Suele decirse que los lectores frecuentes de publicaciones periódicas sienten esas publicaciones como propias y que esperan, por lo tanto, que se ajusten a su forma de pensar y de entender el mundo. En una publicación como la diaria, sustentada mayoritariamente por sus suscriptores, esa regla parece intensificarse. A los comentarios que llegan en ocasiones reclamando por alguna errata o por alguna información que debió haberse dado y no se dio, se agregan los de quienes reclaman una forma específica de tratar los asuntos y los que exigen una perspectiva y hasta un lenguaje con el que poder identificarse.

Este mes hubo algunos reclamos de los primeros, de los que hacen notar un error o una negligencia. De ese tipo fue la observación de una lectora que preguntó por qué razón no hubo ninguna cobertura del espectáculo de Serrat y Sabina en el estadio Centenario. La respuesta de la sección Cultura es tan simple como contundente: hubo un error. En esos días el tema “casi excluyente” fue el anuncio de la presencia de Paul McCartney, y el concierto de Serrat y Sabina pasó sin que se previera su cobertura. Paradójicamente, una lectora escribió este martes para expresar su insatisfacción por la cobertura del show de McCartney, aunque se publicaron casi dos páginas sobre el tema días antes del concierto y se le dio lugar en tapa, además de una reseña, el mismo lunes 16.

A esa lectora, como a otros que puedan haberse sentido decepcionados por la nota del lunes, corresponde decirles que, según me explicaron los responsables, debido a la hora del espectáculo, y a que la diaria depende de otros (que no esperan) para llegar al interior, la crónica se tuvo que hacer con muy poco tiempo y pasando datos por teléfono a la redacción. La otra opción era no publicar nada el lunes y esperar hasta el martes para ofrecer una nota más rica.

En principio, la carta de una lectora que expresa insatisfacción por la cobertura de un tema podría ser recibida como un reclamo algo hiriente para un cronista que trabajó esa noche, hasta la madrugada y contra reloj, para llegar con la información. Sin embargo, creo que lo único que hace es dejar en evidencia hasta qué punto la lectora (y los lectores en general) sienten como propia la publicación. Alguien que fue al show, que lo disfrutó mucho, que se levantó al día siguiente todavía enredado en el clima de fiesta, alegría, comunión y gozo que suelen producir los buenos espectáculos musicales esperaba algo de eso, algo del orden de un éxtasis compartido. Que no lo encuentre no habla de nada grave: simplemente indica que la fiesta terminó y que en el mundo exterior hay horarios de cierre y cronistas que tal vez no experimentaron el mismo alborozo. En todo caso, tanto en la demanda del lector como en el esfuerzo de la redacción hay algo bueno, como de trabajo conjunto.

Algo de eso hay, también, en los reclamos de lectores que encuentran que las notas de crítica no son suficientemente claras, o suficientemente explícitas, o que usan empecinadamente palabras que no se entienden. Un lector que titula su mensaje “Insistente” se pregunta por qué razón los críticos usan palabras como “zeitgeist”, “diegético” o “palimpsesto” y han abandonado otras como “utopía” o “dialéctica”. José Gabriel Lagos observa que lo más interesante del planteo de ese lector estaría en que “si las palabras son reflejo de la ideología, su auge y decadencia nos hablan de historia y no de modas”, son circunstancias históricas las que han tenido que ver con el uso (y abuso) de ciertas palabras, y también con su pérdida de peso en el discurso público. Y esa pérdida de peso no siempre puede ser atribuida a la censura o la veleidad de los redactores: muchas veces obedece sencillamente a su transformación en lugares comunes a fuerza de ser repetidas, o en objetos inertes a fuerza de ser sacralizadas.

Los reclamos por cosas mal hechas, o hechas de manera insuficiente, o con carencias, son los más fáciles de subsanar. Se puede admitir la falla, como en el caso del show de Serrat y Sabina o en otros ocurridos en otras secciones, e intentar no volver a cometerla. Más difícil es lidiar con las expectativas políticas y las preferencias estéticas o estilísticas de los lectores, y su correlato: las posibilidades, preferencias y urgencias de los redactores y de la publicación. La idea que tengo de este espacio es la de pensar el deseo y la demanda de los primeros y el esfuerzo de los últimos como un trabajo conjunto.

Hay temas pendientes (un lector propone reconsiderar la decisión editorial de no incluir policiales; otro observa que la diversidad de opiniones puede volverse una forma de genuflexión ante la inminencia de una guerra) pero, por su complejidad y su alcance, reclamarán otra columna. Por último, un lector observó que en una nota que recoge opiniones de Marina Arismendi (Política, página 3, 11/04/12) se omite el dato fundamental de dónde y en qué contexto se hicieron las declaraciones. Tiene razón el lector. Ése, sin duda, es uno de los casos fáciles de resolver. Disculpas.