Por estos días, los militantes frenteamplistas asisten a un proceso de apertura. Temas que hasta hace poco parecían restringidos a espacios marginales hoy comienzan a ser admitidos. El gigante está exhausto y los principales dirigentes de la organización lo comienzan a reconocer. En las entrevistas los cuatro candidatos a la presidencia reconocen el descaecimiento de la militancia, la reducción de las expectativas sociales en el FA, los límites de su acción gubernamental, la incapacidad de actualizar la agenda y la ausencia de un horizonte ideológico que motive a su militancia, entre otras cosas.

Pecaríamos de ingenuos si no viéramos en esto el cálculo electoral y la disputa por una gran masa militante que se espera que vote en las elecciones internas, aunque es ciertamente positivo que la competencia electoral se realice a partir de la constatación de estos problemas. Sin embargo, y más allá de la buena voluntad de los candidatos, hay una pregunta que parece no tener una fácil respuesta: ¿cuáles son los caminos para que renazca la dimensión transformadora que el FA parece haber ido perdiendo en los últimos años? Para contestarla es necesaria una pregunta previa, quiźas simple pero difícil de responder: ¿qué es el FA?

La primera respuesta obvia es: una coalición electoral. Una coalición con 41 años de historia que aunque en su vida institucional se muestra estable y aburridamente unitaria, ha estado mucho más marcada por el conflicto fermental y la incertidumbre de lo que se piensa. A modo de ejemplo, durante casi 10 de esos 40 años la existencia del FA fue puesta en duda por varios de sus partidos, quienes no tuvieron muy claro si era la mejor herramienta para luchar contra la dictadura. Por otra parte, luego del retorno democrático el Frente estuvo marcado por salidas, retornos e ingresos que fueron cambiando el perfil de la coalición. Rodolfo Nin Novoa tenía una muy corta historia en aquélla cuando asumió como vicepresidente. José Mujica, el actual presidente, pertenece a un grupo que recién ingresó al FA en 1989. Aunque hoy el FA presenta una pasmosa homogeneidad, la historia de la coalición parece un poco más diversa e interesante.

El FA además de ser una coalición es un movimiento político que convoca a más militantes que la mera suma de sus partidos políticos. Desde el comienzo de su existencia, este doble carácter de coalición y movimiento ha planteado una serie de problemas a aquellos militantes que se sienten frenteamplistas pero que no se identifican con ninguno de los grupos políticos. El ambiguo concepto de “independiente” ha representado a esta militancia. Cíclicamente dicha militancia independiente ha buscado dos tipos de caminos para incidir: organizarse como grupos independientes o demandar mayores canales de participación dentro del FA. De hecho, varios de los actuales líderes del FA vienen de aquellas tradiciones independientes de los setentas u ochentas. Las multiplicidad de redes y grupos creados en los últimos años en las márgenes de la institucionalidad frenteamplista parecen reeditar problemas similares en este siglo.

El FA también expresó la convergencia de una serie de movimientos de la sociedad que articularon una propuesta de crítica y renovación del “Uruguay tradicional”. La movilización social que se anticipó casi una década a la creación del FA, marcó en sus contenidos programáticos -así como en los procesos de unidad de la izquierda- varias de las características que asumirá el FA. La renovación cultural, tanto a nivel intelectual como en la cultura popular durante los sesentas, otorgó al FA un marco cultural que en las próximas décadas sirvió para acercarse a nuevas generaciones y sectores sociales. Por último, el FA fue la mejor expresión de un deseo de renovación política que la sociedad uruguaya demandaba desde fines de los cincuentas. Esta convergencia representó la novedad política de la segunda mitad del siglo XX, y más allá de las crisis institucionales de la coalición funcionó relativamente articulada hasta fines de los 80. En 1989 la crisis del socialismo real, la derrota de la revolución nicaragüense y el triunfo de la amnistía a los militares impactaron tremendamente en la ideología y la subjetividad de los militantes. En el FA siempre había existido una tensión entre una vocación revolucionaria y un retorno a los valores del Uruguay “integrado” de los cincuentas. A partir del 89 el FA tendió a recostarse sobre lo segundo. Ese mismo año el FA ganó la intendencia y en 2005 el gobierno. La pragmática lógica del Estado gradualmente tendió a opacar la discusión sobre proyectos finales de cualquier tipo, fueran revolucionarios o integradores.

Durante el período el FA también construyó una identidad política societal. Así como la sociedad norteamericana se divide en liberales y conservadores, los argentinos se dividen en peronistas y antiperonistas, tal vez el principal mérito del FA ha sido lograr que una sociedad, que a mediados de siglo se dividía entre blancos y colorados, hoy se divida en izquierdas y derechas. Como resultado de esta experiencia histórica, sectores importantes de la población se han ido identificando con ideas y valores de izquierda. Éstos han tenido un rol más dinámico que la propia institucionalidad frenteamplista en la capacidad de actualizar las ideas de izquierda en este nuevo siglo. Aunque estos sectores tienen una relación compleja con la institucionalidad frenteamplista, hasta el momento sobreviven ciertos vasos comunicantes que le aseguran a la coalición un sustento social importante. Sin embargo, año a año vamos viendo una mayor desconexión entre el FA y algunos movimientos que de alguna manera son portavoces de esa identidad societal. En 2011 la discusión sobre la derogación de la Ley de Caducidad evidenció ese desentendimiento. Hoy la discusión acerca de la Ley de Salud Sexual y Reproductiva vuelve a evidenciar esa distancia.

Para reanimar al gigante es necesario reconocer todas las dimensiones aquí reseñadas. Aquellos factores históricos son imposibles de repetir. Pero resulta claro que el FA no fue ni podrá ser el mero resultado de su interna política. La señalada identidad política societal es lo que ha sobrevivido de ese proceso histórico. Tal vez sea la última esperanza. Habría que tratarla con un poco más de respeto.