Todo aparenta estar normal, sereno, como de costumbre en cualquier ciudad del interior. Sus hijas estaban en casa, la más niña patinaba mientras la más grande tomaba mate. Eran las 19.00 y en la televisión jugaba Peñarol; es una casa en la que se respira fútbol. El perro se anima, comienza a mover la cola, y al instante los ladridos: señal de que llega el dueño de casa, Hugo Chino Sasén. Hace unos días consagró por tercera vez a Mercedes como monarca absoluto del campeonato de la Organización del Fútbol del Interior (OFI).
“Disculpame la demora, estaba en el campito”, dice a modo de saludo. Su pasión es el fútbol. Significó gran parte de su vida mientras fue jugador y lo vive intensamente ahora como entrenador. Por algo viene del picado en la cancha del barrio Mondongo. Mientras invita a pasar a la sala para charlar tranquilos, se aparece Fontanarrosa y aquello de “el fútbol me enseñó de la vida”.
Hay fotos encuadradas por todas las paredes. En familia, de las niñas o la nieta, de Peñarol campeón de América, de Peñarol campeón de Mercedes, de su hijo Enzo, fallecido en un accidente de tránsito. Es inevitable hablar de fútbol y el gran tema es Soriano y la obtención de la 10ª Copa Nacional. Pausado, con su serenidad habitual y la poca voz que le queda, Sasén repasa la final en Melo: “Fue muy peleada. Sabíamos que ellos iban a tratar de presionar para buscar el gol rápido. Antes de salir a la cancha busqué transmitirles calma, confianza, que estuvieran atentos y concentrados, que a medida que pasara el tiempo la ansiedad dominaría al rival y nosotros encontraríamos espacios. En el momento no sabés si llegás o no, pero viendo los primeros minutos, y con el aplomo con el que estaban los gurises, ya te dabas cuenta”.
La razón esencial es que el equipo rendía muy bien como visitante y que en el Koster había presión de la gente y la cancha estaba en la llaga. También se sostenía que el mal estado del verde césped no favorecía el juego. Lo primero, pese a ser una realidad constatada, es discutible si analizamos sólo los resultados en función de la producción futbolística. Lo segundo, es mucho más elocuente: “Acá las líneas de fuera parecen unos cerros, fijate que en una práctica la pelota se iba afuera, picó en la línea, y volvió a entrar. Estaba mal la cancha. Afuera le dan mucho más bolilla a la infraestructura, a todo. En esta ocasión citamos un alto porcentaje de jugadores con buena técnica, y es obvio que para desarrollarla tenés que tener buen pasto. Si no, no rueda la pelota”.
Así y todo, Sasén deja entrever en sus palabras que el buen juego no era todo. Menos contra Cerro Largo, y en el Ubilla. Estudió al rival, identificó las falencias defensivas, insistió en neutralizar a los de buen pie, encomendó la vigilancia absoluta del juego aéreo: “En el fútbol del interior se apuesta mucho al cabezazo”. De algo no tenía duda: la confianza en los suyos. “Fijate que a Cano y Battó, que jugaron todo el año como delanteros, les pedimos que fueran volantes y que corrieran 70 metros. Para mí el sacrificio es una premisa y hubo una gran responsabilidad en el grupo. Todos tenían la selección como prioridad, todos tenían el mismo deseo de ganar algo. Estaban comprometidos con ellos mismos, y transmitieron a los chiquilines de 20 años la serenidad necesaria para que jugaran como si hiciera diez que estaban en primera”.
¿Cuál fue el clic? ¿Dónde empezaron a creer? Pregunto. El Chino responde: “Colonia en Colonia”. Y amplía: “Veníamos dudando hasta de nosotros mismos. No hacíamos goles, los delanteros no hacían goles. Justo en ese partido tenemos el problema de los arqueros. Cachila [Moreira] no podía jugar porque estaba expulsado, Bacciarini era el tercer arquero y había renunciado, Planchón no estaba habilitado por la OFI. Sólo tenía a Chochi Manzanares. Creí que no era momento de citar a nadie, y me la jugué”.
Y el partido le salió redondo. Venía de perder como local y debía ganar por una diferencia de dos goles. Dificilísimo. Contra viento, marea y pronóstico, Soriano ganó 2-0 con goles de Luna y Golly. Y Chochi atajó un penal en la hora.
