¡Ay, muchacho, qué partido! Peñarol derrotó a Vélez Sarsfield en la primera semifinal de la Libertadores y consiguió su objetivo: además de la victoria, no recibir goles en casa, para poder viajar con doble ventaja para jugar la terrible revancha en Buenos Aires la semana que viene.
Iban seis minutos. Un perfecto centro abananado oportunista de Luis Aguiar había generado un córner a cuya salida cazó el rebote de derecha Matías Mier. El sablazo con la de subir al ómnibus dio en los defensas velezanos, pero la extra ball le quedó para la zurda y sacó un viandazo impresionante que explotó más fuerte que las miles de bombardas con las que se recibió a los manyas. Barovero voló y la sacó, pero fue la primera de varias en los primeros minutos. Peñarol estaba mucho mejor. Mucha y muy buena presión sobre la pelota y la utilización del carril izquierdo para llegar eran la buena receta de los de Aguirre.
En un cuarto de hora la olla a presión del estadio empezaba a hacer insoportable el partido para los hipertensos. “Y no tomé la pastillita...”, murmuró entre dientes el almacenero de la mitad de la cuadra cuando el cuarto ataque de los de Liniers puso pálido al cajero de la sucursal del BROU de Sauce. Es que los argentinos se acomodaron y con tres llegadas en las que fue partícipe el Tanque Silva y una tapada magistral de Sosa, más un impensado no gol de Papa, casi llegan al primero, pero fundamentalmente modificaron la escenografía del partido.
El guionista oriental recuperó su historia y armó una vez más por la izquierda una jugada en cuya definición Alejandro Martinuccio hizo que la bocha hiciera clanc contra el caño izquierdo de Barovero.
Hace tres o cuatro días, el bombero -así le dicen los de la verdulería porque ésa es su profesión- había puteado porque ese día tenía turno y no podía ir a ver un partido que para su edad era inédito. “Dejá, muchacho, justo esa noche laburo”. El bombero no sabía que la vida, su ser manya, lo iba a premiar: sería el primer testigo del gol y el festejo del histórico gol de Darío Rodríguez, que habrá hecho uno de los mejores goles de la historia contemporánea de los mundiales, pero nunca uno tan importante como el de anoche cuando, jugando al anticipo como si tuviera 17 años menos, aprovechó un par de cortinas de sus compañeros y cabeceó en la propia cara del Tanque para vencer a Barovero.
Puñito abajo, el bombero, apostado en el mionca en Olímpica y Amsterdam, festejaba la victoria y, ya más repuesto, sentenció a su compañero de manguera: “Esto es un partidazo”. Y creo que tenía razón: fue un espectáculo maravilloso que se estiró en el segundo tiempo. Empezó más suavecito pero un poco antes del cuarto de hora el Burrito Martínez anotaba lo que hubiera sido el empate de Vélez si Amarilla no hubiese entendido que la mano del delantero velezano había sido intencional. Al ratito, un zurdazo de Zapata casi congela el estadio.
Peñarol, ya con Estoyanoff en la cancha, trata de responder con algún contragolpe, pero los argentinos seguían arrimando. Pero si Uruguay sorprendió a buena parte del mundo futbolístico por su predisposición y estilo de marca, no debería sorprender que Peñarol, fiel representante de la escuela oriental, tuviera y tenga altos niveles de desarrollo de la neutralización del rival a como dé lugar. Y entonces Guillermo le dio de punta y para arriba, Valdez reventó unas tantas, Darío carpeteó y Peñarol bancó hasta el final.
El bombero no quiso ni quiere apagar el fuego interior que tiene Peñarol, que ganó, no recibió goles y enciende la brasa de los sueños.