La semana pasada Fuenzalida estuvo en Uruguay para asesorar al equipo de dirección de Televisión Nacional Uruguay (TNU) en un proyecto de producción asociada que el medio implementará. No fue la primera vez que el investigador y ex director de los Estudios de Audiencia en el Instituto de Estudios Mediales de la Facultad de Comunicación de la Universidad Católica de Chile llegó por trabajo al país. Una vez al año participa en actividades académicas en la sucursal universitaria jesuita uruguaya y otras tantas veces ha sido invitado a participar en encuentros del área de la comunicación.

En su último viaje conversó con la diaria sobre diversos aspectos de la televisión pública latinoamericana y los desafíos que tienen por delante los canales para producir ficción con escasos recursos.

Mal de muchos

En la actualidad el investigador trabaja en la publicación Pensar la televisión pública en América Latina. El tema lo inquieta porque considera que la televisión estatal de la región está en un momento de transición, aunque no todos los países viven esa transformación de la misma manera. Cada uno atraviesa un proceso individual porque parte de una realidad única con algunos aspectos en común. “En América Latina tuvimos en la década de la dictadura televisiones públicas de propaganda del régimen de turno, con resultados muy malos, empresas muy mal administradas, casos de corrupción, cero contacto con la audiencia y malos resultados de rating. Ese modelo se acabó. Todos esos resultados mostraron que un modelo propagandístico para el gobierno de turno no da ningún resultado, pero también mostraron que la administración tiene que ser especializada y que no sirve nombrar funcionarios porque son amigos de ministros o de dirigentes políticos”, comenzó su reflexión.

Si bien se está en un período de transición, todavía resta plantearse más “propuestas positivas”, es decir, que haya un debate mayor sobre para qué sirve una televisión pública y en qué constan las propuestas. Adelantó que no existe un modelo a seguir porque varía en función de las características de cada comunidad.

Fuenzalida se refirió a la televisión nacional chilena, un caso con aspectos positivos y negativos, en el que luego de años de reestructura, los informativos han ganado audiencia y credibilidad. El eje central del servicio estatal es la información, que se caracteriza por ser “plural y balanceada”. Además, cuenta con una estructura jurídica que garantiza el equilibrio en la información, una ley de comienzo de la década del 90 que determinó que el canal dejara de depender del Poder Ejecutivo y pasara a contar con un directorio que fuera su autoridad máxima. Éste está integrado por siete miembros; quien lo preside es nombrado por el presidente de la república, mientras que el equipo restante es propuesto por el presidente en acuerdo con el Senado. De esta manera, habitualmente el oficialismo cuenta con una representación de cuatro personas y tres pertenecen a la oposición. “Hay otra concepción muy importante de que la información es una necesidad social. No puede existir democracia si no hay una información de calidad completa con puntos de vista distintos. Eso significa que se acaba la idea de que yo tengo la verdad. Las decisiones políticas no son fruto de una imposición, sino que tienen que ser conversadas, discutidas, aprobadas por la mayoría; eso supone una sociedad informada”, detalló.

Al mismo tiempo que resulta una virtud la importancia que se le da a la información, también es una debilidad porque otros géneros quedan subrepresentados.

Consultado sobre la televisión pública uruguaya, consideró que todavía resta construir ese “apoyo político” que en Chile fue clave. “Tengo la sensación de que la dirigencia política uruguaya no tiene esa claridad que tuvo Chile en los años 90. Es una claridad que hay que construir”, afirmó. Eso implicaría un balance de ideas y una discusión más rica. “No hay una verdad y una negación de la verdad. No todo es blanco o negro”, agregó.

En cuanto al caso argentino, sostuvo que está atravesado por la ilegitimidad de una televisión privada y los conflictos entre el diario Clarín y el gobierno de Cristina Fernández. “Creo que Argentina nunca logró tener esta idea que se impulsó en Chile de una televisión pública independiente del gobierno. El canal 7 [TV Pública] los tiene que defender a ellos”, puntualizó. Sin embargo, valoró que hay una apuesta que va más allá de la información, y por eso cuentan con un canal infantil (Pakapaka) y otro cultural con producción nacional de calidad (Encuentro), y los programas tienen gran presencia en la región.

