Francisco Maturana nació en 1949 en Quibdó, capital del departamento del Chocó, en Colombia, pero vivió desde muy chico en Medellín, capital del departamento de Antioquia. Conoce esa ciudad como la palma de su mano. Todavía recuerda claramente el bullicio de los niños que su madre, Hilda García, reunía para armar los partidos de fútbol barriales con la intención de alejarlos de los negocios locales asociados al narcotráfico. Por eso era conocida por todos como “la DT”, aunque su trabajo tenía un condimento de intención orientado mucho más al cambio social que al desarrollo netamente deportivo.
En sus recuerdos de infancia aparece la mesa larga con 64 comensales. La cabecera la ocupa la madre. Fue maestra. Tuvo ese don de enseñar y una destacada capacidad de liderazgo que la llevó a ser una persona influyente en la familia. Así la recuerda su hijo. Ella murió a los 92 años, hace pocos meses. El vínculo de su madre con el fútbol comenzó cuando Pacho jugaba en el Club Atlético Nacional de Medellín. Por las tardes, cuidaba a sus nietos y los llevaba a jugar al fútbol a un campo baldío lindero. Poco a poco, se fueron reuniendo los niños del barrio en torno a ella. Un buen día, la gurisada era tan numerosa, que Hilda decidió solicitar el terreno a las autoridades municipales para hacer una cancha de fútbol. Compró silbato, camisetas y ordenó los cuadros. Hasta hacía planillas de los partidos. La única condición que se exigía para formar parte de los planteles era “no hacer mandados a los malos”. Se corrían rumores de que los adultos les pedían a los más chicos que fueran a comprar droga, y, muchas veces, se confirmaban.
Entre túnicas y canilleras
“La amistad lo es todo para mí”, comenta. Y uno comienza a entender por qué decide arrancar con esa frase cuando habla de su historia, de aquello que lo impulsó a seguir una carrera universitaria en tiempos en que jugar al fútbol no estaba tan bien visto. Arrancó sus estudios de odontología, un poco por casualidad y otro poco por decisiones ajenas. No obstante, reconoce que su sensibilidad hacia el área de la salud la heredó de su padre, que fue promotor de salud. Recuerda que en los veranos paisas (así se conoce a los habitantes de Antioquia) lo acompañaba para no quedarse en su casa y se enamoró de esa rutina. Cuando terminó el Liceo Antioqueño se juntó con los amigos a analizar en qué se anotaba, con la idea de combinar estudios con amistad. La idea era no separarse del grupo en el nivel terciario. Primero, se anotaron todos en Agronomía, presentaron los exámenes de ingreso y Pacho se fue de vacaciones. Más tarde, le avisaron que sólo él había pasado las pruebas y los parceros (sus compinches) lo incitaron a anotarse en otra carrera de la Universidad de Antioquia. Es así como lo anotaron en Odontología por un año, ya que el resto prefería cursar carreras en el área de la salud. Terminó enamorado de la profesión y aprobó las materias en los cinco años reglamentarios.
“Los estudios estuvieron siempre por encima”, dice con seriedad. Sin embargo, durante su carrera universitaria apareció la posibilidad de jugar en la selección de Antioquia. Cuando se graduó se quedó esperando que le asignaran un pueblo para hacer la práctica profesional, pero como eso no llegaba se refugió en el fútbol. “Un día cualquiera me hicieron un contrato profesional”, comenta. Los amigos le decían que aceptara el desafío. Pero Pacho ya había decidido que se dedicaría al fútbol sólo medio tiempo, intercalando los botines con la atención en el consultorio particular.
Su primera práctica profesional la hizo en Bucaramaga, al noreste del país, donde también jugó desde 1982 al fútbol en Atlético de Bucaramanga, lo que le permitía esa combinación perfecta que tanto esperaba. Por la mañana usaba la túnica blanca y por la tarde se vestía con pantalones cortos y zapatos de fútbol. Trabajó 14 años en la profesión en su consultorio particular y alternando temporadas como docente en la Universidad de Antioquia. Pero algunas cosas se empezaron a complicar cuando los viajes con los equipos de fútbol se extendían y el resto de las obligaciones no se podían cumplir. Desde entonces, Maturana decidió colgar la túnica y dedicarse al fútbol.
