Uruguay ha recorrido un largo camino en la lucha contra la discriminación, esa palabra que, para hacerla fácil, alude a cualquier diferenciación entre personas ajena a “los talentos y las virtudes” de los que habla el artículo 8º de la Constitución. No fue un regalo. Un tsunami de leyes y decretos contra el prejuicio se desató en los años 90 debido a la acción organizada de discriminados por género, identidad sexual, raza y religión, y creó conciencia.

Hay hechos que ya no extrañan a nadie. Este lunes se prevé que una profesora de Maldonado le pida disculpas en público a una estudiante a quien echó de clase al tiempo que habría dicho ignorar si era “hombre o mujer”, según sus alumnos. El Consejo de la UTU sancionó a una directora de San Carlos porque calificó la homosexualidad de “enfermedad” por televisión. Mercedes Rovira fue designada rectora de la Universidad de Montevideo, pero ni siquiera llegó a ocupar el cargo porque sostuvo que ser homosexual era una “anomalía” tenida en cuenta para la contratación de profesores.

Pero la discriminación está vivita y patea fuerte. Porque la sociedad y la cultura siguen empujando hacia los márgenes a mujeres, a minorías raciales y religiosas y a no heterosexuales, entre otros. Y porque hay colectivos que han quedado desamparados, si no por la ley, por el gobierno y por el resto de la población. Los planchas, por ejemplo.

En sus comienzos, el término “plancha” denotaba la foto del prontuario policial. Para considerarse tal, uno debía tener aunque sea un procesamiento penal. Ahora, para serlo (o parecerlo) alcanza con un gusto musical, un lenguaje, una gestualidad y una forma de vestir. Basta con un “aspecto estético” contra el cual también es ilegítimo discriminar, de acuerdo con el artículo 2 de la Ley 17.817. Ni los vaqueros rotos de los rockeros, ni la boina de los cantopopu, ni la soirée ni las corbatas ni los championes Nike tienen relación con “los talentos y las virtudes”.

Sin embargo, el grito de guerra de muchos rockeros es “muera la cumbia”. Los cantopopu se desgañitan acompañando canciones de solidaridad con los desposeídos, pero agarran con fuerza el celular cuando se cruzan con un plancha. Unos cuantos tangueros que recitan de memoria el “Hermano chorro” de Carlos de la Púa se espantan con “La cucaracha” de La Piba. Unas cuantas damas y unos cuantos caballeros corren a buscar un taxi cuando salen de una noche de gala en el teatro Solís y ven una gorra de beisbolista en la vereda de enfrente.

Cosa jodida. Los que se emocionan cuando escuchan el “Folsom Prison Blues” de Johnny Cash o “El Chueco Maciel” de Daniel Viglietti, o viendo el musical Los Miserables en el canal Films & Arts, no se bancan la tacada ante la reivindicación delincuencial del arte plancha. Pocas expresiones de la cultura popular escapan a un origen prostibulario o han sido ajenas a la vida criminal.

A pesar de los legítimos bombardeos recientes del gobierno a la homofobia, la misoginia y el racismo, no hubo reacciones ante la novedad de que en los shopping centers de Buceo y Punta Carretas se impide la entrada del “planchaje”, según informó el diario El País. O, como relató en su crónica la periodista Ximena Alemán, se les ordena a quienes usan gorra de beisbolista orientar la visera hacia la nuca. Uno de los guardias de seguridad de Punta Carretas declaró que se evalúa cada caso “en el momento”.

Dos adolescentes entrevistados por Alemán aseguraron que no los dejaban entrar aun sacándose el gorro porque “te ven por la pinta”. El gerente general del centro comercial en la ex cárcel de la calle Ellauri, Gastón Martín Valdez, explicó que “la mayoría de la gente que viene al shopping es gente mayor” a la que “no le gusta que se la moleste”, y recordó el decreto que no permite el ingreso a bancos de personas con gorra (o lentes oscuros). Que se trataba de “prevención”, aunque, según aclaró el guardia de seguridad, “no le vas a decir a una persona de edad que se corra el gorro”.

A la luz de este caso tan flagrante (y falluto) de discriminación, extraña no sólo el silencio de un gobierno en el que figuran antiguos fans de Nelson Maciel, ancestro nada lejano del planchaje. También el de otros que siguen sufriendo discriminación pero al menos aprendieron a defenderse o tienen quien los defienda.

Es cierto que la tribu plancha nunca se caracterizó por respetar la diversidad. En sus canciones, por ejemplo, abundan expresiones de misoginia, y a veces de homofobia. Pero ése es un detalle. Los planchas son hoy víctimas de discriminación a manos de cientos de comerciantes, tan idiotas como para preocuparse por la visera de una gorra. Son parte de la diversidad que las leyes defienden. Sufren la marginación. Aun los que no conocen el poema de Carlos de la Púa saben que “la vida es dura, amarga y cansa”. Están desorganizados. ¿No merecen una chuponeada masiva, la solidaridad de las “mujeres de negro”, una declaración de organizaciones “afrouruguayas”, un abrazo rockero sin asco? ¿O acaso los viejos perdedores apoyan ahora a los mismos que siempre los han bardeado y que volverán a hacerlo en la primera de cambio?