Qué horror que una persona que dirige a chicos de 15 y 16 años afirme que prefiere ir al mundial de cualquier manera y que el premio del Fair Play lo ganen otros. Más o menos eso es lo que dijo Humberto Grondona, director técnico de la selección sub 17 de Argentina. ¿En manos de quién dejamos tantas horas a nuestros niños? Porque cuando usted los mira por la tele con camiseta deportiva quizá no se dé cuenta, pero son niños.
Piense. Quizá hay alguno en su casa, o al lado: son molestos, ponen la música a todo volumen, atropellan en la calle o en la puerta del liceo, porque caminan atropellándose entre ellos, cargados de una risa nerviosa, tratando de encontrar un lugar en el mundo. Lo saben todo pero no levantan la tapa del inodoro, no tiran la cadena, no hacen la cama y no llevan el plato o la taza a la pileta. Dan trabajo para estudiar y se comen todo.
Sí, debajo de la camiseta están ellos, y a ellos los llevan por ese camino tipos como Grondona, que les ganan la cabeza con la nefasta consigna “lo que importa es ganar”. Lo malo es que también Uruguay esta lleno de grondonitas, no tan conocidos, no tan famosos, pero varios le pueden dar clase de estupidez al argentino. Por favor, no nos rasguemos las vestiduras.
¿Cuándo cambiaron el deporte y el fútbol? Pasó de ser un juego cuyo objetivo era jugar para ganar a ser un encuentro en el que sólo sirve ganar, y de ahí a que el rival pasase a ser un enemigo hubo sólo un paso. Dejó de importar que es otro tipo y se transformó en un obstáculo para el cumplimiento de mis objetivos.
No sé, nos hemos desbarrancado sin darnos cuenta y de a poco el famoso fútbol formador de valores se ha transformado en un aliado formidable del culto al “éxito”, el camino del “triunfo”, una inmensa posibilidad de ser parte de las revistas de sociedad y de chimentos. El valor de hoy es lograr lo que sea como sea, eso lo inculcan los grondonitas a nuestros hijos, a nuestros niños, a nuestros jóvenes.
La prédica sale desde las pantallas de la tele, de los gritos del costado de la cancha y también de los colegas que deben transmitirlo y lo hacen como si jugaran Messi y compañía.
Quizá, y sin darnos cuenta, pasó de a poco, nos fuimos metiendo en la tele cada vez más jóvenes, primero sub 20, después sub 17, después sub 15, después los del baby. Fuimos transformando a los grondonitas en monstruos que quieren crecer en la cadena de estrellas de televisión y con ellos arrastraron a los chicos, a nuestros chicos, a la misma prédica.
¿Qué hace un partido del Sudamericano sub 17 en la tele? Esos partidos que cambian los horarios del fútbol mayor y hacen que personas serias hablen de ellos. ¿Qué hacen en la tele partidos en los que los jugadores se caen de cansancio en una cancha? Juegan a 2.000 por hora porque no pueden controlar su ritmo de juego, porque aún no saben jugar, pero están en la tele.
Nos acostumbran a mirar partidos muy malos porque están en la tele y tenemos que hablar de ellos. Nos exigen, porque se nos impone en la agenda, hablar de un torneo que no tiene gente en las tribunas, siempre están vacías.
¿A quién beneficia? A los más importantes, que son los chicos, no. No a los que se están formando. Ellos deberían participar en estos torneos sin público, sin televisión, a puertas cerradas, para jugar y aprender, claro, sin grondonitas.
Ellos quizá estén en el segundo ciclo de secundaria, y nadie se imagina a la tele o los padres en el aula del liceo, viendo cómo aprenden matemáticas. Estos torneos fueron concebidos para aprender, para compartir experiencias con otros de otros países, no para generar odios y rencores entre chicos alimentando la idea que viene de antes. Por favor, que antes tuvo un chico de 16 años.
Insisto: no es el único mal, pero ¿qué hacen esos torneos en la tele? Me resisto a verlos, no quiero hablar de ellos, trato de no acordarme de los nombres de los chicos; nos haría bien a todos y en especial a ellos. Pero quizá son menos horas de contenido para una cadena televisiva que gana dinero con estos torneos a costa de la salud de los jóvenes y formando ciudadanos que transitarán por el camino de “sólo importa ganar”, aunque para eso, como dice Manolito en Mafalda, haga falta hacer harina a los demás.