El sector apícola uruguayo está concentrado en el litoral oeste y el centro-norte del país, como "complemento de una ganadería relativamente 'intensiva'” y orientado principalmente hacia la exportación, ya que 95% de la miel se vende al exterior, fundamentalmente por tres empresas que representan 80% de las colocaciones.

Redondilla

Hugo Abella, integrante del Consejo Oficial de AEBU y apicultor como actividad secundaria, ponderó el estudio, aunque matizó que le hubiese gustado más la realización de una "mesa redonda" con participación de algunos productores. En conversación con la diaria relativizó uno de los datos manejados, que aseguraba que en 2009 había unos 4.000 apicultores, ya que entre ese año y 2010 dejaron la actividad un millar de productores. "Dudo de que lleguemos a 3.000", comentó. En cuanto a la participación del Estado, evaluó que mejoró en los últimos años de forma progresiva, particularmente desde la aprobación de la Ley de Desarrollo Apícola de 1999.

Existen unos 4.000 apicultores con un total de 514.000 colmenas, aunque algunos productores discrepan con estos datos correspondientes a 2009, asegurando que en la actualidad "no llegan a 3.000" (ver recuadro).

En los últimos años hubo en el país una elevada mortandad de abejas debido al cambio en la forma de explotación de la tierra, de forma más intensiva, y al uso de agroquímicos. En la disertación, Rius detalló que en Uruguay existe una "buena dotación de recursos no explotados plenamente", y el principal desafío surge por "la rápida expansión y tecnificación de la agricultura de gran escala", que implica un problema para los productores apícolas. En ese sentido, la principal innovación del sector pasa por establecer técnicas "defensivas" de subsistencia, con estrategias que garanticen la alimentación adecuada de las abejas. Al respecto, describió que está tomando relevancia la "trashumancia" (cambiar las colmenas de un lugar donde las floraciones se terminan a otro donde las flores van a abrir) e incluso la modalidad de "pago por alimento", con productores que pagan para instalar sus colmenas en predios agrícolas (antes se generaba un beneficio mutuo por la polinización que las abejas realizaban).

Otras innovaciones apuntan a estándares sanitarios superiores, la diversificación de la producción buscando explotar otros productos como el polen, propóleos y la jalea real, y el “recambio de reinas” para aumentar la producción.

En conversación con la diaria, Rius explicó que el estudio, basado en el Clúster de la Miel y la Asociación de Apicultores de Ombúes de Lavalle (ADAOL), "es como una especie de muestra de lo que podrían ser otros conglomerados basados en recursos naturales", aunque advirtió que sus resultados "no son muy extrapolables" porque se trata de "un sector muy particular". "La tecnología de producción es muy fácil de adquirir, entonces mucha gente tiene esto como actividad secundaria, [...] lo que genera un sector muy heterogéneo con muchos pequeños productores que lo hacen con una estrategia de ingresos complementarios y otros grandes productores que viven de eso", describió.

Vos chiflá

Dos hipótesis dieron base a la investigación: primero, que la participación de productores en redes formales e informales, y la asociatividad, mejoran la competitividad facilitando la innovación. En segundo lugar, que la confianza “es una suerte de requisito para el éxito de la cooperación activa”.

Respecto del primer punto, subrayó que las empresas que tienen vínculos intensos (no sólo intercambio de información) y un mayor grado de asociatividad realizan mayores innovaciones. “Cuanto más integrados están los productores en redes y cuanto más cooperan con otras empresas, más tienden a desarrollar estrategias de innovación, tanto para defenderse de amenazas como para avanzar un paso más, por ejemplo el turismo apícola como parte del turismo rural, o incluso hacer desarrollos tecnológicos, de mejoramiento genético, recambio de reinas y otras estrategias”.

Otro detalle constatado es que se promueve “una innovación desde la demanda”, implicando que los tres exportadores con la mayor concentración del mercado incentivan a los productores para promover la calidad. A modo de ejemplo, destacó que una de esas empresas brindó capacitación e información sobre producción y sanidad entre los apicultores a los que se les compraba miel.

En cuanto a la segunda hipótesis, señaló que la relación entre asociatividad e innovación es razonable, pero el inconveniente es la “desconfianza” de los productores y la actitud de “siempre estar esperando una ayuda del Estado”.

Subrayó la importancia de generar una “cooperación activa”, que “involucra arriesgar recursos propios y apostar a la cooperación, de la que depende el resultado económico”. Respecto a esto, destacó los resultados de la ADAOL, que implicó la asociatividad para juntar la miel de muchos pequeños productores y venderla a mayor escala y negociar mejores precios. “Ese mecanismo funciona esencialmente a partir de la confianza: si, por ejemplo, se aportara miel que está contaminada, repercutiría sobre todo el colectivo y estaría erosionando un capital que tiene ADAOL, que es la confianza del comprador, que le compra porque sabe que es miel de buena calidad y le paga un precio mayor por eso”, razonó Rius.

Sobre el papel del Estado, dijo que “se han hecho cosas para avanzar en esa dirección” y enfatizó que “sería bueno que las políticas públicas tuvieran ciertos cuidados”. En primer lugar para “no hacer mal” y en segundo para, “antes de lanzar un programa nuevo, pensar un poco en cuánto va a adicionar a lo que ya existe”.