El resultado del sábado de Nacional y la victoria violeta de ayer por la mañana obligaban a Peñarol a ganar para meterse en la conversa de la tabla anual. Una tabla que parecía muy difícil de alcanzar, pero, como el año pasado, Diego Aguirre pone al carbonero a coquetear con la “doble chance” que otorga el reglamento.
El partido arrancó siestero en los primeros 15 minutos, hasta que Matías Corujo hizo lo que cualquier persona sueña dentro de una cancha: matarla de pecho, chilena y pudrirla contra un palo. Y así fue. El hombre de Sauce, que estaba apenas adelantado al recibir el centro, puso al carbonero 1-0. Como dijo el Chenlo en el Depor Uruguay y suscribo, hay características estéticas de una jugada que merecen la exoneración de la pena al violar alguna de las normas reglamentarias. Recuerdo aquella chilena fantástica de Aldo Díaz para Tacuarembó frente a Miramar en este mismo campeonato, anulada por orsai, con sus 35 pinos a cuestas. Injusticia. Ayer el delito de lesa deportividad no se consumó y el “siga-siga” se impuso.
Pero Liverpool no jugaba mal. Estaba más ordenado. Y no demoró un desborde de Blanes por la derecha para mandar un centro no muy acertado, pero un pifie de Ale González y otro de Valdez le permitieron a Alfaro definir en el área chica y poner el empate dos minutos más tarde dejando las cosas como al principio, pero los negros de la cuchilla estaban mejor en la cancha. Peñarol estaba nervioso, sin encontrar su juego, y lo demostró a los 25 minutos cuando Mier le tiró un cortito a Blanes que mereció la expulsión. Los mirasoles sólo llegaban con remates del porteño Martinuccio, desde lejos y sin mucho peligro. En la media hora Blanes remata un tiro libre, que Sosa no rechaza como indica el manual, y deja la pelota mansita al medio para que Renzo Pozzi como una tromba defina y ponga a Liverpool arriba en el tanteador. Era justo por lo mostrado hasta ahí. Aguirre manda al Lolo Estoyanoff a la cancha y triangulando con Martinuccio le permitió a Mier definir con un zurdazo que tapó Matías Fidel Castro. Se iba el primer tiempo, merecidamente con los negros arriba.
El arranque del segundo ya encontró al Tony Pacheco en la cancha y como marcan los últimos partidos, eso se nota. Los primeros 15 minutos fueron de ida y vuelta, con un cabezazo de Olivera tras centro de Pacheco para Peñarol. Pero Liverpool seguía bien armadito y cuando contragolpeaba, con un Alfaro ideal para esto, era peligroso. Maureen Franco tuvo un mano a mano que pudo cambiar todo, pero Sosa tapó notable abajo. Una costumbre de Sosa abajo de los palos y el desorden de Peñarol en defensa. Al árbitro Héctor Martínez se le empezó a complicar el partido al inventar una falta, cuando le rebotó la pelota y el contragolpe peligroso para Liverpool era inminente. Explotó Alfaro de la bronca, que en seguida fue sustituido por un golpe que arrastraba desde el primer tiempo.
Ahí cambió todo. Liverpool casi no se arrimó más y Martinuccio, en una jugada rápida, puso el empate con un tiro cruzado entrando al área. 2-2 y quedaban 25 minutos.
Poco después Felipe se iba expulsado y Liverpool se quedaba con diez hombres. Peñarol en cinco minutos generó tres chances clarísimas de gol, pero Aguiar con tres dedos y Pacheco mano a mano, ni Olivera de palomita pudieron marcar el tercero. Hasta que el Juan Carlos de Lima de esta década entró a la cancha y le bastó un minuto para marcar.
Alonso, con una vaselina notable -tras un pase de primera de Pacheco, que estaba de espaldas al arco-, puso el tercero. Delirio por todo lo que significaba. Sólo quedó tiempo para que Aguiar metiera el cuarto con una gran definición desde la media-luna y lo gritara con las manos como gurí cantando el himno en la escuela. Grito de gol y disculpas al mismo tiempo, para un equipo que lo acunó hace un tiempo. 4-2 el final y Peñarol depende de sí mismo desde la vuelta de Aguirre para poder ganar la tabla anual. Detalle no menor.
Los de Belvedere vuelven con las manos vacías de un partido que les fue favorable en una hora de juego prácticamente. Pero el fútbol es así.