No hay fantasmas. Sí hay voces, muchas, las de los miles que coparon el Parque Central con la idea de que era un gran partido entre grandes, aunque no necesariamente un encuentro de alta factura técnica.
En los primeros minutos, a Nacional le costó acomodarse, porque Gremio, con su juego de riqueza técnica, al que sumó el aporte de fuerza y entrega que siempre tiene el fútbol gaúcho, lo apretó contra su propio arco. No sólo los tricolores no podían salir de su campo ni incluso mantener la posesión de la pelota, sino que además no encontraban la forma de llegar al arco contrario. Los telespectadores ignoraron de qué color era el buzo del arquero brasileño hasta el minuto 12, cuando Gastón Pereiro sacó un fierrazo impresionante que hizo que en el Parque Central nos tuviéramos que entreparar para ver si era gol, y para que los que lo miraban por Fox -escuchar es otra cosa- vieran el celeste de la camiseta de arquero de Marcelo Grohe.
Después, el partido cambió un poco. Hubo por lo menos tres tiros de Carlos de Pena que generaron sensación de peligro y de que los tricolores se empezaban a sacar de encima a Gremio. El partido se empezaba a jugar un poquito más en la mediacancha gremista, y los porcentajes de tenencia de pelota empezaron a cambiar.
Cerca de la media hora, Zé Roberto demostró una vez más que mantiene su chapa de crack, y Gustavo Munúa, por su parte, salvó muy bien un remate potente de la figura gremista. De inmediato, otra vez De Pena culminó una jugada de peligro para los tricolores, que hizo saltar a todo el Parque. Iban 32 minutos y el gurí Pereiro, de 18 años, cargó olímpicamente con la mochila de la responsabilidad y la diversión. Generó por la derecha una jugada de alta intensidad que terminó cerca del área chica, sobre la izquierda, para que con la pierna de ese lado Rinaldo Cruzado la cruzara muy, cerquita del caño izquierdo de Grohe.
El primer tiempo terminó con el mismo resultado con el que había empezado, pero distinto a como se había iniciado en el juego, en la exposición, en la propuesta y en su neutralización. Terminó con la visita todavía con aire, pero sin poder asfixiar a su rival; y con Nacional arrimándose al arco rival, más allá de la desprolijidad con la que lo lograba.
No sería justo no mencionar a Iván Alonso. En los primeros 45 minutos no tuvo chances claras, pero se notó que estaba y, fundamentalmente, que los brasileños lo tenían estudiado y que les generaba preocupación. Fue muy golpeado y vigilado, pero estaba ahí. El equipo de Pelusso se mostró como un colectivo que sigue la idea de un entrenador seguro y pragmático.
Empezar de cero
El arranque de la segunda parte no tuvo grandes variantes, aunque hubo menos juego y más control de parte de los dos equipos. El público, desde las tribunas, empujaba, pero no se trata sólo de gritar o querer, sino de que el equipo procure estar concentrado y dar todo para superar al rival. Y por más que se grite, se quiera y se empuje, los rivales juegan; promediando el segundo tiempo, un golazo del paraguayo Cristian Rivero, tras jugada del argentino Hernán Barcos, puso a los brasileños 1-0.
El ingreso de Álvaro Recoba sumó justificadas esperanzas de que de sus pies pudiese salir la jugada del empate tricolor. Recoba generó, aunque no tenía posibilidades de abrir juego a las bandas, porque ya no estaban en la cancha De Pena ni Pereiro. Pero no alcanzó.