En 1999 llegó la crisis que impulsó la devaluación en Brasil, en 2001 estallaba en Argentina la que llevó al default y al corralito, y en 2002 Uruguay se sumaba a un fenómeno que se extendía en cascada. Los procesos sociales y políticos que se desataron entonces tuvieron sus distancias y sus cercanías.
En 1999 se desmoronó el Plan Real, la política económica elaborada cuando Fernando Henrique Cardoso fue ministro de Economía de Brasil. “Además de la recesión que causó en Brasil, hubo una fuerte depreciación de la moneda. Eso tuvo un doble efecto sobre las economías de Uruguay y Argentina: al mismo tiempo que Brasil pasó a comprar menos de esos países, aumentó sus exportaciones hacia la región, lo que causó el deterioro de sus cuentas externas y un fuerte impacto recesivo sobre sus economías”, resumió Nilson Araújo de Souza, doctor en Economía brasileño y docente de la Universidad Federal de Integración Latinoamericana (Unila).
Señaló que esto ocurría en un contexto internacional en el cual Estados Unidos había sufrido un año antes una recesión económica que repercutió en América Latina. “Los países más afectados fueron los que más lejos habían ido en la implementación del programa neoliberal del Consenso de Washington: cuanto más habían abierto sus economías a la entrada de productos y capitales extranjeros, más vulnerables habían quedado ante las crisis nacidas en las economías centrales”, agregó.
Por su parte, Gustavo Arce, coordinador de la Licenciatura en Relaciones Internacionales de la Universidad de la República (Udelar), señaló que esta crisis también tuvo raíces en Tailandia, “con la primera gran devaluación en 1987, y después pasó por Estados Unidos, y también hubo una gran crisis de la deuda en Rusia, antes de llegar al sur”. Señaló que “la velocidad de la propagación” de la crisis se debió a que “el mercado financiero y monetario se universalizó y se globalizó”.
Los presidentes de 2002
Eran tiempos de Fernando Henrique Cardoso en el gobierno de Brasil, Luis González Macchi en Paraguay y Ricardo Lagos en Chile. En Venezuela, Hugo Chávez ya era presidente, aunque en abril de ese año sufrió un golpe de Estado que lo apartó del poder por dos días. En Argentina, después de la caída del gobierno del radical Fernando de la Rúa, pasaron varios dirigentes justicialistas por la Casa Rosada: Adolfo Rodríguez Saá (23/12/2001-1/1/2002), Eduardo Camaño (1/1/2002-2/1/2002), Eduardo Duhalde (2/1/2002- 25/5/2003). En Perú gobernaba Alejandro Toledo, en Ecuador Gustavo Noboa, y en Bolivia Jorge Quiroga Ramírez fue sucedido por Gonzalo Sánchez de Lozada. En Colombia llegó al poder Álvaro Uribe al terminar la presidencia de Andrés Pastrana, y en Estados Unidos George W Bush ocupaba la Casa Blanca.
Recambio
Una similitud entre las crisis de Uruguay y Brasil se encuentra en que no generaron inestabilidad política y en que el descontento social se canalizó mediante la oposición, con el Partido de los Trabajadores brasileño (PT) y el Frente Amplio uruguayo, que triunfaron en las siguientes elecciones, señaló el sociólogo y doctor en Política Comparada Latinoamericana Miguel Serna, coordinador del programa de Estudios Internacionales del Departamento de Sociología de la Udelar. Añadió que, en cambio, en Argentina ese descontento se canalizó en movimientos sociales, en “que se vayan todos”.
Tanto en Uruguay como en Brasil había partidos que estaban en la oposición desde hacía largo tiempo, en un proceso de acumulación de fuerzas, pero que tuvieron “la canalización del descontento como último empujón para llegar al gobierno”, añadió Serna. Explicó que en los dos casos se trata de partidos críticos con las reformas económicas de la década de 1990 y que capitalizaron el fracaso de éstas, mientras que los partidos que implementaron las reformas –el Partido Colorado uruguayo o el Partido de la Social Democracia Brasileña– sufrieron el castigo de los votantes.
Por su parte, Araújo señaló que este voto castigo se repitió en varios países de América Latina. “Comenzó con la victoria de Hugo Chávez en Venezuela en 1998”, dijo. “La implementación de los programas neoliberales en la región, además de causar estancamiento económico –y, por consiguiente, el aumento del desempleo–, generó una fuerte concentración de la renta y de la riqueza, y agravó los problemas sociales”, dijo el economista. A su vez, Arce recordó que una de las primeras medidas del primer gobierno del PT fue el programa “Hambre Cero”, de Lula da Silva, para los más perjudicados por la situación económica.
