“La mayor gloria no es nunca caer, sino levantarse siempre”.
Nelson Mandela
Era el bueno y los dos le tenían ganas. Ya no importaban el camino trazado, las lesiones y las ausencias, mucho menos las estadísticas y las sequías. Era la final, la última, la que da el veredicto. Y fue Final, con mayúscula. Por los cinco goles y por los ingredientes: guante blanco en el primer tiempo, cuchillo entre los dientes en el segundo; buen fútbol cuando se pudo, alma y corazón cuando no. Se la llevó Soriano Capital, el tricolor que el sábado fue rojo, con un gol agónico al minuto 90 y cuando los arachanes iban por todo. Dos enormes selecciones, una Copa, un campeón. Así es la historia.
La tía, una premonición y su confirmación: existiría mejor trato de balón. El Ubilla invitaba, y la cancha mucho más. El estadio por su capacidad lumínica, que no deja sombras, que hace todo más blanco, que quita la penumbra. La cancha, porque su verde césped lucía espectacular e invitaba al buen juego. Y porque Cerro Largo y Soriano saben del buen trato de pelota, del pase certero, del juego disciplinado. O lo intentan, al menos.
Un orden táctico similar en ambas selecciones: 4-4-2. Pero disímiles en los movimientos. El locatario era más dinámico a la hora de aplicar la estrategia sobre la táctica. Óscar Silva, el 5, también oficiaba de central y con eso respaldaba a los laterales para que pudieran soltarse. Como en el Köster, los arachanes procuraron poblar el centro de la cancha y tener rápido el control. Bien Gilson Silva, tocando y yendo a buscar, entregando cortito, con Martínez como socio y buscando a los delanteros. Mercedes, con dos mediocampistas seguros, siempre bien ubicados, y procurando robar para lanzar las puntas: Cano y Battó. Puntas de lanza, afiladas, con intenciones de lastimar en velocidad y buscando a Vázquez en el área.
Pero es Melo, casi siempre por la zona derecha de su ataque, el que genera las primeras instancias claras mediante centros cortos o córners. A los 4 minutos Moreira se debe estirar para descolgar lo que era un gol olímpico de Martínez. Diez minutos más tarde, el mismo duelo y con las mismas armas: Martínez-Moreira. Y siguió ganando el arquero chaná.
Moreira se agrandaba y Cerro Largo crecía en volumen de juego, así hasta la mitad de la primera parte. Con la primera contra rápida que tuvieron Cabrera, Cano, Morales y Vázquez, y en la que exigieron una buena intervención del guardameta locatario, el partido cambió. Las posturas cambiaron: Soriano empezó a creer; y Melo, a tomar precauciones. Digamos que se tomaron los puntos. El juego se vuelve criterioso, el balón sigue siendo bien distribuido pero no regalado. Si no hay pase, la tocaban atrás. Ambos dedujeron que con buena cancha la guinda es todo.
A los 34 minutos surge, producto de la intelectualidad en el toque y la distracción que manejaron los Silva y su transitar, una gran jugada en la que habilitan profundo, sorteando el offside, a Bentancour que se escapa solo y en diagonal al arco; y gana Moreira. El Cachila, a esa altura, ya era un camión. Personalidad, tranquilidad, mandato en el área, respeto; todo eso impone Moreira.
Se va el primer tiempo con Soriano en ataque, primero con tiro desde fuera del área y luego con tiro libre directo que contiene bien Villanueva. Pero, sobre todo, el final de los primeros 45 dejó un criterio unánime: “Está bien el empate”.
Nada fue igual
A la vuelta del túnel la historia cambió. Fue impresionante, de esas finales bien nuestras, en las que, naturalmente convencidos, no se puede esperar tocando a que el resultado se dé: hay que buscarlo como sea. De horizontal a vertical, el juego se fue transformando en vertiginoso. Y se perdió el tono amigable del partido: de entrada, un par de amarillas para los dos lados. Dientes apretados, nada de caras bonitas.
Comienzan a agigantarse otros dos hombres: Óscar Silva en Melo y Daniel Cano en Mercedes. El 5 local se comió la cancha. Recuperaba siempre, los perseguía a todos, acomodaba su equipo y se la daba redonda a sus compañeros. Cano, a diferencia del primer tiempo, encontró su juego en velocidad, lastimando con piques cortos, cambiando de puntas para distraer las marcas.
A los 63 minutos robó Silva, tocó a Martínez, dieron profundo al goleador Silvera, y tapó Moreira. Y a los 67, corrida en velocidad de Polero por el lateral derecho, dejando hombres en el camino, centró al área, Vázquez que atrajo marcas y por detrás entró Cano, como cuchillo caliente, y definió abajo ante la estéril volada de Villanueva. 1-0 para la visita y Melo debía hacer dos.
Cerro Largo se fue arriba, no le quedaba otra. Pero siempre aparece Moreira. En cinco minutos tapó cuatro pelotas claras de gol a Silvera y a Luna. Pero no le importa, y siguen en busca del gol incesantemente. Aun sabiendo de la velocidad mercedaria. Cuatro en la mitad de la cancha, tres puntas metidos en el área rival. Pero el apuro a veces conduce a la equivocación. No sale bien Olivera, la roba Cabrera y se va, toca al medio Vázquez, que le gana la cuereada al defensa, y el arquero lo derriba. Penal. Gol de Cano. 2-0 para la visita. La gente se va.
No claudica Melo, no corresponde cuando se trata de los colores departamentales. Tanto que a los 82 minutos descontó con gol de Larrosa desde fuera del área. Ya no hay táctica, hay tiros frontales al área. Siempre con el pie de Martínez. Varios tiros libres, hasta que corriendo el minuto 89, centro desde la derecha y ¡gol de Silva! 2-2. ¡Qué final!
Se pudre en el área. Los jugadores forcejean por la pelota, hay empujones, choques, hombres caídos, dos expulsados, más cinco minutos de adición.
Siete jugadores de Melo rodeaban a la espera de que Mercedes moviera en la mitad de la cancha. Sólo dos atrás. Cano toca con Battó, que aguanta a lo Riquelme. Se saca uno y lanza la carrera de Cano. Como en el campito: lanzo y voy a buscar. Cano vuela, esquiva uno y toca gentil al medio para la entrada de Battó, que deposita suave al fondo de la red para convertir el 3-2 final. Tremendo e increíble.
Se baja el telón, se va la noche, ya no le da a Cerro Largo, que lo intenta; ya no se le escapa a Mercedes. La Copa fue preciosa y se merecía una final así: brillante. La desazón de los locales, ante los ojos de su público y la algarabía de los mercedarios, no impidió que el final fuese unido. Se llama grandeza, y se demuestra con un abrazo apretado entre dos pueblos.
“En lo sucesivo sólo se vea entre nosotros una gran familia”.
José Gervasio Artigas.