-¿Qué piensa hoy sobre la Concertación?

-Que hizo la movilización más importante de los últimos tiempos, el PIT-CNT no ha vuelto a colocar más de 100.000 personas en una caravana como la de enero de 2002. Esa acción generó en nosotros la idea de armar propuestas alternativas para no caer más profundo en la crisis que ya se avizoraba. Después de esa marcha comenzamos a tener puntos de contacto con distintos sectores sociales afectados y nos reuníamos casi en forma clandestina.

-¿Por qué se reunían de esa manera?

-Hoy es fácil decirlo. En aquel momento los delegados del PIT-CNT éramos Ivonne Passada y yo. Nos entrevistamos en distintos lugares no públicos de Montevideo, con Gonzalo Gaggero, que era representante de la Federación Rural, y con Hugo Manini Ríos, que representaba al sector agropecuario industrial en general. Íbamos con mucho temor político por lo que pudiera salir de todo eso, pero con la convicción de que el país necesitaba un marco político de alianzas coyunturales que desde el punto de vista estratégico cambiara la situación a la que el gobierno nos había llevado. Gaggero terminó en el FA y en el gobierno, pero la vez más cercana que habíamos estado con Manini Ríos no era precisamente en un marco de alianzas sino de enfrentamientos. Había que cuidarse de los fotógrafos porque si salía alguna foto de esas reuniones, seguramente se hubiese abortado ese proceso.

-Hubo sectores sociales que no compartieron esas alianzas.

-Algunos aliados estratégicos no nos entendieron, pero la vida nos demostró que fue acertado. Fue como un paraguas, una esperanza de la que agarrarse que fue generando condiciones para después pasar a otro plano.

-¿Dónde estaba el 2 de agosto?

-Estaba reunida la Mesa Representativa y empezamos a escuchar una serie de rumores, bolazos, que en el Uruguay tienen un valor increíble; sonaban los teléfonos avisando que iban a salir patrullajes especiales porque se habían organizado hordas que venían del Cerro y otros lados. Como el rumor nos ganó empezó la preocupación de la central sobre el rol que teníamos y eso era ponernos a la cabeza de todo aquello. Después no pasó nada y nos quedó eternamente la sospecha de que el tristemente célebre Daniel García Pintos había sido uno de los autores.

-¿Se planteó en algún momento salir a la calle a pedir la renuncia de Batlle?

-No estuvo planteado. En esos momentos ningún dirigente, gremio o corriente de opinión tiró sobre la mesa una propuesta concreta de hacer una huelga general, una huelga insurreccional u otro tipo de medidas. Posteriormente sí he escuchado cuestionamientos desde esferas políticas dentro de la izquierda de que hubiese sido un momento oportuno para derrumbar al gobierno. Hubiese sido un gran error. Nosotros aportamos a generar una conciencia colectiva de que había una propuesta seria y creíble venida del movimiento popular y de la izquierda y que ya no tenía fundamento sostener a la coalición blanquicolorada que nos llevó al desastre.

-¿Qué lecciones se pueden sacar diez años después?

-Se nos abrió una nueva cabeza. No hay que olvidar que en determinados momentos de la coyuntura política las concertaciones en unidad tienen que tener flexibilidad, luego la vida nos separa otra vez. Esto no quiere decir que por algún otro objetivo concreto se vuelva, como ahora que es el momento de una concertación para el desarrollo. Estamos pasando un cuarto de hora benigno pero me temo que si viene algún coletazo de la crisis, ¿con qué nos quedamos? Hay que discutir con otros sectores sociales y productivos para diseñar el Uruguay de los próximos 30 años, porque no quiero vivir en un país que sigue rezando alrededor de las vacas para exportar o que crezcan eucaliptos y vender palos. No quiero ese Uruguay.