La barra se despertó tarde, tal vez haya sido el frío o puede que haya sido la nostalgia. Al fin y al cabo fue cosa de goleadores, Quiñones por un lado y el baixinho Acuña por otro. El primero en aparecer fue el hoy danubiano, ex Racing. Siempre al margen, colocado donde están los goleadores (ese lugar indescifrable donde cae la guinda, apenas percibido por el sentido del olfato) para mandarla a donde más duele: el fondo de la red. Vino un centro desde la izquierda pasado, pasadísimo, que todos miraron volar por alto, y cayó en la otra punta. Mayada encara y tira el envío al área chica como sabiendo de memoria dónde estaría Quiñones. Justo en el área chica, antes que nadie y madrugando al lateral De León que intentaba cerrar, toca y convierte el 1-0 a los 4 minutos del segundo acto. Apenas se acomodaban luego de la charla.
Sorpresivo no era. Danubio había manejado mejor los hilos durante los primeros 45. Así y todo, en la primera parte no cayeron los goles. Lo tuvo Álvez en dos ocasiones y en ambas apareció Odriozola. Pudo ser por arriba también, luego de una lluvia de córneres servidos por Canobbio, pero ni los lungos defensores ni el mismo Quiñones lograron apuntar bien.
No fue sorpresivo tampoco que Jonathan Álvez le ganara en velocidad a Melo y quedara cara a cara con Odriozola. No por error del defensor cerrense, sino porque el delantero estuvo siempre ahí, esperando la ocasión de sacar ventaja del error rival, jugando al borde de la última línea, intentando ser. Ya había primeriado a otros, en ésa fue a Melo, quedó de macho al arco, y el defensor superado se tiró imprudentemente por detrás buscando desesperado cortar lo que era un mano a mano claro, le enganchó el pie de apoyo y el árbitro pitó penal mirando al asistente como soporte. Quiñones, que no había convertido oficialmente para los danubianos, puso su segundo mañanero 2-0 en diez de la segunda parte; las ventajas de tener un goleador encendido en el área.
No fue extraño tampoco que fuera una conditio sine qua non que Romário Acuña gritara gol. Cerro, que entre gol y gol mandó a la cancha a Dadomo buscando mayor precisión en los envíos directos, encontró un centro frontal al área del Chancho, curiosamente para Acuña, que es el más bajo por lejos, pero supo medir perfectamente para ganarle a los pasos en retroceso de Velázquez, peinar con un movimiento exacto de cuello, y cambiándole el palo de llovida a Ichazo meter el 2-1 de la esperanza.
Pudo haber pasado mucho en los 25 minutos más descuentos que quedaban, pero nada fue tan claro. La bola voló y voló, añorando el tibio sol de invierno, hasta el último pitazo. Ganó Danubio, que cuando jugó mejor no mojó y en los momentos en que el fútbol no salía tuvo al goleador. No será la mejor ecuación, pero si suma, sirve.