En Brasil el gobierno “privilegió por sobre la televisión pública el proyecto de introducir en América Latina una tecnología nipo-brasileña”. Definió ese hecho como una “cosa inédita” pero en la que se necesitó el respaldo de la televisión privada norteña, y el resultado final fue seguir teniendo “una televisión pública de bajo perfil”. “Eso se lo puede permitir una potencia como Brasil. Si en Chile se hubiera pensando eso era de locos porque es un país que no tiene capacidad de hegemonizar tecnológicamente América del Sur”, comentó.

Mundo audiovisual

A partir de la incorporación de la televisión digital y de la discusión que comienza a generarse en el ámbito académico, el investigador se manifestó escéptico de las ideas que puedan llegar a surgir. Indicó hablar con propiedad por formar parte del mundo universitario, por lo que se consideró “crítico y autocrítico” al mismo tiempo. “La academia trabaja con el lenguaje lectoescrito, la televisión trabaja en el audiovisual, con la imagen y las emociones; hay dos mundos en conflicto”, enfatizó. Seguidamente agregó: “Hay palabras que usa el audiovisual como ‘entretención’ o ‘ficción’ que son malsonantes para la academia. La academia es la negación de la ficción, es la ciencia, no busca la entretención, busca el estudio riguroso y duro, y sacarse buenas notas y castigar al que no se saca buenas notas”.

Criticó como el mayor pecado de la academia latina el menosprecio por la telenovela, cuando se trata de un género de exportación que circula por toda América Latina y otros países del mundo, así como de lo popular.

Sostuvo que la academia tiene mucho camino por recorrer porque la mayoría de los estudios se dedican a enseñar periodismo escrito y no audiovisual. Realizó interrogantes que sustentan su afirmación: “¿Dónde se enseña a hacer telenovelas en las universidades de Uruguay y de Chile?; ¿dónde se enseña a hacer series de televisión?; ¿dónde se está enseñando a hacer grandes reportajes para televisión?”.

A diferencia de lo que piensan muchos académicos e intelectuales, para Fuenzalida mirar ficción y espectáculo “reenergiza”. Se consume para descansar y distraer la mente, fundamentalmente la ficción porque “una buena ficción te hace mirar el mundo desde otro punto de vista”, ya sea por la identificación que producen los personajes o porque la persona ve una historia de vida similar a la propia en la televisión, cosa que no logran los periodísticos o informativos. A modo de ejemplo citó la serie extranjera En terapia (In treatment, en su nombre original; el año pasado se emitió la versión argentina en la televisión uruguaya). Indicó que ninguna persona está dispuesta a contar su historia personal de psicoanálisis y, sin embargo, en la ficción sí se puede hacer, y eso genera que mucha gente se identifique porque comparte los mismos problemas que surgen en la sesión.

Por otra parte, enfatizó la importancia de ofrecer buenos productos de ficción además de buena información, porque se trata de una condición de la propia biología humana. “Yo creo que es un tema de la estructura de nuestra neurobiología cerebral, que toda la neurociencia está reconociendo que tenemos dos zonas que se tiñen, que tienen que integrarse. Está la zona de la racionalidad, de las leyes racionales, de la ciencia, del vivir la realidad, pero también tenemos una zona lúdica, la de la fantasía, la creatividad, la imaginación, el futuro. La neurociencia dice que el ser humano tiene que vivir con racionalidad y con inteligencia emocional”.

Más allá de lo gratificante que puede ser para el espectador ver una buena ficción, ni en la televisión privada y pública de Chile ni en la de Uruguay se suele invertir en este género. Ahí es donde hay que pensar estrategias de coproducción con países más grandes o métodos de exportación. Éste es uno de los grandes desafíos que tiene por delante la industria audiovisual, opinó.