-Cuál es la situación actual que presentan los asentamientos irregulares a nivel mundial?
-Hay un billón de personas que están viviendo en esa situación. Llamamos asentamientos precarios a aquellos que tienen problemas de infraestructuras tales como falta de agua y saneamiento, o problemas en la calidad de la construcción. También entran en la clasificación las personas que invaden terrenos públicos o privados para asentarse. Las proyecciones realizadas señalan que para el año 2020 la cifra va a ascender a un billón y medio. Quiere decir esto que la participación cuantitativa de las ciudades informales con respecto a la población normal va a ser más alta.
-¿Qué porcentaje de superficie ocupan las ciudades informales con respecto a las formales?
-En San Pablo el porcentaje es menor al 10%. Esto es interesante, porque si nosotros comparamos la cantidad de área que ocupa en función de la población, vemos que es una ocupación súper densa. En Uruguay eso no acontece, pero en San Pablo y en otras ciudades latinoamericanas, la densidad de población es mayor con respecto a la que posee Barcelona, que es una de las que presenta mayor acumulación. En definitiva, son ciudades compactas que hacen un uso de territorio interesante porque, a diferencia de lo que acontece en las formales, consumen poco espacio. Eso es bueno porque pensando en el futuro, y más específicamente en el crecimiento de las ciudades, parecería un modelo interesante; no para repetir sino para estudiarlo. Para ver cuáles son los paradigmas de ocupación del territorio que pueden ser alternativos al tipo de ciudad tradicional que conocemos.
-¿Cómo son las características topográficas de los suelos donde se ubican las ciudades informales?
-Las implantaciones informales siempre se dan en áreas que no fueron interesantes para la ciudad formal. Son zonas con alta declividad, terrenos malos, o en áreas inundables como son las márgenes de los arroyos. En Montevideo, por ejemplo, se encuentran alrededor del arroyo Pantanoso y el Miguelete. Son las áreas que la ciudad no quiere o que no usa, donde al especulador inmobiliario no le interesa invertir porque no son buenas como para ser urbanizadas, y por otro lado, el resto de la ciudad tampoco las apropia como debería.
-¿Cómo se produce la apropiación del espacio público por parte de los pobladores que residen en las ciudades no formales?
-En la ciudad burguesa tradicional el aislamiento personal es progresivo y cada vez más grande. Por otro lado, el papel de la calle está cada vez más vacío de usos y contenidos; dónde habían avenidas comerciales ahora hay shopping centers, dónde había jardines hay rejas, etcétera. En contraposición a eso, en los asentamientos irregulares todo acontece en la calle. Esto sucede ya que las casas tienen un área sobrante, entonces el juego de los niños se produce en ésta, y también las propias interconexiones urbanas. Lo público tiene un valor mucho más importante y también los lazos de solidaridad son mayores.
-¿Cómo fue su experiencia de trabajo en la favela Paraisópolis de San Pablo?
-La situación de Paraisópolis es paradigmática; es una ciudad que tiene ochenta mil habitantes, que está inmersa en una de las áreas más valorizadas de San Pablo. Ahí las contradicciones entre rico y pobre, formal e informal, se hacen evidentes. La favela tiene una densidad demográfica de 500 habitantes por hectárea cuadrada. Es altísima si la comparamos con el promedio de 20 habitantes por hectárea que presenta la ciudad formal próxima. En Paraisópolis aparecen todos los problemas que presenta la ciudad informal. De ahí descubrimos una cosa importante, que el problema de la habitación social no es tanto de nivel cuantitativo como creen los políticos, sino cualitativo. Nuestra consigna es transformar eso en ciudad, darle ciudadanía a esas personas, generar identidad, darle infraestructura y espacios públicos adecuados. No se trata solamente de producir un determinado número de viviendas para luego cortar cintas y darle llaves a la gente. Eso no necesariamente implica resolver el problema habitacional de esa gente.
-El proyecto de reconversión de la favela está previsto que finalice en el año 2025; ¿la consigna es reformularla?