Comienzos y más
La ciudad de Medellín es futbolera. Durante su infancia, por la ventana de su casa, veía pasar a grandes futbolistas como Óscar López, Bernardo Cunda Valencia. “Uno quería caminar como ellos”, recuerda. Hasta que un día apareció en su escuela el uruguayo Julio Ulises Terra a elegir jugadores menores. Lo vio y lo seleccionó para las inferiores del Club Atlético Nacional de Medellín. Desde los 13 años vistió la camiseta verdolaga hasta pasar por todas las categorías y llegar a Primera. Si bien ese comienzo fue muy temprano, Pacho insiste en que en esa época ser jugador de fútbol no estaba bien visto. “Antes había que tener bendición de los padres para dedicarse al deporte, porque ellos habían trabajado para que fuera profesional en una carrera. En ese tiempo el fútbol no representaba lo mismo que ahora. Es más, si uno estaba interesado en alguna chica de cierto nivel y entablaba una amistad, sus padres la cancelaban porque no estaba bien visto el jugador de fútbol. Se ha venido a conseguir un estatus desde hace poco. Ahora son íconos publicitarios”, explica.
Su carrera futbolística lo hizo pasar por varios equipos. Fue defensor en Atlético Nacional, en Bucaramanga y en Deportes Tolima, con el que salió campeón nacional en 1973 y 1976. Más tarde, llegó a la selección de Colombia y jugó seis partidos en las clasificatorias para el Mundial de España 1982.
Entrenador
Lo de entrenador se dio cuando ya le costaba levantarse temprano para ir a entrenar. Esa señal fue contundente. “Empecé a cambiar, engordé, me sentía incómodo conmigo. Hasta que apareció en mi consultorio como paciente Luis Cubilla. Él dirigía Nacional en ese momento y me invitó a jugar. Le dije que no me sentía bien, pero me insistió en que fuera y jugara los partidos de local y no viajara, que es lo maluco, y después me volviera asistente suyo. Le respondí que no, porque no me parecía bien ser asistente cuando en el equipo estaban mis compañeros, y no me había preparado. Entonces, como yo había tenido de entrenador a Carlos Salvador Bilardo, a Osvaldo Juan Zubeldía, me asignó un grupo de jóvenes de inferiores para que les enseñara. Trabajé por la tarde con ellos y me sentía muy contento. Ese equipo empezó a jugar bien y al otro año ya me nombraron director de todas las inferiores del Club Atlético Nacional de Medellín. Empezamos a crecer en la dirección, me fui entusiasmando. El modelo que aplicamos ese año ayudó a que ganáramos en todas las categorías, algo que no había sucedido antes. Fue espectacular. Estando en eso, el técnico de Nacional ya no era Cubilla sino su asistente, Aníbal Maño Ruiz. Viajaba a Uruguay cuando el profesor Lagormasino era el director de la carrera de Educación Física y daba conferencias, me nutría de todo y me fueron haciendo como entrenador. Una noche me llamó alguien, en 1986, y me preguntó si quería dirigir a Once Caldas en Manizales, y me asusté. Le conté a Aníbal y me dijo: ‘Vos estás en un partido y tenés la posibilidad de hacer un gol en el minuto uno. ¿Esperás hasta el 90?’, me preguntó. Le contesté: ‘Lo hacemos en el uno’. Entonces me dijo que era mi turno para irme. ‘Eso no va a ser un ir a morir allá sino un comienzo, vos vas y volvés a Nacional y me vas a reemplazar, vas a tomar la selección de Colombia’. Ese día me encontré con Nelson Molina y Hugo Gallego, dos amigos míos, y me dijeron que me fuera. ‘Lo peor que te puede pasar es que te echen; si eso pasa, nosotros vamos a buscarte en caravana’, me dijeron”.
Ya en Manizales, en 1986, Once Caldas logró clasificarse a la ronda final del campeonato nacional. En su equipo de aquel entonces estaban Alexis García, Jaime Arango, Alonso Pocillo López, Manuel Rincón (hermano de Freddy Rincón), entre otros. El equipo era 100% colombiano, condición que se repetiría en Nacional.
Más tarde alcanzó el desafío máximo: la selección colombiana de fútbol. Tal como ya había sucedido, comenzó con las divisiones inferiores y luego se integró al plantel mayor para la disputa de la Copa América en 1987, en la cual Colombia obtuvo el tercer puesto, ganándole a Argentina. Uno de sus mayores logros, al lado de Hernán Darío Bolillo Gómez, fue obtener en 1989 la clasificación al Mundial de Italia 1990, tras 28 años de ausencia de una Copa del Mundo. Cuatro años más tarde, esa misma dupla clasificó a Colombia al Mundial de Estados Unidos 1994. Después de un tiempo sin dirigir la selección, Pacho retomó ese camino en 2001 y Colombia ganó la Copa América que se disputó en su país.
Muchas cosas se dicen de él. Una de ellas es que se le debe haberle dado identidad e imagen al jugador de fútbol colombiano. Es que a lo largo de su carrera dirigió a destacadas figuras del deporte, como Andrés Escobar, Carlos El Pibe Valderrama, Luis Carlos Perea, René Higuita y Freddy Rincón, entre otros. También recuerda, en su paso por América de Cali, en 1992, haber dirigido a Jorge Polilla da Silva.
