El equipo de Carrasco mostró solvencia defensiva sin acumulación excesiva de hombres, fluyó hacia el ataque con más dinámica que su rival y llegó -por sistema simplemente, por accionar siempre con tres atacantes cubriendo siempre todo el frente- a inquietar la estructura defensiva danubiana al punto de convertir en figura, a lo largo del partido, al golero Mauro Goicoechea.
A eso de los 22 minutos, en un tiro de esquina, con casi 20 jugadores dentro del área danubiana y concomitantemente con una gran atajada, abajo, ante un gran cabezazo de Rolín, el árbitro Héctor Martínez detectó una ilicitud que pocos advirtieron, un abrazo de oso de Míguez hacia Lembo. Lo único que consiguió Cotorra fue la sanción de un penal en contra y ser amonestado. La ejecución del penal por el Morro no fue exitosa y Goicoechea salvó con su mano izquierda y lanzándose hacia la derecha.
Después de esa jugada conmocionante pero sin resultados prácticos, el partido cobró más ritmo con varios tiros al arco para ambos lados. Pero el 0-0 primó.
Antes de entrar al segundo tiempo permita el lector una reflexión sobre un jugador importante. Puede sonar duro decir “Danubio son diez que corren más Recoba” pero, a la vez, es una expresión que abre la esperanza de la acción genial que pudiera provocar un gran jugador vuelto a sus orígenes. El Chino trota la cancha pero eso no es lo peor, eso es hasta admisible. Lo malo es que su estado físico y, sobre todo, su estado de forma futbolística están lejos de ser admisibles. Y, por lo tanto, el Chino hoy es incapaz de mostrar aunque sea chispazos de su reconocida y admirada habilidad, que siempre fue acompañada de velocidad. Ya no distorsiona a defensas con su salto de líneas enemigo, característico de otros tiempos. Recoba ya no es Recoba. Sólo ayuda en préstamos de pelota elementales y juega muy lejos del arco rival. Para peor, el sábado falló en todos los tiros libres que ejecutó quedándose corto en los envíos. A quienes siempre lo estimamos por sus innegables condiciones hasta nos duele verlo así y no le pedimos el retiro. Por el contrario, nos gustaría que estuviera mejor preparado y que disfrutara más de los entrenamientos justamente por estar en la última etapa de su carrera. Y que nos siguiera regalando buenas dosis de fútbol.
Volvemos al partido justo en el comienzo del segundo tiempo cuando se concreta el único gol del partido, producto de un tiro libre y una ejecución perfecta de Mauricio Pereyra. Se lo perdieron los que demoraron en volver a su lugar después del descanso de 15 minutos, los que se atrasaron en el quiosco del choripán, las que tuvieron que hacer la cola del baño, los que debieron esperar por el “vuelto” o aquellos a quienes les sirvieron el café muy caliente y debieron esperar a que se enfriara. Se perdieron la jugada en un partido en el que las emociones futbolísticas no abundaron.
En el declive hacia la muerte del partido sólo rigió cierta incertidumbre sobre el resultado final porque un encuentro con un solo gol de diferencia siempre deja abierta la posibilidad del giro hacia el empate.
No cambió la tonalidad opaca del espectáculo ni la entrada temprana de Marcelo Gallardo, ni el aporte de los juveniles Mayada y Jones con más esbozos que concreciones, ni ese gol sorpresa que podría traer el veterano goleador Bola González desde el banco.
Dejamos para el final lo elemental: Danubio fue local pero voluntades ajenas le privaron ejercer ese derecho deportivo indudable. Su equipo entró a la cancha con un gran cartel que protestaba: “No a la violencia. Sí a Jardines”. No hay buenas medidas por un deporte sin violencia si las que son tomadas violan la igualdad competitiva. Y menos aun si las medidas perjudican siempre a los menos poderosos. Y mucho menos si los más violentos comprueban que por ese camino se consiguen -paradójicamente- más ventajas deportivas, más localías, menos visitas a lugares no acostumbrados.