Este año comenzó el programa Rumbo en modalidad rural en el Club Gardel -localidad de Migues- y en la escuela rural Nº 138 de Ombúes de Bentancor.

Es sábado, aún no son las 10.00. Hace frío en Tala.

En la plaza, frente a la iglesia, Rodolfo Camejo espera a la diaria con el mate pronto, aunque recién cebará cuando hayamos terminado la recorrida. Luego de dos ómnibus suburbanos y una hora y media de viaje, queda ir hasta Migues, a 22 kilómetros de la ciudad de Tala, en Canelones.

Al Club Gardel se llega por la ruta 80. Los miércoles en la tarde y los sábados en la mañana recibe a una veintena de alumnos mayores de 21 años que viven en el medio rural y que, por distintos motivos, no han terminado el liceo.

El lugar es frío: ni los alumnos ni los docentes se quitan el abrigo mientras están en clase. También es austero: las sillas y las mesas son de plástico. El televisor, el DVD y el proyector que usan son prestados. Pero eso no es importante.

“Yo creo que hacer esto nos ha cambiado un poco la vida a todas”, dice casi al pasar Vanesa Bergara cuando la diaria interrumpe la clase. El comentario no pasa desapercibido para los tres docentes que escuchan la conversación. “Con una compañera lo hablábamos: nosotras nos sentíamos excluidas de la sociedad”, agrega Betiana Jorge. La idea es reforzada por otra estudiante, Leticia Martínez: “Yo sólo fui a la escuela. Por vivir en el campo y no haber estudiado, siempre me costó integrarme a la sociedad. Pero ahora como que le he perdido el miedo: pido trabajo, busco, me meto, no tengo problemas de ir a un lugar, me integro a los grupos… Yo pensaba: ‘Ya está, no fui al liceo, ahora no lo puedo hacer’. Pero no: todos los días aprendés cosas nuevas”.

“Que ellas digan lo que dijeron realmente te hace sentir que estás haciendo algo útil, algo importante en sus vidas, que les estás dando un empujoncito para que logren cambios. En definitiva, es lo que uno busca como docente”, sostuvo la profesora de Biología Eliana Hernández, luego de escuchar a sus alumnas. “Por ejemplo, si a un adolescente le presentás el tema de la contaminación, no le generás ningún cambio, salen de la clase y tiran el papel del caramelo en la puerta: ellos tienen conciencia porque son adultos. Está buenísimo, es lo que te emociona como docente: un cambio de actitud”. Camejo agregó: “Lo que dijeron ahora era para largar el lagrimón”.

Vanesa, Betiana y Leticia son sólo tres de los casi 50 adultos que este año se propusieron terminar el ciclo básico. Algunas -sólo había alumnas durante la primera visita de la diaria al Club Gardel- dicen que de jóvenes no pudieron completarlo por motivos económicos o familiares: “Había que trabajar o trabajar”, resumen. Luego llegaron los hijos. Y con ellos, al menos para algunas, la inquietud de volver a estudiar.

“Yo tengo un adolescente de 14 años y no podía ayudarlo. Recién ahora hay cosas que él está dando en las que yo lo puedo ayudar, pero antes no; no lo podías ayudar porque no sabías nada. Vos mirabas a tus hijos en la computadora hacer esto y hacer aquello, y ahora vos podés hacerlo: podés mandar un archivo, bajar cosas a un pendrive, pegar una foto. Los veías y decías, ‘cómo se hará eso’”, cuenta Betiana, que concluye: “Creo que para la mayoría es eso: poder ayudar a sus hijos”.

Otra mujer que cursa Rumbo, pero en la escuela rural Nº 138, coincide con la alumna del Club Gardel. Natalia Estelda es ama de casa, tiene 31 años y dos hijos. “Yo quiero que ellos vean que estudio, que hay que estudiar, quiero darles el ejemplo para que ellos vean que están sólo para estudiar… porque a veces se quejan por poquito”.

Rumbo al medio del campo

La idea surgió en 2010, en una reunión de profesores. Camejo recordó que uno de sus colegas “tiró la idea de llevar el ciclo básico al campo”. Por ese entonces, Aurora ya estaba funcionando. Se trata de una red de conectividad que se hizo posible gracias al trabajo de una docena de voluntarios del Plan Ceibal y de la Sociedad de Fomento Rural de Tala. En resumen: Aurora da conexión a internet a más de 300 familias del noreste de Canelones, en zonas a donde no llegaba la red.

