En un ómnibus que salió desde Montevideo el lunes algunos ya comenzaban a vivir el carnaval de La Pedrera, Rocha, con las expectativas puestas en que fuera una noche de diversión y descontrol, y así lo fue. Al bajar, en la ruta 10, llamaban la atención el vallado y la presencia policial que permitían el acceso a la calle principal del balneario, en la que año a año pasa lo más sustancial del asunto. Una vez que pudimos pasar la valla, sin registro alguno, la música empezaba a escucharse cada vez más fuerte y se veían los primeros disfraces.

Eran los de antes

Quienes veranean y viven en La Pedrera ya no disfrutan de su carnaval como antes. Según contaron a la diaria vecinos de la zona, desde hace algunos años la fiesta dejó de ser de quienes veranean asiduamente en el lugar y se vio “invadida” por “otra gente”, que hace que todo se vaya de control. Sin embargo, los jefes del operativo policial dijeron que este año hubo pocos detenidos y casi ningún incidente. La Junta Nacional de Drogas montó dos “carpas de achique”, en las que había agua y colchones para quienes hubieran consumido de más y necesitaran un descanso e hidratación. Eso se sumó a un trabajo de prevención que habían realizado días antes en el marco del programa “Cuidándote vos, disfrutamos todos”. También había baños químicos, aunque no faltaron aquellos que prefirieron los arbustos.

A medida que bajábamos hacia la playa, al frente de algunos boliches ya estaban formados los primeros borbollones de gente bailando y tomando, y se notaba que algunos ya lo venían haciendo desde hacía rato, porque todo había comenzado en la tarde con guerra de agua en un ambiente un poco más familiar. Como en todo grupo humano, siempre hay oportunistas y desde temprano hubo que barajar manos en el aire que intentaban meterse en bolsillos ajenos. Los populares pungas ya se convirtieron en un clásico de los carnavales pedrenses, y los habitués dicen que vienen tanto de Montevideo como de Rocha. Al menos eso dijo un hombre que había ido con sus hijos y su esposa, que no tuvo mejor idea que llevar cartera. Cuando se dio cuenta de que se la habían vaciado salió en busca de sus documentos y encontró cédulas, tarjetas de crédito y hasta licencias de conducir pero de otras víctimas del mismo delito.

“Víctimas del delito” también fuimos nosotros, que nos sentamos a comer y pagamos $ 140 por una hamburguesa completa con fritas, cuya carne era de dudosa procedencia. Pero no importaba, aunque para algunos la fiesta había empezado hacía rato, eran la 1.30 y un buen momento para arrancar la nuestra.

Mundo bizarro

El público era diverso. Abundaban los jóvenes, tanto en pareja como en grupos de amigos y amigas, pero todavía quedaban restos de algún canoso y hasta niños que miraban atemorizados lo que ocurría. Es que la mayoría de la gente ya se había dejado llevar por la fiesta y nunca faltan los que se ponen un poco agresivos. De todas formas, el panorama era pintoresco y sobresalían las distintas producciones para los disfraces.

Predominaban las pelucas de colores y las caras pintadas, pero también hubo quienes le pusieron un poco más de empeño y creatividad. A los ya tradicionales hombres vestidos de mujer se sumaban piratas, enfermeros, obreros de la construcción, curas y monjas, bebés, arbustos y superhéroes. Pero los que causaron sensación fueron un grupo de amigos vestidos del popular personaje de videojuegos Mario Bros, quienes además llevaban un parlante con su música tradicional. En un momento me pareció ver a alguien disfrazado del popular “Colorado de Omar Gutiérrez”, pero al acercarme vi que era el mismísimo pelirrojo, que estaba sentado en un escalón.

A medida que pasaban las horas aumentaba el clima de fiesta y comenzaban a formarse las primeras parejas, al menos por un rato. Si bien quienes han estado otros años dicen que tanto la cantidad de gente como la de alcohol disponible se redujeron en relación a ediciones anteriores, los amontonamientos eran cada vez más grandes y también podían verse adolescentes probando sus primeros tragos en vasos, botellas, mangueras y hasta jeringas, y se divisaban varias heladeras portátiles. Las batucadas espontáneas aparecían y ponían a sambar a la gente, que a esa altura ya estaba toda salpicada con una mezcla de espuma, agua y barro.

Más de la raya

Sobre las 3.00 apareció gente en ropa interior, muñecas inflables, hombres que les gritaban cualquier cosa a las mujeres con el objetivo de “levantar”, y hasta hay quienes dicen que vieron a una pareja teniendo relaciones sexuales en plena calle principal. La consigna era que nadie quedara sobrio, y pese a que había quienes se quejaban del precio de la bebida -un litro de cerveza oscilaba entre los $100 y los $150-, no era momento de escatimar.

Aunque las autoridades habían anunciado que el sentido del corso este año no iba a ser desde el tanque de OSE hacia la playa, sino al revés, la medida no tuvo efecto. No sé si se trata estrictamente de un corso, porque había gente caminando para todos lados, pero la mayoría iba para la rambla porque “la joda estaba ahí”.

A las 4.30 entramos oficialmente en la hora del vale todo y muchos jóvenes empezaban a estar más pendientes de sus celulares que de lo que pasaba alrededor, quizá en busca de una conquista más certera. Era imposible no encontrarse con personas conocidas, que se fundían en un emotivo abrazo cada vez que se producía el encuentro. Igualmente había quienes pretendían pasar desapercibidos: “tengo la capa de la invisibilidad, boludo”, dijo uno que pasó en bóxer y con una capa en la espalda. Los flashes y las cámaras también eran motivo de pose y exhibición.

La hora seguía corriendo y fuimos para la rambla, pero no había tanta gente como en los boliches, pese a que un adolescente decía que ahí “estaba explotado”, en referencia a que había habido descontrol. Lo que sí se veía en la rambla era un ataúd y varios arreglos florales con la leyenda “Q.E.P.D. Uruguay Natural”, hecho por vecinos en alusión a las amenazas de construcciones que sufre la zona.

La vuelta

Cuando llegó el amanecer muchos eligieron pasarlo en la playa, y otros permanecieron en los boliches, que seguían andando. Pasadas las 7.00 comenzaron a cortar la música; algunos la siguieron con amplificación propia, mientras que otros reclamaban que la fiesta continuara. Al ir caminando de vuelta hacia la ruta para tomar el ómnibus se veía y olía lo que el carnaval de La Pedrera había dejado, y tras el vallado aguardaban decenas de efectivos de la Guardia Metropolitana que estaban allí “por prevención”.

Antes de subir al ómnibus quisimos comprar algo para desayunar. Entramos en una panadería y estábamos dispuestos a pagar $ 100 por una porción de tarta, hasta que pedimos una boleta y el panadero dijo que de esa forma debía cobrarnos, además, el IVA, porque el gobierno le había subido los impuestos y debía desquitarse con nosotros.