Continuando con su carrera de director técnico en el exterior, llegó a Atlético de Madrid, donde dirigió a Diego Simeone. En 1995 estuvo al frente de la selección de Ecuador en la Copa América y las clasificatorias de 1998. Los resultados no acompañaron al equipo y el contrato no fue renovado. También conoció al maestro Óscar Washington Tabárez. “Dirigí en Costa Rica y en el Mundial juvenil fue como integrante del cuerpo técnico de FIFA y me encontré con él allá. Claro que cuando estuve en Cali lo había visto. Cuando uno lo conoce, es difícil no rendirse ante una persona de la calidad humana que tiene, y eso implica que uno lo adopte como una amistad”.
En 1998 dirigió a Millonarios de Bogotá, luego a la selección de Costa Rica y más tarde a la de Perú. También lo hizo en Argentina en equipos como Colón de Santa Fe y en Gimnasia y Esgrima de La Plata. Dirigió en 2008 a Trinidad y Tobago, quinta selección nacional que sumó a su experiencia.
Se juega como se vive
En 1996, en una entrevista que le hizo César Luis Menotti y se publicó en la revista argentina La Maga, Maturana dijo que “al fútbol se juega como se vive”. Luego de su experiencia acumulada en el deporte, Pacho sigue sosteniendo lo mismo. “Lo pienso porque todos los días uno se da cuenta. Es difícil jugar bien y portarse mal. Si hay condiciones y no tenés una condición humana eso no cuadra. Eso es un tema de liderazgo. Es muy importante el valor, pero también la condición humana. No es fácil decir que se tiene que vestir bien o descansar si uno no lo hace. Es preciso que encarnes los valores que querés que tengan los jugadores. Si el director técnico no los tiene, no tiene sentido el mensaje”.
Hace una pausa. Toma un sorbo de café. Se acomoda en la silla procurando estar más derecho. Parece preparar su postura para decir que cree que la inmediatez de los resultados hace que las instituciones deportivas se estanquen. Es un concepto que repite a lo largo del encuentro y que desarrolla en el momento que considera que tiene que aclarar que la formación de los jugadores y la manera como se consiguen los resultados deben ser fundamentales y llegar como consecuencia de un trabajo serio y profesional. Habla entonces de un mercado que conoce y le resulta carísimo dentro del fútbol, dice que para profesionalizar a un equipo se necesita inversión en las nuevas tecnologías y apostar a nuevas herramientas que asesoren y apoyen el trabajo del equipo técnico. Sin embargo, sabe que, en muchos casos, el resultado manda.
Se explaya sobre el fútbol colombiano de hoy. Se entusiasma cuando lo dice. “La llegada del argentino José Pekerman hizo que se acabaran las encuestas porque se acallaron los comentarios sobre quién juega en la selección: si son paisas, si son de tal lado. Hasta las dirigentes crecieron. Antes se hacía una lista para la selección y se hacían negociaciones sobre la plantilla asegurando que 17 jugadores eran suficientes. Pekerman hizo una plantilla de 27 y trajo un equipo técnico de ocho personas y nadie dijo que eran muchos. Eso es un salto de calidad que ha dado el fútbol de Colombia. El propio Perkeman se maneja distinto con la prensa, porque antes estaba el entrenador a las seis de la mañana atendiendo a periodistas que confrontaban con su idea. Ahora hay un entorno tranquilo. Su llegada va a ser importante para el fútbol de este país”, asegura.
Agarra el manojo de llaves y lo mueve cuando habla. Agarra entre sus dedos una llave muy finita y señala. Busca poner énfasis en lo que intenta transmitir. “Hay un hecho muy puntual en el fútbol y es que hoy por hoy hay sólo un jugador en el mundo que garantiza coquetear con resultados: Lionel Messi. Pekerman lo tuvo en la selección y no pudo ganar, entonces quiere decir que el momento del jugador no era el ideal para lo que se esperaba. Tito Vilanova lo disfruta, Alejandro Sabella lo disfruta. Son momentos. Hoy en Colombia está Freddy Guarín en un buen momento, Radamel Falcao en un momento esplendoroso, Rodríguez y Martínez no están en su momento pero van a ser mejores que todos los que están ahora. Menotti, que fue campeón del mundo, ha dicho que Guarín es la clave de Colombia. Se van a suceder cosas importantes mientras se mantenga el entorno. Y es importante ver qué se va a hacer cuando la selección pierda partidos”.
