La Libertadores no se juega, se sufre. Iban 89 minutos. El Polilla llamaba a un zaguero y sacaba al anotador Olivera. Y, ya en los descuentos, mandaba a la cancha al lateral Walter López y quemaba la última variante. Un utilitario Peñarol defendía con cinco hombres y aguantaba el 1-0. El rival reivindicaba el prestigio ganado por el fútbol ecuatoriano y convocaba a los fantasmas de la selección de su país, Barcelona y Liga de Loja, cuya peligrosidad fue reciente y reiteradamente comprobada por clubes y selecciones uruguayas.

La ilusión de los hinchas aurinegros ante la acumulación de victorias internacionales se mezclaba con los chuchos desencadenados por los últimos intentos de un Emelec que le puso a la derrota un precio altísimo. Inflacionario.

Peñarol fue intenso, en lo bueno y en lo malo. Presionó, corrió y jugó con ritmo, pero acusó cierta falta de pausa. A puro play, cargó la banda derecha desde el comienzo. El Lolo volvió a marcar el camino, como en el debut ante Deportes Iquique. Pero lidió con defensores más despiertos y falló en la definición, defecto que la semana pasada disimuló con un gol. Desperdició una clara a los 20 minutos: Torres se reivindicó como un buen lanzador y, tras un mal rechazo, Estoyanoff le reventó el pecho al arquero. Al arrancar por la punta opuesta, Aguirregaray le dio de comer con diagonales que dejaron inutilizada la banda izquierda. Zalayeta reiteró sus finísimos retrocesos para buscarlo por abajo.

El trámite desnudó un par de falencias carboneras. Pese a que más tarde convertiría, Olivera por momentos quedó aislado. Además, el exceso de ganas atentó contra el orden táctico y estiró al equipo, lo que llevó a que los ecuatorianos encontraran espacios promediando el primer tiempo. Mondaini y Giménez, sus volantes abiertos, ganaron espaldas y se animaron. El interesantísimo delantero Caicedo, con un gran gesto técnico, paralizó corazones y sacudió un palo a los 35 
minutos.

Cuando Olivera marcó el 1-0 a los 68, dichas escenas parecían condenadas a la repetición. El partido crecía en intensidad, entre búsquedas aurinegras algo rudimentarias y oportunistas respuestas visitantes. En una ocasión, la frazada locataria quedó corta y el delantero De Jesús exigió a Bologna. Pero el fuego mirasol pudo más: el Vasquito volvió a defender su contratación y encendió la llama con una salida por el medio que, tras una apilada, volcó el fútbol a la gastada banda diestra. Allí, Ale González combinó con el Lolo y fue Cafú por una jugada. Su incursión forzó un rechazo que Estoyanoff cambió por remate. Pero Olivera por fin pellizcó una y la desvió bajo el arco para marcar el 1-0.

Después, cuentos conocidos. El ofensivo Valencia probó de lejos y de cerca y el peligroso Mondaini mantuvo su buen nivel. El riesgo rondó y justificó el suspiro aliviado que saturó unas 45.000 bocas y narices tras el pitazo final. Es que lo que en un torneo local sería menospreciado en la copa se festeja.