Un grupo de docentes se preguntó cómo podían valerse de Aurora para ayudar a terminar el liceo a aquellos canarios que habían quedado por el camino. Luego de idas y vueltas, burocracia y muchas conversaciones, dieron con Wilson Netto, en ese momento director de la Universidad del trabajo de Uruguay (UTU). El proyecto iba a llamarse Batié (Bajando a tierra), pero resolvieron acoplarse a un programa ya existente, Rumbo, para darle viabilidad más rápido. Éste consiste en brindar educación media básica a la población que no culminó en la edad esperada por la institución. Lo que surgió fue Rumbo en modalidad rural, que se diferencia de lo ya existente en que la enseñanza se da allí y no en las ciudades.

Ampararse en el programa de UTU no sólo valida estos estudios a nivel formal, también aporta una cuota de reconocimiento: “tienen un certificado, una acreditación para seguir estudiando o simplemente la tienen por gusto personal, regocijo, autoestima, por decir: ‘Hice esto, ahora puedo ayudar a mis hijos, sé usar esta máquina, esta herramienta, sé buscar información para aplicar en lo que estoy haciendo’; darles esas posibilidades”, explicó 
Camejo.

La mayoría de los docentes de Rumbo son oriundos de la zona. Ellos viajan -sí, viajan: a veces transitan hasta 40 kilómetros para dar una clase- hasta el Club Gardel, que queda en la sección de Migues, o hasta la escuela Nº 138, en Ombúes de Bentancor (sección de Tala que se llama Islas Canarias). Esto no es fortuito: el grupo docente se conformó con aquellos que viven en esa zona rural para promover la permanencia y evitar la migración de los profesores hacia las ciudades.

“Lo importante es que la gente tenga la posibilidad de estudiar en su lugar, además de potenciar un club social como es Gardel, o bien la escuela rural Nº 138”, dijo Camejo. “La idea inicial era que la gente no tuviera que alejarse del medio: porque si no se lo llevás tampoco iban a ir, porque ya están armados con la familia, con el trabajo; diez kilómetros se hacen eternos”.

El sistema es semipresencial, con dos clases a las que hay que asistir durante la semana. Desde afuera puede sonar a poco, pero eso se complementa con trabajo en la plataforma virtual que es posible gracias a Aurora.

“Es más fácil para nosotras venir dos veces por semana que ir a un liceo nocturno, por ejemplo. La mayoría somos madres”, recuerda Ana Hernández, alumna del Gardel. De todas formas, dice que el año que viene le gustaría empezar cuarto año en el liceo nocturno de Tala; “pero creo que me costaría muchísimo ir todos los días”, advierte. “Nosotras nos hacemos nuestro tiempo, entramos a la plataforma cuando podemos y hacemos los trabajos”, agrega otra estudiante, Leticia Martínez, quien concluye: “Es muy accesible, no nos saca tiempo de trabajo ni nada”.

El soporte fundamental -asegura Camejo- es la herramienta informática. Por eso fue que en las primeras clases del curso se centraron en enseñar cómo manejar la plataforma, cómo usar un correo electrónico o un buscador. Una alumna interrumpe para contar que la docente de Informática les dio clase de forma voluntaria, sin cobrar, a principio de año.

El profesor de Geografía indica que en la plataforma se usan mucho los foros: “Los incentivamos a que opinen, que participen, que discutan, que debatan entre ellos; en la plataforma no hay domingos ni feriados”.

Bajando a tierra

Otra particularidad de Rumbo en modalidad rural es que los contenidos hacen énfasis en el desarrollo rural y productivo: las materias se dan en conjunto (Historia, Geografía, Matemática, Física, etcétera) y buscan que los conocimientos “bajen a tierra” -como sostenía el primer nombre que pensaron para el programa-, es decir, que se puedan aplicar en la producción rural. “Al ser modalidad rural te da la posibilidad de hablar de aquello que has hecho en tu casa toda la vida”, opina María de León, otra de las alumnas que asisten al Gardel. En las clases de Biología y Química que se dictaban durante la visita, estaban aprendiendo sobre el ciclo del agua. “Ahora estábamos dando el tema del agua y ¡en mi vida había prestado atención de dónde venía el agua!”, agrega Betiana Jorge.

