Para que desde el 1º de marzo de 2015 no coincidan como presidentes Tabaré Vázquez en Uruguay y Cristina Kirchner en Argentina tendría que ocurrir una tragedia. De las personales y biológicas, de las políticas que se traducen en revueltas populares y golpes de Estado o de las universales, como el fin del mundo que, según creen algunos, los antiguos mayas preveían para el año que viene.

Dos gobernantes de signo tan similar, aunque de raíces alejadas, no tenían por qué chocar. Pero chocaron. No siempre fue así: en la primera mitad de la década pasada, el Frente Amplio estuvo muy cerca de Cristina y de su marido y predecesor, Néstor Kirchner, fallecido hace un año. La aritmética más despojada indica que una de las claves del triunfo de Vázquez en 2004 fue el “voto Buquebús”, el de los ciudadanos uruguayos residentes en Argentina que cruzaron la frontera aquel domingo de octubre asistidos por lo que se conocía como “el matrimonio presidencial”.

Pero la instalación de una fábrica de celulosa de este lado de un río compartido y sin consultar al vecino, como lo confirmó el fallo de la Corte Internacional de Justicia en La Haya, impidió que la victoria frenteamplista fuera el comienzo de una hermosa amistad. El conflicto y el consiguiente corte de puentes oscurecieron todo el vínculo y pusieron en peligro la integración del Mercosur. La política interna complicó todo: la dirigencia sabe que los uruguayos aman odiar a Argentina, como suele sucederles a los habitantes de un país débil o pequeño respecto de un vecino grande o poderoso.

Los uruguayos podrían odiar argentinidades espantosas. Podrían apagar el televisor cuando los canales privados retransmiten esos horrorosos programas porteños. Ganarían en salud si leyeran aunque sea el peor diario o el peor semanario uruguayo y abandonaran esas revistas escritas por simios con el cerebro frito que empapelan de colores satinados los kioscos. La basura de la otra orilla factura millones en los 19 departamentos. De todos modos, ningún uruguayo vivo debe haber conocido un gobierno argentino mejor que los de Néstor y Cristina Kirchner. Y, sin embargo, en los últimos años se la agarraron con ellos.

Gran parte de los políticos uruguayos conocen ese sentimiento, o adolecen de él, y en el período pasado lo aprovecharon. La mayoría del Frente Amplio cerró filas detrás de Vázquez para apoyarlo en su gesta celulósica, desplegada con una intransigencia que abortaba la negociación. Y la oposición, si cuestionaba por algo al gobierno, era por flojo. Sí, la misma oposición que aplaudía a rabiar a Carlos Menem, aquel que prendió la mecha de la explosión argentina que casi pela las suaves ondulaciones uruguayas. ¿Por qué lo hacían? Ni siquiera para ganar votos: era para no perderlos entre los miles de argentinofóbicos truchos que detestan lo bueno (los Kirchner, entre muchas otras cosas) y adoran lo horroroso (Jorge Rial, entre pocas otras cosas, pero de gran popularidad).

Por suerte, uno de los que no siguió esa estrategia fue y es el presidente José Mujica. En un gobierno de claroscuros bien nítidos, lo que más brilla es el acercamiento con Argentina. Por eso la metida de pata de Vázquez la semana pasada en el colegio Monte VI despertó de golpe la infantil algarabía de no pocos uruguayos, como si se tratara de un partido de fútbol.

Cristina Kirchner le contestó en un acto de campaña, con dureza, pero también con educación: no lo nombró. Evocó en Gualeguaychú una imagen idealizada del difunto Néstor, quien, según dijo, evitaba “decir una sola palabra que pudiera ser interpretada como una agresión” a los uruguayos, y “siempre confió en el derecho, siempre confió en la América del Sur para resolver en paz sus conflictos”. En otras palabras, dijo que Vázquez suele agredir a los argentinos y desconfía del derecho y de los mecanismos de integración.

La primera presidenta argentina elegida en las urnas sigue en el cargo. Se apoya en una buena coyuntura internacional a la que ayuda con inversión pública, al revés que en el pasado. Ha defendido la memoria sin miedos extemporáneos, con dignidad, y los votantes lo notan. Cristina Kirchner tiene sus hugos moyanos, su maquillaje a las estadísticas y sus opacidades, contras que no les alcanzan a una oposición dividida que se desgañita gritando (con la posible excepción de Hermes Binner), mientras ella atenúa su agresividad y patoteos antes habituales.

Tendría que pasar una desgracia, pero no. Cristina Kirchner y Vázquez son sanos, sus países vienen surfeando bien la crisis mundial y los mayólogos están de cuento. Ella ganará el domingo sin dramas, y él en 2014, quizá en octubre. A Vázquez le servirán los votos cosechados en estos días belicosos, lo haya hecho o no por cálculo. Seguro que vuelve al ruedo: así como otros fuman tabaco, el líder frenteamplista tiene el vicio de renunciar y regresar en andas de sus simpatizantes, vicio compartido con algunos jurados de Bailando por un sueño.

Algunas clases de tango le vendrían bien, porque a Argentina y a Uruguay no les queda otra que bailar juntos.