“Durante el gobierno de Cardoso, que en realidad empieza cuando él asume el Ministerio de Economía, en 1993, la economía brasileña creció a un ritmo menor que en el de la década de 1980, la tasa de desempleo llegó a niveles inéditos, la renta se concentró como nunca y, para peor, la inflación, que había sido contenida con el Plan Real, regresó al final del gobierno”, resumió Araújo. “Sectores medios vieron empeorar sus condiciones de vida”, dijo, y por eso muchos de los que en 1994 “habían apostado a un intelectual resolvieron apostar a un obrero metalúrgico en 2002”.
Distintos efectos
La crisis no fue igual para toda la región. “Chile no sintió demasiado sus efectos. Paraguay no fue tan afectado por su situación histórica y geopolítica en la región: los países que estaban más relacionados entre sí eran Argentina, Brasil y Uruguay” y esto potenció el contagio, dijo Arce. Paraguay no tenía una banca con el mismo peso que la de Argentina o Brasil, y no devaluó, agregó.
Los tres académicos consultados por la diaria coincidieron en que los cambios políticos que llegaron después de la crisis a Argentina no fueron tan estructurados como en Brasil y Uruguay, con la llegada de un nuevo partido al gobierno. Serna señaló que en Argentina “entraron en crisis de legitimidad las instituciones públicas con el default, la crisis del Banco Central, la falta de credibilidad del sistema financiero”. El país “salió de esos años con costos institucionales altos, con el recuerdo de la salida rápida de los radicales de Raúl Alfonsín y con otro gobierno de la Unión Cívica Radical que terminó en forma abrupta [ver recuadro], con la imagen del presidente Fernando de la Rúa saliendo en helicóptero de la Casa Rosada”, añadió.
Por la sede del gobierno argentino pasaron tres presidentes después de la salida de De la Rúa, y el voto en blanco alcanzó el 40% en las elecciones de 2003, en las que fue electo un peronista, Néstor Kirchner, recordó Serna. “Hubo un voto bronca, del ‘que se vayan todos’, que nadie capitalizó”, dijo. “En ese procesamiento de la crisis algunos sectores del peronismo perdieron y otros tomaron la oportunidad, pero no era tan claro quién ganaba y quién perdía”, agregó.
El efecto de la crisis en otros países de la región es objeto de investigación reciente, dijo Serna. Señaló que en algunos casos conducen a cambios drásticos o llevan al surgimiento de nuevos partidos, como en Venezuela o Ecuador, mientras que en otros se mantienen los sistemas de partidos que ya existían, como en Paraguay, Colombia, Perú o México, donde la crisis de 1994 no condujo a un cambio de modelo. También están los casos en que las crisis pueden desencadenar procesos que ya se gestaban, como en Uruguay o Brasil.
Final abierto
Acerca de la posibilidad de prevenir crisis como las de hace una década, Serna opinó que es difícil. “Cuando uno sigue los diagnósticos, ve que las crisis, la volatilidad de los mercados, son parte de nuestra historia”. Consultado acerca de la actual coyuntura económica en Europa, y las posibles repercusiones negativas en la región, consideró que “ahora la crisis está tocando más fuertemente a los países centrales, en esto se parece más a la crisis del 30, que generó oportunidades a las economías periféricas”.
Lo que tienen en común las crisis que vivieron varios países a finales de la década de 1990 o comienzos de la de 2000, señaló el académico, es que pusieron en cuestión el Consenso de Washington, “que dominó la agenda de los años 80 y 90, y que en Uruguay se reflejó en las privatizaciones, el control del gasto público, de la inflación”. A la salida de la crisis “empiezan a aparecer modelos que tienen que ver con lo que algunos han llamado el ‘post Consenso de Washington’, giros en organismos regionales, acuerdo en que las líneas del Consenso de Washington habían fracasado”.
Este cambio incluye la incorporación de una agenda social por parte de los gobiernos, lo que sintoniza con los giros a la izquierda en varios países de América Latina, dijo Serna. Señaló que el que emerge “es un modelo híbrido entre Estado y mercado, sin privatizaciones pero no tan estatista como el que existió antes, con un mayor foco en los derechos y la actividad social como horizonte, pero también como desafío, porque parece más fácil lograr el crecimiento económico que solucionar los problemas sociales”.
Araújo señaló que la región ya enfrentó una crisis, la que comenzó en Estados Unidos en 2007. “La enfrentaron mejor aquellos países cuyos gobiernos habían intentado crear mecanismos de defensa”, sobre todo medidas de “reapropiación de las riquezas naturales, en particular los hidrocarburos, de protección de la industria local, de reconstitución de los mecanismos de acción estatal (reestatización, aumento de la inversión y del financiamiento públicos), de fortalecimiento del mercado interno”. Señaló que esas medidas son las que permiten defenderse de una crisis que no terminó.