A finales de enero de 2013, Jonathan Rodríguez fue citado al primer plantel de Peñarol por el técnico Jorge da Silva. Desde el año anterior venía rompiendo redes en Tercera División, ésa fue una de las causas por las que fue ascendido. Le dijeron que iría a Trinidad, en Flores, a participar en el encuentro de preparación entre los carboneros y Guaraní de Paraguay. Ingresó por Alejandro Siles cuando quedaba media hora, le cometieron un penal, y, por medio de él, Juan Manuel Olivera hizo el gol. Hoy, el Cabecita es una realidad. Jugó su primer clásico en Primera División y se despachó con dos goles. Fue imparable por la banda, atacó con una verticalidad veloz. Su socio fue Aguiar y con él consiguió un triunfo que es oro para el Peñarol actual. Su presente es elocuente, y su futuro prometedor.
Jonathan Rodríguez tiene 20 años. Juega en Peñarol desde principios de 2012, pero la rompe desde pequeño. Jugador del Atlético Florida, el Cabecita comenzó a chivear la pelota como todo niño en baby fútbol. En 2005 fue ascendido a la sub 15 y su rendimiento lo fue convirtiendo en joven promesa. Tal era su potencial que un empresario italiano arribó con intenciones de comprar su ficha. Se firmó la patria potestad, el club se asesoró con el delegado de Nacional (el doctor Navascués), se habló de dinero, pero nunca lo vinieron a buscar. A su vez, era un joven de barrio sin ganas de desprenderse de los afectos cercanos y la vida con su familia. Humilde, desde chico se crió entre su casa y la sede del club, contención invalorable para un niño que no terminó la escuela. No justifica, pero sí ayuda a comprender que en muchas ocasiones hay agentes sociales que juegan roles de inclusión y promoción. Siendo buena persona, siempre habrá tiempo de terminar los estudios.
La noticia llegó cuando Jonathan pisaba los 18 años. Integró la selección departamental de la categoría que salió subcampeón nacional. Fue en ese momento que explotó y concretó un gran campeonato. Sergio Pardo, jugador floridense que integró selecciones nacionales sub 15 en la generación de Marcelo Zalayeta (hoy compañero de Rodríguez), luego consagrada en Malasia, logró el contacto con Víctor Púa. El ex seleccionador celeste había sido contratado por Peñarol para cumplir funciones en todas las categorías juveniles del mirasol. El gurí de pueblo no estaba muy seguro al principio; incluso llegó a viajar para entrenar. Otros compañeros de Florida, como Facundo Guichón o los Pastorini lo ayudaron a la adaptación. Ayudaron, quizá inconscientemente, a que la irrupción de Jonathan Rodríguez en el fútbol profesional de hoy fuera una realidad. Peñarol terminó pagando por él 7.000 dólares. De seguir el crecimiento de esta joven promesa, seguro tenga futuro en el extranjero. La FIFA ampara los clubes.
Mecanismos
Como ya se conoce por otras transferencias en Uruguay, existen dos formas de ayudar a los clubes que formaron a los jugadores desde niños. Se encuentran en el reglamento sobre el estatuto y la transferencia de jugadores de FIFA, y son dos: el artículo 20, “Indemnización por formación”, y el artículo 21 “Mecanismo de solidaridad”. Éstos se activarían si Jonathan Rodríguez fuera vendido al exterior. Si bien difieren entre sí en algunos aspectos, ambos artículos son complementarios y cubren la totalidad de la carrera del jugador y sus posibles transferencias entre ligas.
Supongamos que el jugador fuera vendido a un club argentino. Amparado en la indemnización por formación, los clubes en los que jugó Jonathan Rodríguez entre los 12 y los 21 años (con plazo hasta la temporada en la que cumpla 23 años) se verán beneficiados; es decir, Atlético Florida y Peñarol. La forma para calcular el pago depende de los costos de formación y del monto final de la transferencia.
Cuando el jugador cumpla 23 años se aplicará en cada venta, para diferentes ligas, el Mecanismo de solidaridad. Mediante esto queda establecido que 5% de la futura transferencia internacional (siempre en el caso de que haya un contrato vigente) será volcado a las arcas de los clubes que lo educaron. Y así cada vez que el delantero sea vendido de país en país, aunque nunca dentro de la misma liga. Valga recordar el caso de Edinson Cavani: cuando fue vendido de Palermo a Napoli ninguno de sus clubes de formación percibieron dinero. A Atlético Florida le corresponderá un pago por haberlo formado entre los 12 y los 18 años, y a Peñarol desde los 19 en adelante (como máximo, hasta los 23). El pase definitivo de Atlético a Peñarol fue el día de los inocentes de 2012, como quedó establecido en el Boletín de Pases de la Asociación Uruguaya de Fútbol: “41.750 Jonathan Rodríguez, de Atlético Florida de la Liga de Fútbol de Florida a Peñarol (3ª División). 28.12.2012.Visto el convenio firmado entre las partes y la nota del club de destino, haciendo uso de la opción de pase definitivo, concedido en tal carácter”.
Grafiquemos: si la transferencia fuera de ocho millones de euros, 5% serían 400.000 euros, una cifra para nada despreciable si tenemos en cuenta la realidad del fútbol uruguayo.
Más allá de los repetidos, casi con ironía, 7.000 dólares, y una pelota, Atlético Florida (en este caso, aunque podría ser cualquier organización sociodeportiva de un pueblo uruguayo) le dio a Jonathan Rodríguez mucho más, algo que nunca compensarán ni 7.000 dólares ni siete millones de euros, y en eso está lo mejor: ni Atlético Florida,Santa Catalina, Central de San José o Artigas de Rivera cobijan, crían, enseñan y forjan seres humanos con la finalidad de sacar guita, sino con una idea supradeportiva: la de ser hogares y familias virtuales.
Hacia adelante, ¿qué? De los zapatos insufribles a las botas de colores flúor, de las camisetas desteñidas a las más confortables y gloriosas de todas. Y en el medio, un botija al que hay que acompañar en su crecimiento, tratando de que los minutos de gloria sean su realidad del futuro. Lo mismo para los clubes.