Eso es lo que pasó con Peñarol, que ayer perdió la final con Santos 2-1. Perdió la Libertadores, pero no la imagen de colectivo uruguayo contemporáneo que da todo y deja todo en cada instancia. Futbolísticamente, Santos fue nuevamente superior. Es la esencia de la competencia que el que mejor juega gane, pero Peñarol también ganó en fortalecer la mitad de un modelo que suma al esfuerzo, las ganas y los sueños con el trabajo y el orden.
Tal vez no fuera previsible esperar el primer minuto de ahogo que le metió Peñarol a Santos y sí lo fuera que Neymar Jr empezara a macaquear por la izquierda y metiera una bocha azucarada para su compadre Ganso o que un minuto después, de pelota quieta, se la pusieran a Dorval en la cabeza.
En los primeros cinco minutos de juego la tensión era tan grande que le pedí prestado a una vecina un blíster de Valsacor. Para la presión. Y eso que aún no había visto la atajadaza de Sosa del chumbazo de Ganso. O la llegada de Martinuccio-Mier-Aguiar que terminó con un centro flojo del ex Fénix cuando la jugada pedía pase de gol.
En 15 minutos no había un dominador absoluto. Sólo por el prejuicio de que estaba jugando de local daba la impresión de que Santos era un poquito más, cuando, en realidad, capaz que los brasileños, acostumbrados a que históricamente los visitantes se abataten, estaban sintiendo lo contrario, que el partido era parejo pero Peñarol estaba bien.
¿Qué era estar bien? Era mantener esa extrema capacidad de defender con orden y ante un equipo con incuestionable poder ofensivo, y además atacar o tenerlos en permanente tensión. En ese sentido fue destaque absoluto Nicolás Freitas, con infernal despliegue, tapando los agujeros propios e invadiendo con pelota los ajenos.
En media hora Sebastián Sosa tuvo otra maravillosa atajada ante tiro libre de Elano, y en los minutos posteriores se repitieron los ataques santistas, y encima se advertía una incómoda tendencia de Pezzotta, el juez, de minimizar o no advertir las infracciones de los brasileños.
Siguiendo la leyenda de Pelé, que dicen que pasó pa’ la bigotera a varios de sus marcadores con sus planchas mal intencionadas, el mohicano Neymar le puso una quema espantosa a Alejandro González y lo sacó del partido.
Una definición de derecha de Leo, ya con Albín en la cancha, y otro desborde de Neymar terminado por Zé Eduardo fueron lo último de un primer tiempo que terminó con un pobre tiro libre de Mier.
Las cosas seguían como habían empezado, sólo que Alejandro González ya no estaba en la cancha porque el mejor jugador de los 50 de las dos listas de buena fe le había metido un planchazo brutal.
A todo o nada
Sin anestesia fue el comienzo del final. En dos minutos Neymar mostró su sonrisa debajo de su corte de pelo tras meter una definición de play station: pierna derecha contra el palo de Sosa, que esta vez no pudo. Ahí empezó el desbarajuste, a tal punto que un minuto después, antes de que el reloj marcara los cinco, Santos tuvo el segundo en un contragolpe propio de final de partido, casi sin defensas.
Un cronista de otros pagos no lo podría explicar o buscaría extraños argumentos, pero lo cierto es que Peñarol, siendo inferior y estando en inferioridad, intentó armarse en su caos y generó sensación de ataque. Pero a los 23 minutos Danilo trepó en diagonal tras asistencia de Arouca, enganchó en el área ante Guillermo y definió cruzado venciendo a Sosa.
El 2-0 descarrilaba por completo el rumbo del partido que se habían fijado los aurinegros, pero ni siquiera ese enorme sacudón pudo frenar el ímpetu de los carboneros. Por eso cuando a falta de diez minutos para que terminara, el Lolo Estoyanoff, que había entrado un minuto antes por Albín, desbordó largo por la derecha y mandó el centro que en el intento de despeje de Durval se metió en el arco santista, se encendió una vez más la llama de la esperanza. Después no dio, no hubo vuelta, fue demasiado para un equipo que vendió muy cara su derrota. Después vinieron los líos, lo eternamente inconcebible, lo eternamente inevitable.