que tenían algunas familias del barrio, principalmente las familias monoparentales con jefatura femenina, generaron una gran movida que derivó en la formación de tres cooperativas. Mujefa fue una de las iniciativas que se consolidaron, aunque el grupo inicial superaba la veintena de mujeres de la que finalmente quedaron 12.

La arquitecta -que en la actualidad se retiró del ejercicio profesional-, recordó maravillada la estructura de la casa de una familia patricia de Montevideo: “Era una casa muy grande, excepcionalmente grande, originalmente tenía tres patios interiores, que todavía se mantienen, y habitaciones muy grandes con techos muy altos”.

El reciclado y la redistribución de una sola casa permitió dar alojamiento a las 12 mujeres y sus familias, y, desde entonces, sólo tres propiedades cambiaron de dueña. Pero el trabajo cooperativo tiene sus pros y sus contras. Reflexionado sobre el paso del tiempo, Furman acotó que si bien la cooperación permite “llegar a soluciones habitacionales que de otro modo les es imposible acceder a algunos sectores”, cuesta mucho mantener los vínculos y las relaciones durante la convivencia.

Las cooperativistas señalaron que en Mujefa sienten que la relación se está desgastando: “Tenemos tres patios en común, con una misma entrada, por momentos es como que tenemos poco espacio”, puntualizó Goda.

Más allá de las diferencias, la nueva directiva, que acaba de asumir, tiene planes de fortalecer las relaciones desarrollando talleres de cooperativismo para afianzar los lazos internos.

“A pesar de las diferencias que hoy podemos llegar a tener, gracias a Mujefa todas crecimos en autoestima, en seguridad personal, en proyectos, en cabeza, hubo un cambio en todas las mujeres. Esto demuestra cómo la vivienda dignifica”, agregó Goda.

Desde el momento en que se mudaron hasta ahora, las cooperativistas pagan en promedio media Unidad Reajustable (234 pesos) por mes. Viviana, tesorera del grupo, explicó que el dinero se invierte en limpieza y mantenimiento. Recién a partir del mes de noviembre comenzarán a pagar el inmueble a la intendencia, el pago será según el ingreso económico de cada núcleo familiar y la cantidad de integrantes que tenga, aspectos que serán revisados anualmente. De esta manera, algunas familias, por ejemplo, comenzarán pagando 300 pesos y otras pagarán unos 2.000.

Las cooperativistas admitieron que les hubiera gustado empezar a pagar antes, pero no se dio porque la intendencia estableció recién ahora el sistema de pago. La financiación será a 25 años y, aunque la mayoría de las cooperativistas rondan los 50 años, algunas plantearon con humor que los hijos serán quienes terminarán de pagar la deuda.