Para cierto sector de los aficionados uruguayos pasó de moda Sudáfrica. Otro tanto con la Copa América. Ya no tienen validez las cinco clasificaciones a mundiales juveniles conseguidas en seis intentos, desde 2007 hasta la fecha. Esos hinchas no están como para recordar el vicecampeonato mundial que la sub 17 consiguió el año pasado. Tampoco el inédito comienzo de la Clasificatoria mundialista en curso, en la que Uruguay se mantiene invicto luego de cinco partidos. No hay chance de que valoren el considerable aumento registrado en los ingresos de la Asociación Uruguaya de Fútbol tras la concreción de los logros olvidados. ¿Mejor contrato televisivo? ¿Cachet internacional duplicado? ¿A quién le importa?
Implacables, los leñadores hacen su trabajo tras la última caída de la selección olímpica, que se quedó sin Londres tan temprana como merecidamente. Oportunistas, se dan el gusto de hablar de fracaso. El término estaba demorado en la bandeja de salida desde el lejano invierno de 2010, cuando Uruguay perdió oficialmente por última vez, antes de la premonitoria derrota sufrida ante Senegal el domingo pasado. El desprecio expresado luego de la caída con Gran Bretaña es directamente proporcional a la espera.
Algunos modismos rioplatenses potencian el ninguneo. En estos tiempos, los que trabajan “roban la plata”, el proceso de las selecciones es “una mentira” y los conceptos del técnico son puro “humo”. Tal es la lógica de unos tipos que demuestran una muy escasa capacidad de análisis, en el mejor de los casos, y cierto disfrute por la agresión gratuita, en el peor: a caballo de la cuestión futbolera, avanza una perversa manera de ser. Un problema de ribetes sociales, más que deportivos. Hay motivos para tomárselo en serio. Tantos como los hay para defender los logros de la era Tabárez.