La biblia y el oro
Los medios de comunicación, los periodistas deportivos y los entrenadores de fútbol: actores en disputa que no siempre encuentran un sano equilibrio. Más bien, existen tires y aflojes. “Casi siempre me relacionaba desde el respeto. Al principio los medios eran uno más del grupo de trabajo a puertas abiertas y les decíamos todo. Desde el primer día sabían cómo era la alineación. Con algunos me senté a explicarles cuál era el proyecto y la estructura. A la vuelta de algunos años, la cosa fue cambiando. Para explicar esto, cito a Eduardo Galeano. Él decía que los indios tenían la tierra y el oro, mientras que los españoles tenían la biblia y los crucifijos. Incitados a orar, los indios cerraron sus ojos. Cuando los abrieron tenían en sus manos la biblia y los españoles el oro. A nosotros nos pasó lo mismo. Nos abrimos a los periodistas. Muchos no tenían pasaporte y Colombia los hizo conectarse con el mundo porque comenzamos a viajar. No sé en qué momento ellos sabían todo y nosotros no sabíamos nada. Eso lo respeté. Siempre sentí eso pero nunca lo dije. No sé en qué momento se capacitaron ellos tanto que nos superaron. Yo aprendí la diferencia. Si usted como periodista piensa esto, tiene derecho a eso. Al principio me peleaba y ahora respeto la diferencia y no entro en la confrontación. No quiero seducir a nadie. El fútbol se puso tan complicado que ganar avala todo. Vos podés hablar, explicar, pero si no ganaste, perdiste todo el año”.
De la raya para afuera
“Si el poder es el dinero, son inocultables las diferencias avaladas por la historia entre las instituciones deportivas de Europa y las de América del Sur”, dice con énfasis. “La afición del Santiago Bernabéu no la hicieron ahora sino que ya estaba ahí. Decir que Barcelona tiene 100.000 socios significa que en setiembre ya tiene todo el dinero recaudado y se preocupa por vender taquillas. No hemos entendido que es parte de lo actual. El fútbol es más importante de la raya para afuera que de la raya para adentro. ‘¿Cómo es posible que fichen a un jugador tan caro?’, se pregunta uno. Pero es que en su presentación ya vendieron todas las camisetas y han pagado con eso la mitad. Es el fútbol de la raya para afuera. Esos jugadores que hoy no llegan al entrenamiento están en Japón o en Corea, en una entrevista porque al club le sirve el dinero. Es otra dinámica que de pronto permite ese tipo de exageraciones en algunos casos. Su estructura está por encima desde antes. No tienen en la cantidad el talento: ése es el patrimonio americano, sin desconocer que ahora se ve a Iniesta, a Xavi, de los que fácilmente se puede decir que son talentosos. Nosotros buscábamos la estructura física y nos hacíamos fuertes con el talento. Hemos perdido el talento amén de que el negocio y la estructura económica hacen que América construya para fortalecerlos a ellos. En esa ida y venida pasan cosas que empeoran las condiciones para América y no para Europa. Hace poco escuchaba a Mano Menezes: cuando dirigía a Brasil decía que no tenía un 9 y le preguntaron por Pato, dijo que juega como europeo. La ida de esos jugadores desde tan jóvenes hacia Europa hace que pierdan la esencia de barrio. La esencia americana se va diluyendo. América todos los días está posicionada en su figura de sirvienta internacional”.
La nueva Colombia
Levanta la mano y saluda a dos muchachos que pasan por la calle. A Maturana lo reconocen y él devuelve el gesto con amabilidad. Hace un tiempo que se dedica a trabajar para la FIFA y no a entrenar equipos. Esto no se debe a falta de propuestas, sino a que entiende que para asumir un desafío de esas características, luego de la experiencia que ha acumulado, debe ser muy cauteloso en las elecciones. Por eso, mejor no. Cuando habla de las clasificatorias mundialistas no deja de decir que le parecen “complicadas”. “No hay más mañana en esta vuelta. No se puede desconocer lo que es Argentina, Chile deberá recuperarse y tiene con qué. Creo que no hay motivo de drama con Uruguay. El antecedente actual es que está entre los cuatro mejores del mundo y es el último campeón de la Copa América. Que no haya estado bien no quiere decir que estos jugadores hayan llegado a un techo, porque es un grupo joven y es un estandarte para el Mundial. Si Perú llega con vida va a amargar a más de uno y a Venezuela hay que tratarlo de usted. Está para pelear. Si bien es cierto que el mensaje de Colombia es esperanzador, todos están vivos”, concluyó.
Al despedirnos y ya sin el grabador encendido, Maturana continúa comentando cuestiones de interés. Dice que cree que el fútbol femenino es el futuro aunque para los dirigentes esto es una pérdida de dinero. Sin embargo, sostiene que renovar las hinchadas para que se llenen de familiares puede ser una buena idea contra la violencia en el deporte. “La mujer consigue lo que quiere”, me dijo y se despidió.