Casi un partidazo, casi lo ganó Cerro por lo que hizo en el primer tiempo, casi lo ganó Peñarol metiendo presión sobre el final. Un empate sin goles y sin emociones abundantes pero generoso en la entrega y en la vibración que existió el sábado ante una excelente concurrencia. Escuché que algunos periodistas radiales calificaban el primer tiempo como “mal jugado” y me pareció que de tanto ver a Peñarol, en este caso, o a Nacional en la otra mitad de las situaciones, juzgan la totalidad del partido por el rendimiento de esos equipos.
Cerro no hizo para nada un mal partido. Por el contrario fue al frente, impuso dominio de terreno, tuvo mucha flexibilidad táctica, exhibió muy buena capacidad técnica en varias individualidades (Gustavo Varela, Washington Camacho, OJ, Pagua, Filgueira) y cuando debió defenderse lo hizo con capacidad y orden. Todo lo anterior se apoyaba en una excelente condición física, la que está a cargo de un profesional de muchos años de actividad como el profesor Juan Tchakidjian. El equipo mostró agilidad, velocidad, explosividad, fuerza, y si al final le faltó resistencia y cedió terreno habrá que coincidir que jugaban con un rival complicado, el único que los supera en la tabla de posiciones.
Prima en ese equipo el espíritu de grupo. Sus jugadores se cubren, se relevan, se asocian, se desdoblan en ataque y en defensa, se ayudan, se apoyan y se podrían seguir destacando virtudes que asoman fuertemente cuando hay realmente clara noción de equipo y mucha capacidad de colaboración para llegar al objetivo común. En esto debe tener algo que ver la dirección técnica de Ricardo Tato Ortiz pero también quienes le han dado al DT tiempo suficiente en la responsabilidad de armar un buen colectivo.
En ese panorama cabe recordar que el sábado le faltaban, lesionado, el Loco Omar Pérez en ataque y, suspendido, el panamericano Guillermo de los Santos en defensa.
Pareció que Peñarol, acostumbrado a un determinado nivel de juego de los rivales que fue superando o igualando, había encontrado el listón más alto que lo habitual y eso lo perturbó. Se notó en el andar cansino de Pedro sin poder influir con su ya atisbada calidad, en la confusión en la que cayeron Torres y Walter López, otra veces claros y aportantes, en la parálisis que aquejó al promisorio delantero Santiago Silva e incluso en la recurrencia con que se acudió a continuas faltas agresivas no controladas de buena forma por una permisiva actitud del buen árbitro Darío Ubriaco.
En un esquema táctico de cuatro defensas con un volante central de mucho criterio y muy regular en su juego sin caídas de tensión -Óscar Javier Morales- cabe detenerse y analizar lo mostrado por los otros tres volantes que lo acompañaban y que se desplegaban en ataque: Pagua por derecha, Suárez por el centro y Camacho, preferentemente, por izquierda. De ellos, Suárez era el que tenía la misión de ser el ayudante número uno de OJ. Lo hacía, rompiendo juego, desde delante de él y colocándose, en función de contención, en el costado por donde venía el ataque rival quedando a la derecha o a la izquierda de Morales. Eso se mantuvo hasta que, ya en el segundo tiempo, cuando las fuerzas del colectivo cerrense fueron decayendo y Peñarol creció, el jugador que vino de Defensor -Seba Suárez- debió estar más pegado a OJ, formando un 4-2-2-2.
Esa flexibilidad táctica tuvo otras muestras claras: Filgueira fue muchas veces un volante de salida, Gustavo Varela nunca fue un atacante estático, Camacho es un volante laborioso pero tiene cabeza de enlace o delantero y como tal aportó en ataque pleno.
Fue raro pero no hubo abundancia de situaciones de gol. La más clara fue la que tuvo Gustavo Varela a los 14 minutos. De cabeza se llevó la pelota desde el mediocampo ganándole a Alejandro González; hizo la del manual y se abrió bien ante la salida de Carini pero, cuando lo logró, su tiro no fue efectivo y permitió que Valdez se luciera rechazando cerca de la línea de gol. Fue la gran chance. Hubo otras menores como las tuvo el equipo de Gregorio en el segundo tiempo; para empezar la producida a los tres minutos cuando un pase largo de Torres no lo tocó al arco, por un pelo, el recién ingresado Maxi Pérez.
“En el segundo tiempo Cerro aguantó”, dijo Tato Ortiz. En realidad, planteó resistencia plena en los últimos 25 minutos en el período en el que pareció que lo ganaba Peñarol por ley histórica, con la circunstancia añadida de algunos tiros libres sobre el borde del área con sucesivos fracasos, de Pedro dos veces y de Rosano en el tiro del final, cuando OJ fauleó a Zalayeta bien cerquita y en tiempo de descuento.
Peñarol se las vio feas pero salvó el honor y el invicto, y -aunque Cerro le sigue respirando en la nuca- sólo cedió parte de la amplia ventaja que sacó sobre los restantes rivales. Está vivo y en punta: el receso que se viene le hará muy bien para pulir su juego y encontrar otras variantes (a propósito: ¿no era una buena alternativa Zambrana, en los últimos 20 minutos?).
Al final corresponde un elogio para la hinchada albiceleste que también igualó el partido en número, aliento y hasta fuerza coral.