Uruguay sigue sin ganar en el Mundial sub 20. Ayer, después de guiñarle un ojo, el partido ante Nueva Zelanda casi le da la espalda. Si bien hubo tiempo para que volviera a sonreírle, nunca le dio el sí. Le regaló un eterno puede ser, que terminó pesando en la sensación de injusto empate a uno con la que se fue un juego de correcto primer tiempo y muy buen cierre celestes. El mal arranque del complemento terminó costando carísimo. Fue el mejor momento de Nueva Zelanda, que cerró la noche con un pueblo metido en el área y un sinfín de atajadas del arquero Marinovic.
A excepción del derechazo con el que Luna empató, el muy HDP sacó todo. Nos entregó su tarjetita personal a los nueve minutos cuando sacó una volea alta de Ceppelini. Confirmó a los 38, ya que manoteó un centro de Vecino que se le colaba y, tras el rebote y un pase de Ceppelini, le negó el gol a Texeira. A los 59 se anotó una doble intervención ante el capitán Polenta y Texeira. A los 65 le negó la suerte a un fuerte remate de distancia de Mayada, y ocho minutos más tarde, Texeira volvió a tenerlo mediante un tiro frontal: hubiera sido un golazo, por el tremendo gesto técnico con el que el enorme Polenta inventó el espacio para poner el centro y el posterior pase de Cayetano para el delantero que no pudo. A los 78 tapó un tiro mordido pero peligroso de Vecino, que lideró para combinar con Luna e ir a buscar al área. Y diez minutos después rindió con éxito ese examen que no se puede exonerar previamente cuando se es arquero y se defiende a una selección de las que juegan contra Uruguay: contener un tiro de distancia de Polenta. Podríamos agregar más descripciones de atajadas menos espectaculares pero igualmente efectivas. No hace falta presentar más pruebas para decir que el golero fue la figura de la versión futbolera de los All Blacks.
Uruguay funcionó entre mejor y mucho mejor que ante Portugal. Salió a jugar arriba y en corto, con rol protagónico del capitán, que otra vez abrió la noche como carrilero. Desde el doble cinco que conformó junto a Cayetano, Vecino llegó bien hacia la media luna, donde en el comienzo fue opción de pase y receptor de rebotes reciclables. Allí comprobó cuán difícil era pasar la maraña de piernas neocelandesas. Si el Luna del primer tiempo se hubiera parecido un poquito más al del complemento, el cero oceánico hubiera sido más efímero. Porque los primeros 45 minutos se jugaron casi siempre en campo rival.
La efervescencia uruguaya empezó a mermar rumbo al descanso. Fue la preparación del gran golpe ajeno. Al rato, un equipo que apenas si había rematado de distancia, robó la pelota y empezó a jugar. En eso estaba cuando hilvanó un ataque perfecto y se puso a ganar a los 57 minutos. Uruguay regalaría unos diez minutos más, en los que bien pudo irsele mucho más que un partido: Ichazo tapó un mano a mano ante el delantero Lucas, de gran partido junto a su compadre Rojas. En esa jugada, la incómoda sensación conocida por cualquier persona que algún día la haya sacado barata en alguna circunstancia complicada, calzó el talle exacto del equipo de Verzeri.
El Uruguay que vino después fue el mejor del Mundial. Lores entró finísimo y se integró a Vecino, Polenta, Ceppelini, Texeira y un incontenible Luna. Antes del tramo final, el partido ya servía para concluir que el técnico se acercó a un equipo. Tras el remate del juego, da para decir que lo perfeccionó con un cambio y logró su mejor funcionamiento en el momento de mayor exigencia. Es una buena señal ante esa final de facto en la que se transformó el partido de este viernes ante Camerún.