Al preguntarle a Camejo cómo se estructuran los contenidos para que este grupo de alumnos culmine el ciclo básico en sólo un año, el docente de Geografía explica que “los adultos ya tienen un bagaje muy importante de conocimiento y de experiencia personal”, situación bien distinta a la de los adolescentes cuando cursan los primeros años de secundaria. “Eso es lo que hay que potenciar, a eso hay que sumarle conocimiento. Ahora, ¿qué conocimiento? Ahí es donde entramos nosotros, con un objetivo compartido con Aurora y con la Sociedad de Fomento Rural de Tala: queremos bajarlo a tierra poniendo conocimiento científico de manejo del suelo, de impacto del clima, sobre los recursos hídricos, las cuestiones de las relaciones del mercado, por poner un ejemplo”.

“Bajando a tierra es vencer los muros, salir del pavimento, salir del pueblo, de las ciudades, insertarnos en el campo”, continúa Camejo. “Salir afuera, ver otra realidad, trabajar con otra gente, con una población vulnerable, saber adaptarnos, porque las condiciones no son las mejores, pero ellos le ponen tantas ganas, tanta energía, al igual que el equipo docente. Hay mucha voluntad y muchas ganas de trabajar, de hacer algo nuevo, algo muy positivo a nuestro entender, que es abarcar una población muy vulnerable que quedó fuera del sistema educativo”.

Durante la visita de la diaria a Tala, Camejo insistió varias veces con la idea de que el derecho a la educación sea viable para quienes viven en el medio rural. “Y acá estamos hablando de zonas bastante pobladas, dentro de todo”, repite.

Del Club Gardel a la escuela rural Nº 138 hay unos 25 minutos en camioneta. Mientras maneja, Camejo señala a lo lejos dónde queda su casa y nos enteramos de que además de docente es productor rural. Algunos de esos caminos con pozos y sin pavimentar los recorren los alumnos dos veces por semana. Muchos de ellos van en moto llueva o truene, según cuentan. “Recuerdo un día que llovía a cántaros, que hubo alerta naranja y que no faltó ninguno”.

El grupo de la escuela Nº 138, al igual que el del Gardel, ha perdido algunos de sus estudiantes. Quienes siguen adelante aseguran que ha sido por problemas laborales, por no poder conseguir días libres para asistir a clase. En la Nº 138 “había una señora mayor que hacía un esfuerzo muy grande por venir, pero tenía que trasladarse en moto unos 20 kilómetros; los miércoles tenemos clase hasta las 19.30, ya se hace de noche… y en moto, días de lluvia, de viento; en el invierno se complicó”, cuenta Marta Alpuín, una pequeña productora rural de 51 años, que hacía 38 que no estudiaba.

Eduardo Montero tiene 48 años, se dedica a restaurar muebles y vive a siete kilómetros de la escuela. “Yo estoy acá porque me gusta estudiar, pero no lo pude hacer en su momento y, si bien tengo trabajo, me pareció una oportunidad fantástica”. Dice que está contento con la oportunidad y también con el grupo. “Se ha creado un lindo ambiente para estudiar. Cuando llega el día yo estoy contento, y vengo y comparto. Y también satisfacemos muchas necesidades humanas que por otros lados no lo hacemos: nos sentimos pertenecientes a un grupo”.

Rumbo nacional

“Queremos ir más allá”, repite Camejo. Saben que, a pesar de la poca difusión que hubo del programa -cable y radio local, además del boca a boca-, hay más interesados que quieren terminar el ciclo básico: el objetivo para 2014 es dar clase en otros dos puntos del departamento canario y, a futuro, llegar a todo el país. “Hay que pensar a nivel nacional, en poblaciones que están a 80 kilómetros de una ciudad, o que están metidas en el medio del campo, en el interior profundo de verdad”.

Mientras tanto, los alumnos quieren seguir. Cristian Rodríguez, de la Nº 138, sugiere que podrían aprender algún oficio, continuando con el sistema semipresencial. Un docente le recuerda que eso se puede hacer en la ciudad de Tala y él responde: “No, no; acá afuera”. “El año que viene, cuarto, quinto y sexto acá”, pide Betiana Jorge en el Club Gardel. “El año que viene, los domingos”, sugiere otra alumna, entre risas.

En esta primera etapa se anotaron casi 50 personas. “Pero no importa la cantidad”, aclara Camejo. “Lo importante es decirle a esta gente que, primero que nada, tiene derecho a la educación, y hay que generar las oportunidades para lograrlo”.