Jugadores, equipo técnico, dirigentes, propios y extraños comenzaron a creer en la selección mercedaria. Se difuminaban las dudas, atrás quedaban los jugadores que no se presentaron a practicar y los que fueron invitados a retirarse, o las discusiones en las que varios delegados no querían jugar el torneo. Como si no fuera demasiado peso haber quemado dos años con ausencias, alejando el público de la fiesta futbolística veraniega, y sin pensar que muchos de los jóvenes de hoy hubieran madurado con esa experiencia. “Son dos años de retroceso”, diría el Chino, sentenciando luego un rotundo “es una pena que a los delegados que votaron por no jugar, hoy no se los escuche decir ‘Felicito a la selección por obtener el título, aunque yo levanté la mano para que no jugaran’”. Qué importa ahora. De 32 selecciones sólo quedaban dos. De lo probable a lo posible, todo cocinado a fuego lento.
El método
¿Cuál es el método “Sasén”? “No existe, no hay. La receta sí es el trabajo, y el respeto por el trabajo. Es una de las claves. Al jugador que no le gusta algo o no está de acuerdo, lo invito a retirarse. Siempre de frente, a la cara. Porque la disciplina es importante, sin eso se pierde el respeto por los compañeros, por los que están a cargo, por la gente. En las tres selecciones con las que salí campeón, siendo grupos diferentes, siempre marqué las mismas pautas. Es duro, a veces hay que poner cara de enojado o cara larga. Pero imprescindibles no hay, de imprescindibles está lleno el cementerio”.
Ésa es la coherencia de Sasén a lo largo de su trayectoria, en la cual de ocho participaciones con el combinado mercedario ganó tres campeonatos nacionales de OFI y dos litorales. En Soriano ganó cinco títulos con Peñarol, una liguilla con Sud América, un campeonato de Dolores con Libertad, más algún campeonato departamental que se le olvida en su memoria. Y el que no cuenta pero todos recuerdan: salvó del descenso a Peñarol mercedario, único equipo que nunca ha descendido.
¿Nunca te tentaron para dirigir en el profesionalismo? “Mirá, yo tengo mucha amistad con el Vasco Ostolaza. Él una vez me dijo que armara un currículum y se lo diera a un contratista. Soy entrenador profesional, estaría en condiciones. Si surgiera algo muy interesante tal vez sí, pero, ¿quién te da las garantías? Firmas por un año y te echan a los tres partidos”.
Si surgiera… ¿Pero no te ilusiona? “Obviamente. Ya te lo dije, el fútbol para mí es de las cosas más hermosas que me han pasado en la vida. Por eso le retribuyo con dedicación. No le tengo miedo a fracasar, tomaría las mismas decisiones. Pero nunca dejaría de lado mis principios por cuatro pesos, ni arriesgaría la tranquilidad o el bienes- tar económico de mi familia”.
Frontal. Cuando debe dirigir se compromete en lo suyo y cuando le toca estar afuera no puede vivir sin ir a la cancha: “Cuando juega Soriano voy a todos lados. El disfrute de los futboleros del interior son estos torneos. Jugué muchos años en la selección, y como jugador no vale nada. ¡Nada! Pero es el deseo, el amor por los colores, lo que sufre la gente, lo que te mueve. Yo le doy mucho valor, porque por lo general es gente de clase media para abajo, que quizá le quite algo de dinero a su familia, o un pedazo de carne, para querer estar ahí, en la cancha”.
Esto también es Sasén, un agradecido con quienes lo rodean. No sólo es la dureza cuando no le gustan las cosas, también es el reconocimiento a quienes lo apoyan. Un hombre que recuerda a los dirigentes que estuvieron siempre, que se siente feliz de retribuirle al público su apoyo. Vecino de su barrio, amigo de sus amigos: “La barra de la pesca, con Daniel Casales a la cabeza, con la que nos juntamos cada cuatro meses en cualquier lugar del país donde haya agua”; compañero de sus compañeros en el hospital, y sobre todo, aferrado a su familia. “Yo termino agarrando la selección para tener más cosas en la cabeza, tener el tiempo ocupado, que me libere de pensar en mi hijo. Uno se aferra a cosas, y yo decidí aferrarme a él. Cuando íntimamente pensaba ‘no puedo perder un partido de éstos, no se me puede escapar’, yo sé que estaba ahí en el área cabeceando, en la barrera, en cada uno de los jugadores”.
Enzo estaba ahí. Justamente en la mesa de la sala en donde charlamos. La medalla era el tributo, y colgaba de su retrato.