El 2002 también mostró impactos en el sistema educativo formal y en los jóvenes. El libro ¿Educar ya fue?, del educador y comunicador Gabriel Kaplún, recoge testimonios de una investigación de 2004, que habla del surgimiento de nuevas culturas juveniles entre las que se destaca la oposición entre “chetos y planchas”.

La cultura o fenómeno plancha surge en esos años como una expresión de clase, aunque no en términos de conciencia de clase. En este sentido la expresión “plancha se nace, no se hace” marca fuertemente esa concepción. La sobreactuación, maneras de vestir y de moverse que muestran una conexión de clase con la delincuencia. Los planchas muestran en su discurso y en sus productos culturales –como la cumbia villera– un orgullo de no respetar la propiedad privada, de matar, del consumo de ciertas sustancias, que no necesariamente se concreta en acciones. Según explicó Kaplún esto generó un segundo fenómeno de imitación en sectores medios, que pasó por la vestimenta y los gestos pero no necesariamente las actividades y menos aún por la clase social.

El fenómeno surge a partir de la desesperanza –de ascenso social y de permanencia, porque no hay trabajo– y la desesperación a la que se llegó en 2002. Una posibilidad ante la desesperación es la de hacer del estigma un emblema (discursos como “aguanten los planchas” o “soy plancha y qué” lo refuerzan). El educador recuerda la definición recabada a partir de los testimonios recogidos en la investigación que indicaba que “un plancha es un terraja con orgullo”. La alusión terraja hacía referencia a dos posibles cosas: como sustantivo, a un pobre con mal gusto, y como adjetivo, al mal gusto de los pobres, siempre en tono despectivo, según explicó.

Comentó que se podía observar una oposición entre chetos y planchas como dos polos de conflicto, lo que en un sentido quebró con la imagen del país de las medianías en donde todos somos clase media, indicó. “Se pone a la vista la desigualdad, se rompe lo de la no ostentación de la riqueza, debido a que en los chetos se visualizaba la ostentación de los ricos”, dijo. Kaplún agregó que estos aspectos no se incorporan a los diálogos que ofrecía el sistema educativo.

Sistema en tensión

“La educación media –liceo y UTU– es la que más vacía de sentido queda, pese a que ya lo venía perdiendo. El liceo sirve sólo para ir a la universidad, y para algunos sectores esto no tiene ningún sentido”, agregó. De acuerdo a lo que cuenta, todo esto se hace muy difícil de entender para los docentes. “La reacción de muchos es: o los cambio y les saco eso que traen, o no son educables; una cosa muy dicotómica y terrible”, opinó. “Hay que educar a estos bárbaros” pareció ser la respuesta, basada en lo tradicional del modelo educativo de Sarmiento y Varela.

No se ve ninguna potencialidad en esos jóvenes, lo cual también es comprensible por el sentimiento y la expresión autodestructiva de ellos. Sobre este punto Kaplún recuerda a una docente de UTU que estableció un diálogo con sus alumnos que la terminó desesperando a ella, porque concluye que los jóvenes van rumbo a la cárcel o a la muerte casi a conciencia, y la lleva a cuestionarse qué es lo que está haciendo ahí enseñándoles cocina.