La cocina del centro de salud Tarará, ubicado en el Prado de Montevideo, es uno de los dos lugares donde actualmente se desempeña la cooperativa Gastrocoop. Allí cocinan para unos 150 pacientes que reciben atención por medio del Ministerio de Desarrollo Social (Mides) o de la Administración de Servicios de Salud del Estado (ASSE), y que permanecen alojados desde una noche hasta varios meses.

Ayer, a media tarde, cuando preparaban la cena que se serviría a las 20.00, el calor en la cocina era intenso. Ni los dos ventiladores de techo prendidos ni la ventanas y puertas abiertas lograban generar una corriente de aire que refrescara a los cocineros, ayudantes de cocina y peones. Dos inmensas ollas con agua hirviendo en el centro del salón ayudaban a aumentar la temperatura ambiente a la que los cooperativistas ya están acostumbrados.

Eduardo, jefe de cocina, mencionó el calor extremo como uno de los factores que lleva a muchos a abandonar el arte culinario. Reparó en lo grande que es la cocina donde se desempeñan y que, sin embargo, no corre el aire: “Hay que cocinar en una cocina más chica; ¡no es para todos!”.

También enfatizó en la importancia de ir formando a los trabajadores que van entrando para mantenerlos motivados y que puedan crecer en el rubro. Para ello contemplan los diferentes niveles de manualidad y de discapacidad que tienen los compañeros. Si bien todos son egresados del Centro de Capacitación de Hotelería y Gastronomía del Instituto Psicopedagógico Uruguayo, dijo que allí aprenden cocina básica por lo que tienen que seguirse instruyendo. Willy, quien cortaba con agilidad y gran dominio las acelgas que formarían parte de la polenta rellena que estaban por hacer para la cena, es un ejemplo de superación, según contó Eduardo. Comentó que empezó como peón y ahora ascendió a cocinero: “Fue absorbiendo más y más información y la fue reteniendo, y uno obviamente va viendo las posibilidades de irse superando del otro”.

La ayudante de cocina Alejandra también coincidió en que cocinar no es para todos, mucho menos servir a los pacientes. Ella, que se definió como “muy sociable”, dijo que cuando lleva los platos a la mesa aprovecha a conversar con las personas que están en tratamiento y con sus acompañantes. Opinó que los pacientes los tratan muy bien y mencionó algunos episodios excepcionales. “Los diabéticos un día están bien y otro día están mal, y por ahí te tratan mal y vos tenés que entender que no te están tratando mal simplemente porque no les gustás sino porque están mal y se descargan con uno. Eso a veces te duele porque un día te dicen cosas lindas y otro día te mandan a freír boniatos”.

Alicia, quien se dedicaba a pelar papas, recordó que hubo un paciente que no podía comer con sal y consiguió a escondidas una bolsa y la compartía con el resto de los pacientes que tampoco podía comer sal. En esa oportunidad informaron a los técnicos del centro para evitar tener inconvenientes con la nutricionista. Más allá de los malos días o las pequeñas travesuras de los pacientes, “cuando no están más se los extraña”, afirmó Alejandra. “Cuando vienen a visitar el centro lo primero que hacen es venir por la cocina y a veces hasta nos traen una caja de bombones; quiere decir que les dejamos una buena imagen y eso te gratifica”.

El trabajo que los más de 20 integrantes de la cooperativa realizan desde 2009 fue reconocido el miércoles por el Odiseo, una mención que reciben personas con discapacidad que se destacan en algún área, en este caso empresarial. Sandra, secretaria de la cooperativa, sostuvo que el equipo demostró a todos que si les daban la oportunidad podían trabajar. En la actualidad, además de cocinar para el comedor de una fábrica de productos de plásticos están gestionando la cantina del Hospital Policial. Asimismo el grupo participa en un programa de capacitación en gastronomía a personas con discapacidad y en impulsar la consolidación de nuevas cooperativas.