-Sí, en vez de reforzar el aislamiento de esa área, tratamos de integrar esa zona a la ciudad a través de elementos públicos como son las calles y otros elementos de infraestructura. La consigna es que sea un barrio más de la ciudad formal, pero no es fácil, porque ahí hay que luchar contra los preconceptos. Es interesante rescatar que todas las intervenciones se realizan con la participación y aprobación de la gente, que se da a través de la votación en urna. En la actualidad eso está estipulado en la ley de aquel país y surgió como una reivindicación contra las actuaciones que se hicieron durante los años 70 y 80, en las cuales se expulsaba a la gente de los lugares donde vivía y se les imponía otro tipo de solución habitacional. Esto, de alguna manera, te asegura que la gente se va a apropiar del lugar y va a tomar las iniciativas sugeridas como propias.
-¿La reformulación de una ciudad informal es un tema de costos?
-El problema no pasa por cantidades monetarias sino por la calidad arquitectónica que se proponga. Lo que fue hecho en la década de 1980 en Brasil, estudiar el fenómeno de las favelas simplemente como un déficit habitacional, y donde se trató de resolver eso en términos de números, no dio resultados. Se formaron nuevos guetos, nuevas áreas de riesgo debido a que se apostó al número y no a la calidad. Si bien es un tema social, también es un tema de arquitectura. Ésta propicia o impide que se susciten determinadas cosas. Los arquitectos tenemos que verlo en ese sentido y tomar conciencia acerca de que lo que estamos haciendo tiene consecuencias y no pasarle la responsabilidad a terceros. La arquitectura puede y debe propiciar mejoras en la calidad de vida de las personas y en las formas de usos.
-¿Cómo ve las soluciones de vivienda social que se están desarrollando en nuestro país, en lo que respecta a la calidad?
-En Brasil, se valoran muchísimo las experiencias de cooperativismo desarrolladas en la década de 1970 y 1980 en nuestro país. A nadie le interesa saber cuántas unidades se hicieron sino la calidad de éstas y la evolución que eso tuvo en la arquitectura, tanto nacional como suramericana. En esa época, a pesar de que ya estábamos regidos por un gobierno dictatorial, Uruguay consolidó un modelo de habitación social que fue paradigmático en el mundo. Esto sucedió porque existía una ley muy buena, que fue idealizada por un arquitecto (Juan Pablo Terra) y fue implementada por los mejores profesionales de la época.
-Particularmente, ¿a cuáles obras se refiere?
-Son muchísimas. Lo que quiero decir es que cualquiera de ellas está en un nivel muy por encima de lo que se hacía en otros lados. Me parece que hay que recuperar que los buenos arquitectos del Uruguay vuelvan a ser contratados por el Estado para realizar buena arquitectura social, que no necesariamente es más cara. También hay que dar escuela, luz, agua, saneamiento, transporte colectivo, etcétera. En ese sentido, es una consideración equivocada pensar en construir una vivienda barata en un predio alejado y sin valor. Operando de esa manera, estamos creando nuevos problemas, porque dentro de diez o quince años se van a tener que hacer los operativos de saturación policial, ya que ésa va a ser una población con delincuencia, producto del aislamiento.
-El gobierno está alentando el desarrollo de sistemas alternativos de construcción, utilizando materias primas como la madera para brindar soluciones de habitación social económica. ¿Qué opinión le merecen estas experiencias?
-Sin duda que abarata los costos, es cierto, pero vamos de nuevo... abarata los costos de una unidad habitacional. Yo no creo que el problema corresponda a si la vivienda es de madera, bloques o ticholos, creo que la misma puede ser de buena calidad o mala. No es un problema de materiales sino de saber quién está atrás de esa vivienda. Además de eso tenemos que concebir que ésta no se acaba en el umbral de la casa. La vivienda es el sistema de habitación que tiene que ver con la accesibilidad a los servicios públicos, a lo que la ciudad da. Eso es lo que tenemos que entender y es lo que quiero recuperar de una de las características de las favelas, la alta densidad y la localización, hasta en muchos casos, central. No se trata de elegir un terreno libre para hacer un conjunto habitacional en un lugar pésimo para que me salga más barato, se trata de entender a la vivienda como un elemento dinámico en una ciudad.